[dropcap]U[/dropcap]na histórica historia que casi nadie conoce es la que cuenta que Alejandro Magnánimo, de siempre fue un fan incondicional del verso trovado.
Sus palabras decían de memoria lo que dicen todas. Sus pestañas contaban historias para no dormir gustaba musitar. Las cosas del amor (o como se llame) de Sabina, ese mal cantante que jamás habría pasado del primer casting de Operación Triunfo. Suertes.
Sabía que todo buen malo que se precie necesita un bueno bueno capaz de dar lustre a sus fechorías. En nuestra cabeza no cabe historia de rivalidad entre un malo y un peor, terminamos por convertir en héroe al menos malo, no se entiende la lucha de dos contra cero, le sobrará el contra y el cero, dos tratando de ganar a la nada, seguro que nada ganan, seco e insípido el zumo de ese fruto, ¿a qué huelen las nubes? Todo el mundo lo sabe, cuatro por cuatro dieciséis.
Adoraba arriesgar con quien creía ser Hitchcock y lanzaba gruesas sogas y finos hilos con la confianza de que los cabos quedarían bien atados. Disfrutaba viendo como cada idea llevaba su peregrinación un poco más allá que la anterior convirtiendo toda trama en un remolino de infinita y voraz verticalidad. En realidad comprendía que en frente tenía, sin embargo, un Stewart tratando de interpretar con cintura y seso esa sucesión de conspiraciones, pistas falsas y malentendidos cualesquiera.
Verdadero que poco dirigimos y controlamos más allá de lo que nos concierne en exclusiva, de lo que pende y depende únicamente de nosotros, cada día más menos cosas por ciento. Solo las básicas en realidad. Por poco que pueda parecer es lo más importante. Las otras, las sofisticadas, las complejas, son demasiado… complejas y sofisticadas. Alejandro diría que son más detestables las sobreactuaciones que los perfiles bajos, el pasarse que el no llegar. Esa cuna que peca más por prudente que por estridente.
A los dueños de las palabras que dicen de memoria lo que dicen todas, por defecto los daba por perdidos. Sin debate. Con ellos quiero decir. Son individuos altamente cualificados para subir el andamio, mucho más que él, entretenido interpretando lo que cuentan las pestañas. Se preguntaba con recurrencia – ¿Qué sentido tiene subir tras ellos para decirles que no deben subir? ¿Desde dónde se lo estaría diciendo yo entonces? – Los pies, bien arropados por el suelo.
Jugando con todas esas certezas y recuerdos consigo mismo, la observada habilidad ascensora, y el tangencial desprecio por valorar y predecir los garantizados traicioneros resbalones futuros que conlleva, decidió hacer su propia versión, sin ánimo de lucro, por supuesto, arrancando toda lírica de la canción. Le quedó así:
Gracias por esas palabras, gracias por esas memorias, gracias, ya las conozco todas. Gracias por mover tus pestañas y por contarme tus historias, gracias, ya me las has mostrado todas. Gracias, pero a mí lo que me ocupa, es mi sueño, no tus horas.
Más información, aquí