La JEC (yII)

JESÚS MÁLAGA: ‘Desde el balcón de la Plaza Mayor’ (Memorias de un alcalde)
La fachada remozada y con su nueva iluminación.

[dropcap]E[/dropcap]n el panorama universitario de los sesenta brillaba con luz propia la JEC, Juventud de Estudiantes Católicos, que aglutinaba a un gran número de alumnos, sobre todo aquellos que habíamos pertenecido a la Acción Católica en el bachillerato, y a otros universitarios procedentes de colegios religiosos. Los movimientos apostólicos especializados HOAC, JOC, JIC, JEC y JAR trabajaban con obreros adultos o jóvenes, los dos primeros, funcionarios, estudiantes y agricultores los siguientes. Estaban  mal vistos por la jerarquía, que había sido cogida a contrapié por el Papa Juan XXIII cuando convocó el Concilio Vaticano II. Recelaban de una nueva Iglesia, donde los laicos comenzaban a tener protagonismo, que renunciaba al latín como lengua oficial y que añoraba la predicación de los bienaventurados.

Nos reuníamos al menos un día por semana en el edificio de Santa Catalina, antiguo convento de Trinitarios, que permanecía abierto, casi ruinoso, en la calle de Zamora. Formábamos grupos por facultades, pero como éramos muchos en Medicina, nos agrupábamos por cursos. Allí nos conocimos María Riesco, Sariego, Márquez y otros muchos. Allí conocí a María José Gil, la que después sería mi mujer, que llegó a ser responsable de la JEC que realizaba su labor entre los bachilleres.

Cada uno de los grupos estaba asistido por un consiliario que nos asesoraba desde el punto de vista religioso, aunque nos dejaba una gran libertad en nuestros trabajos y conclusiones. La forma de funcionamiento era muy sencilla. Analizábamos la realidad a través de la Revisión de Vida. Cada uno de los temas de estudio pasaba por el tamiz de las tres preguntas clásicas: ver, juzgar y actuar. Las conclusiones nos llevaban a compromisos religiosos, sociales y políticos que confrontaban con la realidad que vivíamos a diario.

La JEC firmaba escritos clandestinos que se tiraban en multicopistas que estaban localizadas en algunas parroquias de la periferia, Pizarrales fue una de ellas. Los militantes arrojábamos en los pasillos y en las aulas las volanderas sin dejarnos ver.

Muchos de los consiliarios de entonces hoy ocupan puestos en las parroquias de Salamanca, están jubilados o han muerto: José Sánchez Vaquero, Moisés Sánchez, Pedro Antonio Márquez o Argimiro García, pero entre todos ellos destacaba Enrique Freijo, catedrático de Psicología Profunda de la Universidad Pontificia de Salamanca y profesor de Psicología Clínica en la Facultad de Medicina de la Universidad de Salamanca, al que Mauro Rubio Repullés, obispo de Salamanca y antiguo consiliario nacional de la HOAC, encomendó la pastoral universitaria de su diócesis.

Entre los dirigentes de la JEC del distrito universitario de Salamanca fue Enrique Clemente Cubillas, compañero socialista y amigo, el que llevaba la voz cantante. Representaba al distrito universitario en la dirección nacional y me consta que era uno de los dirigentes más influyentes a la hora de tomar decisiones. Enrique era la voz de la JEC y su oratoria fluida le aseguraba una fiel audiencia en sus intervenciones. Los militantes de la Juventud de Estudiantes Católicos estábamos en todos los foros universitarios, en las asambleas y en cuantos lugares éramos requeridos.

La JEC firmaba escritos clandestinos que se tiraban en multicopistas que estaban localizadas en algunas parroquias de la periferia, Pizarrales fue una de ellas. Los militantes arrojábamos en los pasillos y en las aulas las volanderas sin dejarnos ver. Una mañana, María Riesco y yo fuimos los encargados de inundar de octavillas la sala de disección de anatomía. El catedrático de la asignatura, Pedro Amat, supo o sospechó quiénes habíamos sido y, ese mismo día, cuando estábamos tomando café con Freijo en la cafetería de la Facultad de Medicina, nos saludó guasonamente, con una sonrisa que dejaba traslucir la confidencia.

En los años 63, 64 y 65 la actividad de los miembros de la JEC fue febril. Fui responsable de la Facultad de Medicina y llegué a ser el tesorero del distrito de Salamanca. Para los desplazamientos no teníamos suficientes recursos económicos con las cuotas que abonábamos los militantes y precisábamos de la ayuda de don Mauro.

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