El pasado mes de junio se dispararon las alarmas. La compañía danesa Vestas anunciaba una reducción drástica de las líneas de trabajo de su centro de Villadangos del Páramo (León) y el pasado lunes, dos meses después de iniciado el conflicto laboral, comunicaba su decisión de cerrarlo con el argumento de una previsión de baja producción. La multinacional mira hacia Rusia y Argentina como destinos de sus políticas de expansión y, cómo no, hacia China.
Elena F. Gordón/ ICAL. La ‘espantada’ que desde las administraciones se pretende revertir dejaría en la calle a cientos de personas, en desiguales circunstancias, para asumir el fin de una etapa y el incierto inicio de otra. Este golpe llega en un momento delicado para los que sostienen núcleos familiares y quienes tienen una edad en la que resulta más complicado el acceso al mercado laboral y para.
Luis Miguel Ramos García, de 42 años, está soltero. Operario de producción, lleva siete años y medio en Vestas. Antes trabajó de mecánico y supo lo que era estar en el paro más de dos años. Su puesto en la planta de Villadangos le proporcionó el periodo de estabilidad laboral más largo vivido hasta ahora. Pendiente de las condiciones en las que vaya a producirse la salida de la empresa, comenta sobre su futuro que “no lo veo muy claro, digo yo que algo de trabajo hay, pero lo que prevalece son las ETT (Empresas de Trabajo Temporal) y lo precario”, afirma.
Con 32 años, casado y padre de un niño de dos, Pablo Martínez acumula diez años de experiencia en Vestas, aunque su vida laboral comenzó a los 18. “Era una buena oportunidad, se vendió como la fábrica del futuro, de algo que iba a tener continuidad cuando se acabase el carbón”, explica y tilda de “catástrofe” el cierre de la factoría, que todavía ve evitable.
“Tenemos la esperanza de poder sujetarlos aquí”, recalca este delegado sindical de UGT que detalla que necesitaría un amplio periodo de reciclaje para afrontar nuevos horizontes laborales y quizá un apoyo familiar más amplio, que no tiene en León e incide en que “tenemos unos cuantos trabajadores de entre 50 y pico años y 60 años que son los que peor van a quedar”. La situación es más que complicada pero pretenden mantener la lucha a pie de fábrica mientras políticos e instituciones intentan evitar lo que para algunos, lamentablemente, es irremediable.
Desde Valladolid y empujado por el cierre de la empresa Tico Microset, que dejó en la calle a 300 trabajadores, llegó a León Juan Carlos Sanz, que ahora tiene 61 años y lleva una década en Vestas. Su familia -mujer y una hija- nunca se mudó y él lo hizo animado por su hermano, que ya trabajaba en la planta de Villadangos del Páramo.
“Hemos tenido incertidumbre todos los años, bastante altibajos y hubo un ERE que iba a durar seis meses y duró dos. Ahora, intuíamos algo, porque cuando no sabes la producción ni te quieren decir nada y solamente deseaban acabar el pedido pendiente, te imaginas lo peor”, lamenta. Si la fábrica cierra, tendrá una indemnización y estará dos años al paro antes de intentará prejubilarse. “A mí, dentro de lo malo, me ha cogido bastante bien. El mercado no está bien para gente mayor”, señala.
Del todo a la nada
Fue en julio de 2006 cuando el presidente de la Junta, Juan Vicente Herrera, inauguró de manera oficial la planta de Vestas, la primera gran compañía que comenzaba a funcionar en el polígono industrial de Villadangos del Páramo (León), con una inversión inicial de diez millones para generar 150 puestos de trabajo. En julio de 2005 se había concedido la correspondiente licencia y el alcalde, Teodoro Martínez, recuerda que había prisa por comenzar. “Fue la primera a la que se le dio y empezó las obras; incluso tuvimos que recibirlo rápidamente porque tenían que entrar con las máquinas”, explica.
La llegada de la firma líder mundial en la fabricación de instalaciones eólicas suscitó, dice, “una ilusión inmensa” que ahora se torna en “decepción absoluta”. La dirección comunicaba ayer la decisión de cierre de la factoría, que actualmente cuenta con 362 empleos directos, pero cuyo radio de influencia, con casi otros 300 puestos indirectos, alcanza, según el alcalde a 2.000 personas.
Con las barquillas del modelo de aerogenerador V90 como »producto estrella», la planta creció en producción y plantilla, apoyada también con ayudas públicas. Aunque no faltaba algún sobresalto a finales de año por la incertidumbre sobre la posible carga de trabajo para el siguiente ejercicio, los empleados reconocen unas buenas condiciones laborales y una estabilidad que ahora parece esfumarse y que dejaría un poso amargo en todo el entorno.
¿Qué falla?
“Algo se está haciendo mal. Esto no puede ser, en una zona despoblada y con poca juventud. Machacan el sector secundario de forma mezquina”. Es la reflexión que lanza el alcalde, que reclama un cambio legislativo que impida que las compañías que se instalan en un territorio al amparo de la protección e implicación financiera de las administraciones se vayan como lo hace Vestas.
“No puede ser que les demos grandes ayudas a las empresas y luego nos dejen tirados; una cosa es que se hubieran arruinado o no hubieran tenido ventas. No entendemos que Vestas pueda hacer esto, nos defrauda totalmente. Las administraciones tienen que empezar a tomar medidas para que esto cambie”, subraya antes de recordar una crisis superada en 2012 y añadir que creía que la actual también pasaría. “No son lo que creíamos que eran”, concluye.