[dropcap]C[/dropcap]uando bautizaron a Lucía su padrino le regaló una cadenita de oro, tal y como lo dicta la costumbre en esas celebraciones religiosas. A su hermana, Karlita, apenas nació, sus padres le compraron una pulserita de oro con un dije de la Virgen María, como ofrenda a la madre de Dios por haberla traído al mundo, sana y salva, a pesar de que su gestación enfrentó complicaciones, derivadas de los altos niveles de toxoplasmosis que presentaba su mamá.
Años después, han tenido que viajar a Cúcuta, Colombia, a vender esas prendas, esos recuerdos, para adquirir alimentos para los suyos.
Son oriundas de un pueblo del estado Barinas llamado Puerto Vivas, en los llanos venezolanos, a unos 850 kilómetros al suroeste de Caracas. Trabajan como maestras en una escuela estadal desde hace algunos años, pero el sueldo que devengan por sus labores pedagógicas –de un millón doscientos mil bolívares- debido a la hiperinflación que golpea la economía venezolana, apenas alcanza para el mercado de una semana.
Por ello decidieron sacar sus prendas de la mesita de noche, tras escuchar el relato de una vecina a quien le había ido bien al otro lado de la frontera.
“La señora Carmen nos contó que con la venta de un anillo de oro y una cadenita logró reunir 450 mil pesos. Compró medicinas, crema dental, jabón de baño, espaguetis y arroz; alimentos y productos de limpieza que desde hace meses escasean en Venezuela o se consiguen a precios exorbitantes”, explica Lucía, una joven extrovertida, de piel morena y ojos oscuros.
Es una mañana calurosa y ajetreada. Las muchachas se enrumban a la calle 10 del centro de Cúcuta, capital del departamento Norte de Santander, Colombia, ciudad fronteriza con San Antonio del Táchira, Venezuela, en donde a diario miles de venezolanos buscan un poco de respiro en medio de las crisis del país petrolero.
Tras comparar precios en al menos ocho establecimientos decidieron vender sus “tesoros” en una reconocida joyería del centro de la ciudad colombiana (dice Karlita, con mejillas sonrosadas), logrando obtener 378 mil pesos. Una parte lo depositaron en sus cuentas bancarias y el resto lo emplearán para comprar algunos productos de aseo personal y alimentos.
“A pesar de la disparidad cambiaria donde el bolívar está por el suelo, en el lugar llamado ´La Parada´ podemos encontrar algunos productos de la cesta básica a buenos precios; por supuesto, pagándolos en pesos”, comenta Lucía.
Según datos publicados en la prensa cucuteña, administradores y dueños de las joyerías más importantes de la ciudad, reciben a diario a unos dos mil venezolanos que venden sus joyas de plata y oro para poder llevar alimentos a sus hogares o adquirir medicinas.
Las hermanas Moreno se pierden en medio de la abarrotada calle céntrica de la ciudad en busca de la parada del microbús que las conducirá a las inmediaciones del puente Internacional Simón Bolívar. Esperan no volver a Cúcuta con la urgencia de vender alguna otra prenda. “Es triste llegar a estos extremos y separarnos de estos recuerdos que son tan importantes, pero no tuvimos más alternativas”, indica Karlita, antes de despedirse.