[dropcap]L[/dropcap]a vida cotidiana del despacho de la alcaldía aportaba también sus anécdotas, pequeños acontecimientos para recordar. Juanjo Real Oliva filtraba las peticiones de audiencias. El Ayuntamiento se había acercado a los ciudadanos y estos llevaban sus demandas a quien creían que podía solucionar sus problemas, el alcalde. Juanjo escuchaba a los que se acercaban a pedir audiencia e iba distribuyendo por concejalías cada una de ellas. Al final había algunas que indefectiblemente debía recibir el primer edil.
Escuché de todo, nada era ajeno al Ayuntamiento. Las corporaciones locales son como un pequeño Estado, cualquier asunto es de su competencia. Una mañana ajetreada, después de oír muchos problemas planteados por los ciudadanos, llegamos a las tres de la tarde, hora a la que nos íbamos a comer. Ese día Juanjo entró para decirme que había llegado una señora con una cesta queriendo ver con urgencia al señor alcalde. Intentaron darle cita para el día siguiente, pero la señora enfadada contestaba que no se marchaba de allí sin ver a Jesús Málaga. Juanjo observó que la cesta se movía, como si dentro hubiera un animal vivo.
Hice pasar a la buena mujer, y una vez sentada le pregunté el motivo de la visita y la urgencia de la misma. Sin pararse a pensarlo me espetó:
-¡Traigo en esta cesta dos pavas y quiero pedirle permiso para cruzarlas con los pavos que usted tiene en la Alamedilla!
Con rapidez mandé entrar al secretario y le di la orden precisa para complacer la petición de la mujer. Al retirarse miró retando a Juanjo, que no dejaba de observar la cesta en movimiento. Había conseguido que sus pavas tuvieran descendencia de pavos con pedigrí, con colas que enseñoreaban de vez en cuando para hacer ver su belleza. Pavos que luego se hicieron peligrosos para los niños, a los que atacaban cuando se acercaban.
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