[dropcap]E[/dropcap]ra cuestión de tiempo encontrarse en esa de tener que exponer todo lo aprendido a lo intenso del largo curso. Malditos necesarios exámenes. Minutos para mostrar la digestión de todo lo masticado durante meses. Y la correspondiente penitencia que marcará la aptitud o la impericia respecto la materia concreta. Rehacer de nuevo o hacer de renuevo.
A todos se les contó lo mismo, cada uno disponía de las mismas pistas, hasta ahí absoluta igualdad, a partir de ahí, rienda suelta a cada individuo según su individualidad. Para la tercera parte, para el profesor, un ejercicio de interpretación. ¿Se sabe de lo que se habla o se habla de lo que se sabe? ¿Sabe enseñar o enseña a saber?
Los del pico y la pala acataban la propuesta por adelantado y sin rechistar. Los de la guitarra prefirieron apostar sus pepitas de oro en la búsqueda de la eficiencia plena desde el principio. Se molestaban con razón cuando les decían vagos, no lo eran en absoluto, simplemente aspiraban al mejor resultado a partir de la mínima inversión posible. Honorable matrícula en ambición, el resto es entropía.
Los primeros trabajaron tenazmente, los segundos, con esa misma tenacidad, reirían puntualmente a lo largo de todo el año. Entre ambos planes, kilómetros de escepticismo, los del otro lado no pasarían un invierno digno. Y de esos, se garantiza al menos uno al año.
Llegó el momento. Exactamente unos inexactos días antes del adecuado llegó el juicio. Para todos, los esforzados y los del sombrero de paja. Imagina, de repente citados con carácter de urgencia por un tal tiempo. Ansiedad por pre-ci-citación.
Los hormigas se mostraron imperturbables. Qué chuleta ni qué chuleta, saben de sobra lo de las vacas flacas, desde el principio, siempre aprovecharon todo el tiempo, lo suyo es trabajar, convencidas de que el frío espera a la vuelta de la esquina. Confiadas en su velocidad, sin descanso, la relajación nunca es opción, cada semilla al cajón.
Los cigarras también tenían clara su estrategia, evidentemente la contraria. Prepararon el cambiazo, se escribieron las piernas, llevarían un pinganillo y mi favorita, la que se hace con dos palitos de chupa-chups, un folio recortado a tal anchura y una goma pequeña para sujetarlo en forma de pergamino. Confiados, fuego con la chuleta.
Todos pusieron la carne en el asador, pero todos suspendieron. Las rápidas hormigas dedicaron tanto fuego a la labor que se olvidaron del tiempo. La pira resultó en tizón. Crudo y frío ese corazón.
A las cigarras les sucedió lo contrario. Les faltó tanto combustible como reloj sobró. Poco digerible esa enseñanza tardía, con sus medios esa carne solo se templaría. Trataron de disfrazar su inmasticable y seco chicle con una sabrosa salsa de cabrales pero esa segunda chuleta tampoco coló entre los comensales.
Demasiados planes para una receta tan sencilla. Solo el tiempo idóneo. Solo la temperatura adecuada. Sal al gusto y el culo en una silla.
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