[dropcap]E[/dropcap]l Campo de San Francisco es la zona verde más antigua de la ciudad. Sus espacios inspiraron a Unamuno o Martín Gaite entre otros literatos.
Este trocito de Salamanca cuenta con una historia detrás, como todas las ciudades ‘viejas’ que atesoran leyendas, porque han sido testigos mudos del devenir de hombres y mujeres durante milenios.
El franciscano Campo de San Francisco, que decía Unamuno, está ubicado entre la Veracruz y el desaparecido convento de San Francisco el Real y la Orden de San Francisco de Asis, quizá por ello, el filósofo lo denominaba el franciscano. También lindaba con los jardines que tuvo el palacio de Monterrey y con el convento de las Adoratrices.
Si tuviéramos que poner un punto de partida a la historia del Campo de San Francisco, ésta comenzaría en 1700. Por esta época, las autoridades quieren construir dos cuarteles en esta zona, proyecto que se cancela al estallar la Guerra de Secesión y posterior Guerra de la Independencia.
En ese solar, la cofradía de la Veracruz mandó construir el Humilladero en 1710. El cronista salmantino Villar y Macias describe en su libro ‘Historia de Salamanca’, así el monumento: «Estaba situado en el campo san Francisco frente al convento de las Úrsulas. Conocido popularmente con el nombre del Crucero. Cerraban este humilladero hermosas verjas y le adornaban diez y ocho corpulentos y frondosos álamos». Este Humilladero se derribó en 1787. (El Crucero que se puede ver en la actualidad es una obra franquista, que se erigió al terminar la Guerra Civil en homenaje a los caídos en el bando nacional).
A mediados del siglo XIX, 1828, los responsables municipales ven cómo esta zona de Salamanca está deteriorándose y creando inseguridades para la ciudadanía. Por ello, las autoridades deciden limpiar este área y plantar más de seiscientos álamos y colocan allí la fuente de la plazuela de Monterey.
Hablando de agua. Este parque, además de servir o ser la excusa del recreo, paseo o cortejo, también fue el lugar donde se avituallaban los salmantinos de agua para beber, ya que una de sus fuentes era de las más abundantes de la ciudad.
El Campo de San Francisco se puso de moda, al ser la continuación del paseo que los salmantinos realizaban a la Plaza Mayor. Además, allí tocaban los jueves y domingo los músicos de la orquesta del Hospicio.
Una década después, el campo volverá a verse transformado, porque el consistorio decide ceder parte del espacio para edificar una plaza de toros que se inaugura en 1840. Eso sí, está poco tiempo en funcionamiento, porque en 1867 el coso, que siempre presentó defectos e inseguridades en su construcción, se derribó.
El solar donde estaba la plaza de toros lo camparon las religiosas de la Orden de las Adoratrices y construyeron allí el convento en 1886.
A las hermanas, se le suma en 1891 un vecino ilustre al Campo de San Francisco. Ese año llega para tomar posesión de su cátedra de Griego un recién casado Miguel de Unamuno que alquila una vivienda junto a este rincón verde y de las ‘afueras’ de la ciudad.
Luciano Egido, en su su libro ‘Salamanca, la gran metáfora de Unamuno’, señala que la primera vivienda de Unamuno estaba junto al Campo de San Francisco. Sus primeras anécdotas de casado y de padre están unidas a aquel provinciano parque, que mantuvo siempre para él un lírico atractivo de silencio, de humildad y de mustia belleza declinante. Aquella mezcla de árboles sedantes en un horizonte de piedras gloriosas, conjugaba admirablemente con sus íntimas necesidades espirituales.
Allí al lado de la capilla de la Veracruz eterniza la expresión del dolor sobrehumano la Dolorosa del Corral.
Al parque de San Francisco, poema de Unamuno:
Enterraré en ti, mi visión del Campo de San Francisco,
hambre loca de imposibles sosiego, raíz de Cristo.
Cubran cipreses a las áureas torres, cielo divino,
y canta en mayo su prieta verdura fruto de trinos…
Que montón de momentos, puro monte, mítico, místico,
montar, escando de Dios el peldaño fuente de ríos,
recuerdo encerados, vida mía tras tierno olvido…
Toma tierra el cielo, cielo, la tierra, carne de Cristo,
la Dolorosa con sus siete espadas, fiel acerico,
rojo fruto, corazón todo madre, trágico sino,
y el dolor si orillas se hace largo claro, tranquilo,
en dulce pan de descanso soñado azul cobijo,
mi humilde, pobre hermoso, Santo Campo de San Francisco.
En 1919, las autoridades deciden que hay que talar los árboles del Campo de San Francisco sufre una poda salvaje y Unamuno muestra su descontento por esta iniciativa y así se refleja en El Adelanto. «El Sr. Unamuno se lamenta del desmoche verificado con la poda en el arbolado del Campo de San Francisco, donde sólo han quedado intactos los cipreses, que son árboles funerarios, y según algunos hasta reaccionarios».
En 1926, el Campo de San Francisco acogerá una pequeña biblioteca que corre a cargo de la Caja de Ahorros. La biblioteca estaba abierta toda los meses de primavera y verano.
Entre los lectores que se acercaban a disfrutar de un libro en el Campo de San Francisco se encontraba Carmen Martín Gaite, que según escribía en su novela biográfica El cuarto de atrás. «Hubo una temporada en que empecé a llevarme El Quijote por las mañanas al Campo de San Francisco, un recoleto parque salmantino del que gustaba mucho don Miguel de Unamuno».
Desde hace varios años, durante unas semanas de verano, la biblioteca del Campo de San Francisco ha recobrado la vida. Quizá sea el momento, de incorporar el solar de las Adoratrices, propiedad de la antigua Caja Duero, a este Campo de San Francisco, del que en su día formó parte.