Opinión

Los Hart (A tricky town vol.3)

Foto. Pablo de la Peña.

 

[dropcap]L[/dropcap]os entrañables Harry y Harriet Hart se conocieron siendo niños en un campamento de verano organizado por De todo Corazón, la ONG filo católica de la que sus padres eran miembros activos. Sus fines eran claros. Cultivar la paz y el amor en el mundo. Para los más peques, todas las actividades y juegos tenían un claro sentido bonificado. Los premios y medallas recaían en las manos y cuellos de los que mostraban buenos gestos, no de quienes obtenían las mejores puntuaciones, en nada influía ser miembro del equipo ganador o del que perdía. Redundante cuando la idea solo es una, aunque sea tan bonita como amar a lo prójimo.

Por su cuenta, terminaron por llevar aquel código aprendido al límite en cuanto comenzaron su aventura conjunta. Invertirían sus vacaciones en programas de desarrollo de su propia espiritualidad en recónditas aldeas tibetanas o del Perú. Aprendieron de críos a relacionarse en buen sentido en todas circunstancias, a tararear cada letra dictada por su corazón. Ésta sería su brújula. En él grabarían su Norte. Amor politeísta e incondicional.

Lograron oportunas cosechas. La más relevante la de la perspectiva que ofrece ver y participar de un auténtico recogimiento. Descubrieron el dulce sabor de boca que regala la entrega a las causas justas y nobles si van y vienen del corazón. Sí, es cierto. Terminaron por engancharse al subidón de emo-endorfinas que cada última buena mano al prójimo diseminaba por su torrente sanguíneo. Reconoces esa sensación, sencilla pero voluptuosa, que se da cuando ayudas a alguien que lo necesita sin pedirle, perdón, sin esperar nada a cambio. O cuando puedes hacer entrega del trofeo al esforzado ganador y compartes su alegría. Nada hay tan agradable como el amor.

Decidieron hace tiempo. Lo coserían todo con puntadas de hilos de ese amor. De sentimiento.  Envidiable esa imposibilidad suya para encontrar mancha o aspecto negativo ante sus ojos. Ser amor. Entregados. Generosos para ofrecer cuando ellos necesitan. Espléndidos desde su más exagerada sencillez. Humanitarios, ciegos al juicio de víctimas o verdugos. Compasivos, voluntarios con pasión, magnánimos. Afectuosos sin nariz ni memoria. Benevolentes con el iracundo, afables con el diferente, bondadosos con el necesitado, apacibles en su quietud y en su entrega. Complacientes incluso con las penas. Caritativos, filántropos, tiernos, cordiales. Educados.

Dicen que por amor. No lo dudes, es su respuesta buena. ¿Será porque consiguen transformar en belleza todo lo que perciben? ¿Será para no dar ojos a la tormenta? ¿Existe una mejor manera de regatear la próxima arritmia? Ni ellos lo saben. Quizá no lleguen a saberlo nunca. Es posible que no lo necesiten saber jamás. ¿Qué le importa a quien siente, mira, escucha y habla entre sístoles y diástoles?

Todo corazón. Son ligeros de hemoglobina cuando van hacia donde quieren y cuando huyen del pánico a pensar en quedarse donde están. Las zancadas aspiran a la misma velocidad  solo que hacia lugares diferentes y por distintos caminos. Desde luego están en lo cierto. Cada una de ellas es una oportunidad para seguir latiendo.

Ups. ¿Dije oportunidad?

Moveyourself.    

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