[dropcap]A[/dropcap]l volante no hay problema. Llevaba tanto tiempo haciéndolo que podía dejar de conducir, se encargaba su propia inconsciencia. Se podía permitir así pensar en las cosas más importantes y triviales mientras circulaba en dirección a un lugar cualquiera. En realidad es fácil, como todo, con la práctica suficiente. Muy fácil.
Es el caso de las luces de colores que se sujetan sobre, o a los lados de las carreteras. No hay misterio. Incluso habiendo sido daltónico le habría bastado con reconocer que el rojo está arriba y que siempre se muestra fijo. El verde, abajo. Siempre fijo. El ámbar en medio, lugar donde también habita la virtud. De acuerdo, a veces puede mostrarse de forma intermitente, cuando algo no funciona bien. Las menos ciertamente, pero sucede.
El rojo, muy fácil. Detente. Están pasando cosas en el cruce que te separa del otro lado. Para. Un sorbito de tiempo. Es cuestión de reloj. Si hubiera algún malfuncionamiento no estaría rojo, sino ámbar intermitente. Eso es todo lo que hay que hacer. Parar. El rojo es fácil. No es su culpa si llega tarde. Debió salir antes.
El verde, muy fácil. Continúa. Está diciendo que todas las señales indican que puede atravesar de manera preferencial. Ya se ocupa algún rojo de decir que nadie puede pretender cruzarse en su camino. Aunque tenga prisa, aunque llegue tarde. Es su problema, debió salir antes.
El ámbar es otra cosa, no es tan fácil. Como la virtud. No por su culpa, sino por la nuestra. Por esa búsqueda de la interpretación de los límites de las leyes, por esa ilimitada puesta en duda ventajista con la que partimos desde cada premisa por sencilla que sea. Por la confusión entre lo cierto y lo conveniente.
Y todo a pesar de lo claros que son en la auto escuela. En cuanto asome el ámbar, la luz de la duda, hay que parar. Así de claro. Y así se ejecuta durante un tiempo, exactamente el que se invierte haciendo como que aprendemos, el eufemismo que disfraza la búsqueda de un pedazo de plástico. Una aprobación. Una vez licenciados ya si eso vamos viendo. El ámbar no es rojo al fin y al cabo.
Es verdad. El ámbar no es rojo. No es verde, pero tampoco es rojo. Información suficiente para optar por acelerar para llegar lo antes posible, jodido tiempo. Y con sentido, quien va detrás pensará lo mismo y también acelerará, hay que evitar el alcance como sea.
Es verdad, circular es fácil. No le supone ningún problema. Tan fácil como para encontrarse con el deseo de que tan sencillas normas cromáticas puedan elevarse desde el asfalto al cable que sostiene nuestros descalzos pies a kilómetros del suelo. No son tantos quienes los mantienen ahí abajo.
Sería más sencillo acertar. En rojo parar, en verde continuar, en ámbar, visitar la precaución, valorar lo que viene detrás, lo que acontece a nuestra derecha y lo que puede sobrevenir por la izquierda antes del siguiente pie.
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