[dropcap]J[/dropcap]esús Gómez Blázquez, catedrático de Literatura, cuenta una anécdota recogida en el número 4 de la revista Nivola, titulado: ”Unamuno en Becedas: anecdotario” donde se hace eco de lo que le sucedió a Unamuno en la fuentecilla del Llanito con una mujer.
Dice Jesús Gómez : …todavía permanece en mi memoria el extraño relato de un episodio en el que no he dejado de pensar. Me contaba Nicolás Sainz,-una de las personas que más congenió con D. Miguel- que a Unamuno le gustaba pasear por la calle Mayor, andando despacio y siguiendo el curso y oyendo el susurro del agua de la añorada regadera que la surcaba.
Que en la misma calle Mayor en el rincón del Llanito buscaba la quietud y los secretos de la historia de una pequeña fontana del S.XIII y que allí ante ella desplegaba su silla y solía sentarse.
Tomaba nota de sus reflexiones mientras las mujeres sacaban del pocillo cubos de agua para llenar las tinajas de sus casas. Una de aquellas mujeres que sacaban agua de la fuente, con la actitud de cortesía que caracteriza a las mujeres de Becedas, le ofreció un trago con el que paliar el sopor del momento.
Algo debió pasar por su mente que le obligó a reaccionar de la forma más extraña. El pensador frunció el ceño, se levantó, cogió su silla, ordenó sus papeles y, como quien se siente víctima de una ofensa, se fue sin decir nada.No creo que la buena mujer entendiese su actitud, tal vez ni se lo propuso.
Hoy no me cabe la menor duda de que por medio estaba la alegoría del agua que tanto significó para Unamuno y para tantos otros poetas de su generación.
Ciertamente le habían ofrecido agua quieta, parada, sin vida. Agua en la que él veía muerte, eternidad incierta, agónica esperanza y que no debe beberse cuando tan cerca hay otras que representan a la vida, a la pureza y al continuo movimiento.
Desde el Alto soto de torres, por la Asociación Amigos de Unamuno.