[dropcap]E[/dropcap]n la anterior entrega iniciamos este artículo, resumen de mi intervención en el Instituto de España, el martes 19 de diciembre, en el homenaje de antigüedad académica –al Prof. Juan Velarde Fuertes.
Naturalmente, la historia personal de cada uno es un fundamental, y como decía el gran poeta Rilke, nuestra patria es en gran medida nuestra propia juventud. Y de aquellos sentimientos juveniles surgen luego reflexiones que se quedan grabadas para siempre. En esa línea de pensamiento le pregunté yo al Prof. Velarde a propósito de sus sentimientos más juveniles:
P: Cuando empezó la guerra civil tenías nueve años y, obviamente, doce al terminar: ¿qué sensaciones guardas de entonces?
R: En ocasiones, la evocación es perversa, y puede que uno la deforme por la memoria, el cambio de ambiente, o lo que sea. El 18 de julio de 1936 lo rememoro con pavor, porque desde los dos bandos parecía como si hubiera un consenso letal: “ya podemos empezar a matarnos…” y en ese trance sucedieron las cosas más atroces: en Salas se fusiló al portero del equipo local de fútbol por parte de los republicanos, y a continuación acabaron con el delantero centro los nacionales… todo un signo terrible de que algo muy serio estaba fallando entre nosotros. Fue tremendo…
Pero lógicamente, la memoria no sólo es individual, también hay un recuerdo colectivo, a veces con grandes controversias, como se ve en las siguientes pregunta y respuesta, que expresa la inquietud por ciertos recordatorios más intencionados que otra cosa:
P: A propósito de esos recuerdos, ¿qué piensas de la llamada “recuperación de la memoria histórica”? ¿Qué efectos ves que pueda tener?
- El asunto me parece muy grave, y me retrotrae a una vivencia más que significativa: fue un día de verano, en una marcha del Frente de Juventudes que dirigía alguien a quien yo conocía, López Cancio. Yo les estaba mirando, como un veraneante más recién llegado de Madrid. Iban a colocar una corona floral en la cruz de los caídos, y uno que estaba leyendo de una lista, va y dice: “el camarada Fulanito y el camarada Prenganito colocarán la corona de flores ante la cruz”. Y en ese momento, uno de los chicos nombrados, que salió de la formación, se cuadró delante de López Cancio y le espetó: “¿Por qué caídos vamos a poner la corona?”. Cancio se quedó dudando un instante, pero reaccionó bien pronto: “Por todos los que murieron limpiamente por España”. Y del chico, aliviado, salieron estas palabras: “Pues ya puedo poner la corona, porque mi padre murió combatiendo en el ejército republicano”. Yo pensé: se ha acabado la guerra, justamente ahora.
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Sobre otro tema, también importante en los jóvenes años de aprendizaje, era obligado interesarnos por los maestros literarios. Y así fue mi pregunta:
P: Y de los economistas –Adam Smith, Marx, Stuart Mill, Marshall, Keynes, Schumpeter—, ¿quiénes te influyeron más?
R: Los tres grandes para mí, siguen ahí. El primero, John Maynard Keynes, en tiempos en que todos éramos keynesianos. Porque quién por entonces no lo era es que había dejado de ser joven. El segundo, ¡qué gran impresión!, y uno de cuyos libros siempre tengo a mano, fue Joseph Schumpeter, con su “Historia del Análisis Económico”, y los “Ciclos económicos”. Y el tercero, era la referencia para continuas consultas: Alfred Marshall, con sus “Principios”. Esos eran mis habituales. De Marx, ya hablaremos más largo y tendido…
Y en la conversa, inevitablemente llegamos a lo que seguramente fue la clave del gran cambio económico de los últimos años 50 y primeros 60 del siglo XX, el Plan de Estabilización, que marcó el paso definitivo de unas pretensiones autárquicas ya en declive, a un modelo que hoy llamaríamos OCDE, en tiempos en que todavía la política era marcadamente autoritaria. Si bien un día me dijo Marcelino Camacho: “También por entonces, Ramón, abrimos brechas de libertad, con la negociación colectiva, con el derecho de huelga que dejó de ser delito de sedición para transformarse en conflictos laborales”. En ese contexto, le pregunté a Don Juan:
P: Luego viene el Plan de Estabilización en 1959, y de sus figuras políticas más destacadas, Ullastres, Navarro Rubio y Laureano López Rodó, ¿quién fue para ti el más significativo?
R: Alberto Ullastres, sin duda. Era extraordinario, porque sabía bien lo que quería. Cuando yo le pregunté un día: “Pero bueno, cómo os atrevisteis a meteros en el Plan de Estabilización con aquella balanza exterior tan absolutamente negativa?”. Y me contestó: “Había leído a fondo el libro de Perpiñá Grau [antes ya citado] y vi claramente que España no tenía ningún futuro de no abrirse al exterior, por muchos que fueran los riesgos. Así pues, esa era la carta que teníamos que jugar”. En cambio, Mariano Navarro Rubio casi se fijaba sólo en la estabilidad presupuestaria y con eso se daba por satisfecho. En cuanto a Laureano López Rodó, era un administrativista que cuando se adentraba en economía no acababa de saber por dónde iba. Imitaba modelos franceses de planes indicativos, pero realmente eso acabó sirviendo para poco.
* * *
Y ¿cómo no?, aquí llega, en la sucesión de grandes temas, siempre estudiados cabalmente, el que nos ha ocupado a casi todos durante el año 2017, que es Cataluña:
P: Cambiando de tercio, ahora viene una pregunta de perspectiva muy actual. En 1960 ganaste la cátedra de Estructura Económica de la Universidad de Barcelona. Y me gustaría saber qué sacaste en claro de ese tu primer contacto con la sociedad catalana, ¿Qué recuerdos conservas? ¿Crees, con José Ortega y Gasset, que la cuestión catalana habrá que conllevarla siempre?
R: Vamos por partes… Porque si algo tengo claro, y lo recuerdo nítidamente, es que cuando llegué a la estación de Sants en Barcelona para incorporarme a la Cátedra, estaban esperándome dos jóvenes economistas: Narcis Serra y Ernest Lluch, para acompañarme a la Facultad. Y a partir de ese momento, y por las cosas que empezaron a contarme, comprendí que entraba en una sociedad muy diferente de la que había salido, para mi la castellano-asturiana. Lo de Cataluña era tan distinto en tantos aspectos…
P: Perdona. A mí, dos años después, cuando fui a dar mi primera conferencia en Barcelona, también me esperaban en la estación de Sants. En mi caso, fueron Ernest Lluch, con Jacinto Ros Hombravella. Sigue, por favor…
R: El caso es que, por lo que luego fui observando durante mi estancia en Barcelona, desde el “Circuito Ecuestre” hasta el famoso “Club Comodín”, que luego se convertiría en el Círculo de Economía, incluyendo los paseos con mis ayudantes, los amigos de “La Vanguardia”, el ambiente que había en el Colegio Mayor San Jorge donde vivía, todo era una sociedad distinta. Pero no sé, no sé si eso de conllevar encaja bien…
P: ¿No te gusta la palabra?
R: No tanto, y sinceramente creo que el tema es otro. En ese sentido, en mis conversaciones con Ramón Trias Fargas, llegué a la conclusión de que no sería malo que muchos de los valores que imperaban en Cataluña se interiorizasen en el conjunto de España, que bastantes cosas de lo que se vivía en Barcelona y que me parecían positivas, pasaran a ser normal en el conjunto de España. O sea, que no es exactamente conllevar, sino convivir y ver naturales las influencias mutuas.
Habría que comentar con más detención esas palabras, porque la expresión orteguiana no puede satisfacernos. En pleno siglo XXI es preciso un acuerdo, para que en vez de conllevar podamos compartir, y en vez de un eterno ritornellode reivindicaciones y respuestas, tengamos un nuevo dispositivo que de fluidez a lo que de por sí es una comunicación económica y cultural inmensa.
Y así acaba la segunda entrega de este artículo sobre el Prof. Juan Velarde, que terminaremos la próxima semana. Y como siempre, el autor queda a disposición de los lectores en castecien@bitmailer.net.
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