[dropcap]T[/dropcap]ras años de exigente formación reglada y de la otra, gracias a haber seguido el camino marcado por sus sabios mayores, habiendo ingerido litros de conocimiento de las experiencias adquiridas por todos los que siguieron antes que él ese camino, creyó estar seguro de estar a punto de estar a punto.
Conocimiento, esfuerzo y arrojo, todo indicaba que era el momento adecuado. Podría lanzarse con seguridad a las calles, sin temor, con un plan por el que no asomaban goteras. Lo había planificado tan concienzudamente que no cabía lugar al error. Bueno, hacía tiempo que trabó una buena amistad con él. Ya le suponía un estímulo encontrárselo de manera fortuita. Lo consideraba una característica indisociable de la perfección, señal más que evidente y consustancial de quien aprende. A ver quién es capaz de mejorar sin que medie la pifia, a ver qué conclusión más poderosa existe que la que la experiencia de un cardenal de culo desbancado, qué certeza mayor que el no todo es lo que parece después de comprobar que el asado está dulce o el café sabe a rayos.
Ya estaban trabajadas todas las variables, conocía sus debilidades, profesaba un inquebrantable respeto por las amenazas que podrían acecharle tras cada esquina, se sentía fuerte, disponía de toda la cole de libros de autoayuda (ay señor, llévame pronto), nada podía fallar en adelante, nada de problemas, solo puntuales oportunidades esperando puntuales a la cita.
Lo tenía atún, sus ojos interpretaban con nitidez, por sus oídos musicaban claros sonidos, olía a kilómetros, por piel un termómetro y su caminar andaba sincronizado con el diapasón de sus ganas, sus fuertes manos, sus incansables pulmones, sus vigorosos muslos y sus delicadas palabras. Nada podía fallar.
Dejó de pagar extensiones de garantía porque solo garantizaban al garante, porque solo de dioses es mediar en los acasos, así dejó para ellos el intento de prevenir lo imprevisible, bastante tenía con aquellos improbables previstos que nunca acertó a ver del todo por adelantado. La pre-potencia, esa energía entregada antes de tiempo, del todo agotada cuando se antoja necesaria.
Estaba listo, tenía la respuesta pero no era una concreta. De poco valía ir con la convicción de contestar – las cinco menos cuarto – independientemente de cual fuera a ser la pregunta. Esa solo vale si te preguntan qué hora es a las cinco menos cuarto.
No, no podía ser concreta, no puede serlo, nunca podrá. Mejor con lo justo. De ayer solo me acuerdo, mañana será nunca, hoy será recuerdo.
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