Ni los jugadores han estado a la altura de lo esperado, ni Hierro ha estado acertado, ni Lopetegui y el Real Madrid eligieron bien el momento, ni Rubiales gestionó bien la situación. Encontrar el grado de responsabilidad de cada uno será una labor de varios días, incluso meses, para dar un giro radical a la Selección. En septiembre comienza el camino a la Eurocopa 2020, para cuando ya debería estar el incendio, y sus rescoldos, bien apagados.
Antes del Mundial el modelo Lopetegui daba síntomas de cansancio, como se puso de manifiesto en los dos amistosos previos al campeonato.
Luego llegó la operación Florentino, que relegó su patriotismo a su interés personal (vaya novedad), y desestabilizó a la selección dos días antes del inicio del mundial con el fichaje exprés de Lopetegui, después de que le dieran calabazas su primeras opciones.
Esa maniobra inoportuna no permitió digerir el debate de si el seleccionador debía seguir o no y comenzó el torneo con un equipo sin director del orquesta.
El presidente de la Federación se sintió herido en su orgullo y fulminó al técnico vasco, que fue sustituido por Fernando Hierro, que ha hecho lo que ha podido. Pero mejor que no siga, el hombre.
Entre Florentino, Lopetegui y Rubiales la mataron y ella sola se murió, ahogada en sus pases monótonos, estériles y sin correr, porque se jugaba al trote, cuando no andando. Incluso para hacer el camino de Santiago hay que ponerle más afán.
Hubo jugadores que no estuvieron a la altura, algunos más que otros, pero el equipo o jugaba al trote o andaba como pollo sin cabeza por el campo, Y optó por lo primero.
Con todo, lo peor ha sido el trato que se le ha dado a Iniesta. Sacándolo del equipo titular en el último partido, quizá el peor de los cuatro jugados en Rusia por La Roja, a sabiendas de que era su último mundial, el último del jugador que nos ha dado la única estrella.
Ahora solo cabe seguir escarbando o comenzar una refundación.
