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Los salmantinos fieles al Cristo de Cabrera

Varios cientos de personas iniciaron la peregrinación a la ermita
Los peregrinos del Cristo de Cabrera, momentos antes de iniciar la caminata.

 

[dropcap]P[/dropcap]Puntualidad británica la de los andariegos que este domingo pusieron sus pies rumbo a besar los pies del Cristo de Cabrera, una talla románica imponente

 

Los devotos del Cristo de Cabrera están ya de camino. Varios cientos de personas salieron de la Casa de la Iglesia a las 21.00 horas con destino a la ermita del Cristo.

Durante gran parte de la noche, está previsto que lleguen pasadas las 5.00 horas, estos peregrinos compartirán la dureza del camino, la fatiga, las lágrimas, las risas, el agua y la comida, porque este camino es de sanación, como todos los que tienen un final tan sagrado.

La leyenda

Cuenta la leyenda que publican en espaciorural.com que junto a la Sierra de Dueña, entre encinas y robles, entre ganado bravo, cercas y charcas, un pastor encontró en el hueco de una encina la imagen de un Cristo.

Tras ser colocada en un carro con bueyes, al pasar por la dehesa de Cabrera, los animales se detuvieron en seco. No pudieron avanzar más. El Cristo no deseaba otra cosa que permanecer allí por el resto de la eternidad. Así surgió la ermita de Cabrera para rendirle culto.

Su fama trascendió fronteras y el Cristo de Cabrera comenzó a recibir innumerables visitas en busca de una ayuda celestial. Miles de personas buscaban amparo en esta majestuosa talla de vastas proporciones. Las romerías eran cada vez más tumultuosas.

Durante la Guerra de la Independencia los franceses saquearon el lugar en su huida despavorida tras la Batalla de Los Arapiles en octubre de 1812.
Cuentan los más viejos del lugar que los soldados franceses intentaron quemar la talla una y mil veces, pero la madera no ardió. La prendieron de todas las maneras posibles. Pero nada. La llama se apagaba al instante. Asombrados y atemorizados, los franceses corrieron como alma que lleva el diablo y no regresaron jamás. Eso sí, con sus sesenta reales y treinta maravedíes en las talegas.

 

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