[dropcap]S[/dropcap]eguimos hoy la crónica del Convivium de Filósofos. Lo de hoy es, pues, algo así como el final del acta de lo que se habló en las Terrazas de Fleming, con Carmen Prieto-Castro y Ramón Tamames como anfitriones del singular evento.
Juan Arana, Catedrático de Filosofía de la Universidad de Sevilla, y miembro de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, leyó un escrito un poco largo, pero que merece la pena transcribir íntegro:
Dado que nuestro amigo y anfitrión ha querido formularnos sus preguntas por escrito, yo voy contestarle utilizando el mismo procedimiento, y así por lo menos conseguiré no excederme. Empezaré consignando que Ramón [Tamames] es uno de los pocos que me han conferido el título de “antropólogo”, lo cual, si se entiende en sentido de un “profesional” de la antropología, implica un honor inmerecido y por tanto un halago…
Allá por el año 1969 estudiaba en una escuela de ingenieros. Un buen día algo anecdótico me puso en el disparadero de encontrar mi genuina vocación: fue un comentario casual -y desatinado- de un compañero en la cafetería de la Escuela de Caminos: “¿Sabes, tío? He leído en el periódico que Nietzsche se volvió loco porque tenía demasiado ácido láctico en el cerebro…”. Tal fue el pinchazo de esa observación, que se me desinfló el interés por la resistencia de materiales y el cálculo de estructuras. Poco después emprendí una trabajosa lectura de El fenómeno humano de Teilhard de Chardin. Al final, dejé la ingeniería y me matriculé por libre en Filosofía.
Sin embargo, y como os he adelantado, mi dedicación específica ha estado alejada de la antropología hasta hace pocos años. ¿Por qué? Porque he seguido siendo toda mi vida un “chico de ciencias”… Por supuesto, no se trataba de si la ciencia ha explicado a satisfacción qué es el hombre, ya que es obvio que no lo ha conseguido, como tampoco cosas más sencillas, como qué es la vida, qué es el universo o qué es la materia. Lo que he perseguido siempre es poder hacer un pronóstico fundado sobre si conseguirá explicarlo algún día, en un futuro más o menos remoto. Para eso descubrí que había que aprender a diferenciar entre enigmasy misterios. Los primeros consisten en preguntas que no han encontrado respuesta todavía, pero que suscitan esperanzas razonables de que acaben siendo aclaradas. Pues bien, salvo en lo que se refiere a su más remoto origen, creo que el universo, la naturaleza inorgánica e incluso la vida están repletos de enigmas, pero no veo que encierren misterios absolutamente refractarios a las armas de la ciencia, armas que se reducen en último término a unas tenazas cuyos brazos se denominan respectivamente “azar” y “necesidad” [hoy Monod; ayer Leucipo y Demócrito].
Durante tiempo y tiempo me pregunté si con ayuda de esas tenazas se podría despiezar todo lo que se refiere al hombre, sin dejar residuo alguno. Por eso he dedicado desde hace bastante tiempo un interés particular a conocer los resultados de las neurociencias y la inteligencia artificial.
Finalmente, he llegado a una conclusión. Dicho así de tajante puede sonar pretencioso, pero es más bien algo pragmático: cuando uno cumple 65 años es hora de empezar a hacer balance o, lo que es lo mismo, formular sus apuestas definitivas. Lo otro sería filosofar sub specie aeternitatis, que está más allá de lo que pretendo. Pues bien, la enseñanza que me ha aportado una vida de estudio y reflexión es que el hombre contiene un misterio (bueno en realidad muchos, pero hay uno en que se resumen todos los demás). ¿Cuál es ese misterio? La conciencia. Escribí un libro donde explicaba cómo había llegado a esa convicción y probablemente dedique el tiempo que me queda de vida a glosarla e intentar confirmarla o desmentirla. Con lo cual, después de todo, Ramón tenía razón: yo era filósofo, pero ahora antropólogo, y no precisamente de los que cultivan la antropología científica.
Con el agradecimiento del anfitrión [por la perspicacia del paso de Filosofía a Antropología], y la general satisfacción por cómo ha evolucionado el Prof. Arana, siguió la sesión, ahora más por el enigma que por el misterio, y como interviniente sucesivo habló Ignacio Para, Presidente de la Fundación Bamberg y especialista en Ciencias Médicas, quien evocó las ideas de Juan Jacobo Rousseau (JJR), surgidas de su aversión por la monarquía absoluta, a la que opuso el contrato social, que más bien responde a la llamada de la organización independiente de las personas. Desde la revolución francesa a las democracias incipientes del siglo XX, hoy por hoy las únicas democracias exitosas han sido las liberales y parlamentarias. Así las cosas, con la división de poderes, de Locke primero y de Montesquieu después, hemos llegado a una situación de partitocracia, que ha dado lugar a malformaciones de filosofía política como es el populismo, que no olvidemos fue el que dictó la muerte de Sócrates.
JJR, en su libro Emilio o la educación, concluye que la primacidad de respetar a los demás viene de la necesidad de ser amado y respetado uno mismo por los semejantes, de manera que la clave de la felicidad consiste en el bienestar de los demás. La felicidad viene del reconocimiento más profundo de los demás para quererles.
En otras palabras: ¿en qué consiste el hombre sin esos demás? Somos seres sociales y aspiramos a ser aplaudidos, escuchados y comprendidos. Nosotros estamos, existencialmente, solos en la medida de nuestra vida en sociedad, con todas sus interacciones. Por eso, el populismo que ahora nos acosa es una interacción errónea, simplemente porque exacerba el odio para conseguir el poder. La verdad es que Ignacio Para se quedó ahí, y nos dejó con la miel en los labios.
Todos, eso pareció, se mostraron de acuerdo JJR e Ignacio Para, y la palabra pasó entonces a Rafael Bachiller, Astrofísico, director del Observatorio Astronómico Nacional, muy versado en Cosmología en la que él trabaja cada día, algo que ciertamente ayuda a los planteamientos filosóficos porque ofrece el cambio secuencial, la evolución tanto del universo como de la propia civilización que lo estudia.
El conocimiento viene de la imaginación a partir de situaciones concretas: por ejemplo, del momento cero del Big Bang. Un concepto promovido por un sacerdote belga, Georges Lemaître, pero que él mismo -conversador con Einstein- juntó nunca con el concepto religioso de la creación ex nihilo.
Rafael Bachiller, luego envió un buen resumen:
El ser humano puede apoyar sus creencias religiosas tanto en los sentimientos y emociones como en la observación de la naturaleza. La cosmología, sin embargo, es una disciplina meramente racional basada en las observaciones astronómicas y en la aplicación de las leyes de la física que, por ahora, y sorprendentemente, parecen válidas en todo el universo. Parafraseando a Bertrand Russell, la cosmología puede ofrecernos conocimiento, pero no puede ofrecernos una certeza de carácter trascendente. Yo creo, por tanto, que la ciencia nunca nos ofrecerá respuestas a las grandes preguntas, nunca colmará nuestras ansias de certeza. Es más, cuanto más secretos nos desvele la ciencia, más grande será el perímetro de lo conocido y más territorio ignoto quedará por explorar tras el horizonte del saber, según ese horizonte retroceda.
Ante la pregunta de si estamos solos o no en el universo, cabe recordar tres hechos: (i) hay miles de planetas ya identificados y todo parece indicar que hay más planetas observables que granos de arena en todas las playas del planeta Tierra, (ii) las leyes de la física conocida y, por tanto, las de la química y las de la biología, se han revelado válidas en todos los rincones del cosmos observable, y (iii) la vida -al menos en el único caso que conocemos, el terrestre, es un fenómeno muy robusto: el desarrollo de la vida en la Tierra no se vino abajo a pesar de las múltiples catástrofes a las que se ha visto sometido nuestro hábitat global durante su historia de 4.500 millones de años.
Al considerar esos tres hechos de manera conjunta, resulta muy tentador extrapolar que la vida debe de ser un fenómeno corriente en el universo. Ante la paradoja de Fermi (¿si no estamos solos, por qué no encontramos a los extraterrestres?), cabe anteponer las grandes distancias interestelares e intergalácticas (el espacio está muy pero que muy vacío) y cabe recordar que la forma de vida predominante a lo largo de la historia de la Tierra ha sido la microbiana.
Desde luego, el Prof. Bachiller nos dejó en la expectativa de más cosas. Pero no había tiempo para todo. Había que seguir, y el siguiente turno le correspondió a Bruno Lantero, pensador con Máster Filosófico de Oxford, quien se preguntó: ¿Prepara la filosofía mejor para la vida? Opinó que sí, y si el animal tiene garras y colmillos, las personas tienen mente. Y en cuanto a las relaciones entre religión y Filosofía, a propósito de lo dicho por Bachiller, disintió, postulando que sí tienen mucho que ver, al querer, ambas, dar sentido a la vida. La filosofía permite ampliar todos los atributos del ser, ya que somos singularidad y seres únicos per nos. Hay que decir a los hijos: se debe vivir el presente, ser auténticos, honrar a padre y madre, como dice San Agustín, buscar en nuestros origines el sentido de la vida, que es como buscar la propia felicidad.
Y del autor de la De civitate Dei, pasamos a María Muñoz-Grandes, investigadora social en Massachusetts, quien se refirió a la necesidad de que siendo filósofos y pensadores hemos de contribuir a crear imágenes del mundo y del hombre, y si no, mantenernos callados (Ortega dixit). Su trayectoria personal como estudiosa en EE.UU. desde la filosofía hasta la psicoterapia, significó para ella un hallazgo importante, de cómo los seres humanos estamos limitados por nuestra condición, tal vez dependiente de una categoría, de una serie de valores y programas, empezando por lo primero: amar a Dios, y honrar padre y madre. En lo que coincidió con su señor progenitor, el Teniente General Muñoz Grandes, que se refirió a los valores de defender a los demás desde el oficio de soldado, dispuesto a dar la vida para proteger a los demás, con la satisfacción suprema por el deber cumplido.
Emilio de Diego, historiador, Secretario General de la Real Academia de Doctores y correspondiente de Ciencias Morales y Políticas, recordó hasta la saciedad la importancia que tiene la educación con aporte de la Historia. De modo que escribir nuestra historia presenta problemas de perspectiva e interpretación, como el Rashomón de Kurosawa: un mismo hecho histórico tiene varias interpretaciones verosímiles, según quién.
La historia, agregó el Prof. De Diego, se escribe principalmente desde las interrogantes del presente, que incluye la necesidad de pensar y saber pensar, aunque vamos a una disponibilidad del tiempo menor para pensar. El conocimiento de la historia, desde los tiempos de Tucídides, es una necesidad, colectiva e individualmente: sin Historia no sabemos quiénes somos, no tenemos propia identidad.
Felipe Debasa Navalpotro, Profesor de la Universidad Rey Juan Carlos, Secretario perpetuo (en funciones) de la Sociedad de Pensamiento Lúdico, manifestó en el momento de su intervención -ya con las prisas de cerrar la sesión- que desde el primer homínido a la actualidad hemos vivido en la Tierra muy poco tiempo, apenas un minuto de un día de la historia de la Tierra en veinticuatro horas (Carl Sagan lo propuso), y una buena cantidad de datos nos están haciendo cuestionar el futuro de la humanidad. En esa dirección, para Navalpotren, en el transhumanismo puede estar la recta senda de futuro.
A ese respecto, hoy en día mediante un análisis genético es posible saber de dónde viene cada persona, por lo que dice su propio ADN explicitado, y debemos tener muy claro que no somos iguales. Los seres humanos, cada uno, tiene su fecha de caducidad y un secuenciador de ondas cerebrales -que Felipe compró vía Amazon-, permite saber si nuestro cerebro está relajado y cuando puede concentrarse. Eso permite al ser humano estar en una nueva categoría ontológica del referido transhumanismo. Es necesario juntar las ciencias y las humanidades para tener nociones transversales en la sociedad.
La sesión aún discurrió por un tiempo, con intervenciones de Jueni López de Lamadrid, y Carmen Prieto-Castro. Que estuvieron muy lúcidas y mostraron su apoyo a tesis ya defendidas sintetizables con aquello de “amaos los unos a los otros”.
Y al final, porque todo lo bueno que hay en el mundo tiene inevitablemente un final, nos levantamos de la mesa. Y el anfitrión -y redactor de este acta, Rodrigo Carlón Tamames- llegamos a la conclusión ortegiana de que Filosofía es lo que meditan los filósofos, y que el hombre es un animal político, el zoon politikon de los griegos…
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