Opinión

Ojo del cristal

 

[dropcap]T[/dropcap]uvo dudas adolescentes, ¿magisterios o magistraturas? Por no terminar de decidirse se convirtió en crítico y cierto es, le quedaba fantástico ese monóculo. No le fue mal así durante un tiempo.

 

Fácil no podía ser, esa lección la conocía, pero su intención, siempre, era la de contarlo siempre bien. Sin ánimo de ofender a nadie, o sí, pretendía dirigirse con respeto, o no, pero por más que lo intentaba, por una u otra razón, nunca terminaba de conquistar la satisfacción plena. Siempre había un algo que. Siempre había un alguien que.

Descubrió el código postal de lo absurdo sin querer y así se habla y entiende desde entonces. No existe lugar o situación que no tenga un barrote de esa jaula. Reconoció por alcance que el impedimento para entender era precisamente aquella máquina de absurdizar, la lente de medir a través de la que disparaba con el ojo de apuntar. Quizá por eso erraba, por disparar.

Aquel artefacto siempre le aclaraba sus calificaciones, era sencillo observar con esa vetusta lupa de diez muescas. Diseñada hace tiempo a su medida con manos certeras. De ahí lo insultante de su soltura. “He cenado de diez, por lo tanto, 5 estrellas a este restaurante que opta sin discusión a ser el número uno”.

Acostumbraba a calificarlo todo, por eso únicamente se separaba escasos centímetros de su preojo para dormir. Lo depositaba con sumo cuidado sobre la mesilla el segundo previo al cierre de cortinas, para no perderse de nada. De allí mismo lo recogía justo antes del primer parpadeo, para no perderse en nada. Que ni pintado el lema, “no sin mi monóculo”. Aquella mañana, como acostumbraba, lo buscó pero no estaba. Horror, se lo iba a perder todo.

Le asustó la idea de tener que pasar el día sin su desaparecido cristal pero no tuvo más remedio. Calma, no sucedió nada terrible, en esta historia no ha sufrido maltrato animal, humano o cosa alguna. Volvió a casa en perfectas condiciones, maldiciendo eso sí, por todos los años que había visto en tuerto, por lo estúpido de pretender ver más con uno solo por muy graduado que esté.

En el transcurso de ese día se vio obligado a no medir. Todo un reloj sin poder otorgar ninguna nota, ya que no tenía el nivel. Todo un hilo de tiempo con ambos ojos abiertos, más difícil apuntar y más sencillo ver.

Así comprendió que el presente perfecto no es conjugable. Debería darse tal improbable sucesión de circunstancias a infinidad de niveles que lo mejor es convenir que Do, Re y Mi son notas, pero el 10 no. Tampoco es solo un número por supuesto, es una aspiración, una intención.

Así descubrió que había estado entendiendo la lente del revés. La graduación nunca pretendió juzgar lo que estaba frente a él, el objetivo es más sencillo, dar grado a quien posee el ojo.

Así decidió guardar sus ojos desnudos desde entonces. Para no ver a través de nada, sin escondite ni disfraz.

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