[dropcap]P[/dropcap]aparruchas desconocida persona. Quizá en su momento fueran algo más que cuentos con moralina para asustar a niños asustadizos. Sofisticados métodos de control parental para iletrados. Brujas y manzanas envenenadas te acechan detrás de cada alcornoque. Delante de cada bruja y manzana envenenada, por tanto, habrá un alcornoque. Por tanto…
Qué lejos eso del espejito, espejito, quién es la más bella del reino. ¿A estas alturas con estas harturas? ¿En pleno siglo XXIII? ¿En serio? Es cuestión de tiempo que estas historias duerman su obsolescencia, terminarán por descansar junto a la prolífica obra del Martínez Soria, al lado de los inefables bingueros, delante de cateto a babor, sobre la tonta del bote. Todo mentira.
Vaya birria de hechicera, dependiente de confirmación de su belleza… Pobrita. ¿Es o no es para estrechar con calidez su cara entre nuestras manos y darle un compungido y circunspecto beso en la frente? Ahí lo llevas mi reina mía. De verdad, lo del espejo es una terrible obsoleta invitación al abandono ex-tétrico. Ya no somos así.
En nuestros días estamos muy por encima de toda esta pueril propuesta. Sabemos de sobra que lo que el espejo muestra es nuestra propia individualidad, nuestro propio individualismo, que no es lo mismo. ¿Dónde va a llevar tu atención su mirada? Pues a ti, evidentemente. Ahí están los egoísmos, las luchas personales, los egoísmos, los propios intereses propios, los egoísmos, los balances personales, la cara lavada, la piel desnuda, la necesidad, los egoísmos… No tiene ningún sentido, no con nuestros relojes, no se citan bien.
No es de recibo invertir un solo minuto en una lucha inerte contra tus imperfecciones, tus marcas, tus arrugas, tus manchas. Es solo imagen, puede aceptarse. Es de gentes planas y llanas, probablemente sin fondo, mirarse al espejo para verse, qué tontería. A estas alturas de la vida. Como la maga del cuento…
Sí, los cuentos sucedían cuando la gente iba a caballo o en carro o descalzos. Cuando había reyes y príncipes con mallas, coronas y doradas cabezas. Cuando había vasallos, cortesanos, bufones y arlequines. Cuando los ricos eran nobles, cuando los nobles eran ricos, cuando el poderoso tenía poder sobre todo y todos. No como ahora.
Dejémonos de cuentos, de inocentes blancas nieves, que despierten las Bellas Durmientes, que las Caperucitas lleven hacha y pantalón para poder enfrentarse con comodidad a los fieros lobos malos. A olvidar la paja y la madera, que en un invierno como este, el cobijo que ofrecen hace aguas seguro. Altos y gruesos muros para protegernos, para mantenernos a salvo. Nada de tejer y zurcir calcetines, existe Amazon. Nada de príncipes a menos que vengan rellenos de chocolate.
A romper todos los espejos porque no dan su cara, dan la tuya, tóxica tiranía. Que no quede uno, que no nos traten de tú. Son inservibles. ¿Para qué? Yo los maldigo. No los necesitamos. Podemos perfectamente eliminar nuestras imperfecciones, modificar luces y tonos y filtrar lo que haga falta con el teléfono.
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