La Parroquia de Pizarrales

JESÚS MÁLAGA: ‘Desde el balcón de la Plaza Mayor’ (Memorias de un alcalde)
La iglesia vieja de Pizarrales. (Archivo)

[dropcap]E[/dropcap]n aquellos años eran muchos los barrios de Salamanca que podían considerarse obreros. Pizarrales, Chamberí, Alambres, La Vega, San José, Tejares, Puente Ladrillo, Blanco, Carmen, Salas Pombo y Garrido tenían entre sus vecinos muchos trabajadores por cuenta ajena. Pero el barrio obrero por antonomasia era Pizarrales. En su parroquia había sido nombrado párroco hacía unos años Jesús García y coadjutores Joaquín Martín y Santiago Sánchez. Se sabía en la Universidad que en esta parroquia se había apostado por seguir los postulados del Concilio Vaticano II y la pastoral encarnada en la realidad de pobreza de los habitantes del barrio. A los que optamos por el apostolado en el mundo obrero Freijo nos recomendó integrarnos en las actividades de la parroquia de Jesús Obrero, y así lo hicimos.

Cuando llegamos a Pizarrales, lo primero que nos encomendaron fue la alfabetización de los jóvenes del barrio. Íbamos a las casas de los trabajadores y dábamos clase en pequeños grupos, de dos o tres, al caer la tarde, cuando los obreros salían de su trabajo. Surgió entonces entre los jóvenes universitarios y trabajadores una amistad que se plasmó en la creación de centros de ocio para pasar los sábados y los domingos.

Así surgió un centro de ocio en la zona de la calle La Vitoria, en una casa que nos ofreció la familia de Pepe Morales, el conductor de la alcaldía. Estuvo abierto unos meses y a él se adscribieron chavales del viejo Pizarrales. El otro club, así los llamábamos, surgió en pleno centro de la ciudad, en unos locales pertenecientes al convento de las Úrsulas, en lo que hoy es el Camelot. Estaba equipado con un escenario para hacer teatro y mesas de juego a las que le dimos utilidad rápidamente. En ambos clubs se bailaba durante tres o cuatro horas los domingos. Utilizábamos un tocadiscos y discos que aportábamos desde nuestras casas. María José prestó más de una vez su pequeña discoteca y su “picú” para los eventos de las Úrsulas. Ella fue presidenta durante largo tiempo del club de abajo, y su amiga y compañera, Carmen Acosta, del club de la calle la Vitoria.

La actividad de esos años era intensa. Pasábamos toda la mañana en la Facultad y por la tarde, en vez de estudiar, nos íbamos a Pizarrales, donde trabajábamos en cuantas actividades nos encomendaban. En ese tiempo intimamos con los curas de la parroquia y creamos unos lazos de amistad con ellos y con un grupo de chicos del barrio que estaban ansiosos de aprender y de hacer cosas. Preparamos una obra de teatro, y la representamos como pudimos. Asistieron los padres y familiares de los comediantes y, como todo quedó en casa, fue un éxito. Muchachos que tenían una bajísima autoestima comenzaron a ser valorados por su trabajo y por su valía.

Poco a poco muchos trabajadores fueron integrándose en los grupos de acción de la parroquia, que se convirtió en un hervidero a todas las horas del día y en el referente del barrio. Coincidiendo con la inauguración de la iglesia nueva, en sus sótanos, fue surgiendo la formación permanente de adultos. Los chicos que no habían ido a la escuela el tiempo suficiente por tener que trabajar para llevar algo de dinero a sus casas, después de ocho o diez horas de trabajo, se sentaban en un pupitre y aguantaban dos horas más de esfuerzo para aprender a leer, escribir, multiplicar o dividir, aprendizaje que le serviría para su vida cotidiana.

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