[dropcap]L[/dropcap]os primeros años de democracia los pasamos defendiendo la Constitución. Cada seis de diciembre celebrábamos su aprobación con festejos a los que asistían muchas personas que eran conscientes de que teníamos que defenderla. La prueba de que estaba en peligro la experimentamos en el golpe de Estado de Tejero y otros que fueron abortados posteriormente.
Quisimos dejar constancia de nuestro apoyo a la Carta Magna dedicándole una plaza que con anterioridad llevaba el nombre del Caudillo. En plena Gran Vía, enfrente del Gobierno Civil, y arropada por la Torre del Aire era entonces, a mediados del siglo XX, una plaza de nueva creación.
La lápida que descubrimos ocupaba un lugar en la pared del palacio de las Cuatro Torres y la leyenda era escueta: Plaza de la Constitución.
Con banda de música y acompañados del grupo folclórico Raíces Charras y del segundo teniente de alcalde, el bonachón de Pepe Castro, descorrimos la cortinilla que tapaba el rótulo para después escuchar los sones del Himno Nacional.
Al día siguiente la lápida apareció rota y con una pintada que decía: “abajo la constitución, cabrones los que la aprobaron”.
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