100 años con ‘guardas’

El Parque Nacional de Picos de Europa, el primero de España con esta figura de protección, cumple cien años desde la inauguración de Alfonso XIII el 8 de septiembre de 1918
El Rey Alfonso XIII inaugura el Parque Nacional de Picos de Europa el 8 de septiembre de 1918. Ical / ICAL

 

[dropcap]P[/dropcap]icos de Europa es el paisaje natural más bello que he conocido. Y he contemplado paisajes muy impresionantes en los 94 países que he visitado. Los hay maravillosos en Latinoamérica, pero la belleza armónica de Picos es incomparable. Yo no recuerdo un paraje tan bonito». El expresidente del Gobierno José Luis Rodríguez Zapatero conoce bien este espacio. Lo mamó durante muchos veranos de su infancia y recorrió sus cumbres, senderos y canales más adelante. Incluso, allí se escapaba durante su etapa como jefe del Ejecutivo para aparcar la actualidad; quizás reflexionar sobre algunas de sus iniciativas…

 

Juan López/ ICAL.  Donde el agua ha fraguado, con el paso de miles de años, un territorio especial de hayedos, praderas y caliza que dan cobijo en armonía a rebecos, oso pardos, lobos, y al casi desparecido y mítico urogallo. Y donde el hombre ha moldeado con sus manos desde tiempos inmemoriales su paisaje, un balcón hacia la Meseta. Picos de Europa es el único parque nacional con núcleos habitados.

Pedro Pidal, Marqués de Santillana. Ical / ICAL

Rodríguez Zapatero, Carlos Soria, Julio Llamazares o Isidoro Rodríguez Cubillas, entre otros, en charla con Ical dan fe de que es un lugar único. El Parque Nacional de Picos de Europa cumplirá oficialmente cien años el próximo 8 de septiembre. Alfonso XIII plasmó en 1918 con un acto oficial de inauguración la ilusión y el trabajo del senador asturiano, Pedro Pidal, marqués de Villaviciosa, apoyado en la sabiduría ancestral y el conocimiento de un pastor leonés, Gregorio Pérez ‘El Cainejo’. Su nieta, Leandra Pérez, le recuerda con entusiasmo: «Mi abuelo fue el descubridor más famoso en Picos; a ningún alpinista, guía u otra persona se le recuerda como a él».

Picos, como todos lo conocen en Asturias, Cantabria y León, rezuma paz y tranquilidad. Es allí donde las manos del hombre acarician el cielo. Donde las cumbres y el firmamento se unen para conformar un paraíso, un edén de 500 millones de años y un espacio único desde el punto de vista geológico, natural, económico, turístico y social.

Mirador de los Porros, Soto de Sajambre. Eduardo Margareto / ICAL

«Es un gran exponente de esa riqueza que tenemos, de su biodiversidad; y una permanente apelación a ser conscientes de que el planeta puede vivir sin la especie humana, pero la especie humana no puede vivir sin el planeta Tierra», desliza Rodríguez Zapatero. «Un lugar de ensoñación, una fábrica de sueños que existe geográfica y realmente, pero que tiene una connotación legendaria por los marineros que los veían cuando se acercaban a las costas del norte de España», evoca el escritor leonés Julio Llamazares.

Cien años de historia

El Parque Nacional de la Montaña de Covadonga, como se llamó en 1918, fue el primero declarado con esta figura en España. Sus menos de 17.000 hectáreas iniciales, que recogían únicamente territorio asturiano y leonés, suman hoy en día 67.127 gracias a dos ampliaciones en 1995 y 2004, con los macizos Occidental o Cornión, Central o Urrieles, y Oriental o Ándara. En ellos afloran y erosionan cuatro ríos: el Deva y Sella, limítrofes, y el Cares y Duje.

Rebecos en el Valle de Llos. Eduardo Margareto / ICAL

Presentan la mayor formación caliza de la Europa Atlántica y entre sus riscos habita el simbólico rebeco, a quien Pidal pretendió defender del furtivismo con su declaración como Parque Nacional. Sus bosques están poblados de corzos, ciervos, jabalíes, lobos, el oso pardo y el muy amenazado urogallo; en sus cielos sobrevuelan el buitre leonado, el águila real y alguna pequeña colonia de alimoche, y en su territorio la riqueza vegetal es incuestionable. En su interior guarda tesoros como el monte de tilos de Corona, en Cordiñanes, una fuente de riqueza en el pasado que explotaron los vecinos de la zona y un espacio «singular», solo comparable con otro igual en Japón, según desliza el biólogo y veterinario Francisco Javier San Juan.

Una personalidad forjada por las cumbres

En Picos de Europa su gente es diferente, especial. El director del Parque Nacional, Mariano Torre, lo tiene claro: «Si la gente dejara de vivir allí sería otra cosa, puede que ni mejor ni peor, pero sería otra cosa. Tenemos un paisaje que está construido por el uso ancestral de cientos de años y que tiene mucho que ver con la permanencia de la gente y con que esta siga usando este terreno». «Forja la personalidad de tener templanza», añade el expresidente del Gobierno para quien hay dos características que definen a los lugareños: la dureza y la tranquilidad con que se toman la vida.

Ruta del Cares. Eduardo Margareto / ICAL

En Picos de Europa es necesario perder la cordura para poder alcanzar puntos tan altos como Peña Santa, Naranjo de Bulnes, Llambrión o Torre Cerredo, que con sus 2.650 metros de altura es el techo de este retiro dorado. Pero también para habitar refugios como Vegabaño o Collado Jermoso, lugares idílicos para disfrutar de puestas de sol únicas.

«Para vivir así, aislado, hay que tener unas particularidades y ver la vida de otra manera. Obviamente nos gusta esto porque si no nos iríamos. No es comparable con otros tipos de vida. Hay algo que te empuja a quedarte aquí, la naturaleza…», sostiene Julián Morante, guarda de Vegabaño. Allí vive con su mujer y sus dos hijos, a quienes baja a diario al colegio de Oseja de Sajambre, y que pueden presumir de haber visto de cerca a toda la fauna característica. La majada se puede calificar de escenario de cuento alpino, con su pradera, el refugio, la postal al fondo de Peña Santa y los narcisos, que en mayo anuncian la llegada del deshielo.

El sol se pone sobre Peña Santa en una imagen desde Collado Jermoso. Eduardo Margareto / ICAL

Collado Jermoso, refugio por el que pasan entre 2.500 y 3.000 personas al año, es diferente. Para muchos, un santuario tras el importante esfuerzo para subir, un lugar donde evadirse. Un espacio único cuando el sol se pone en Peña Santa, junto a Torre Bermeja y con picos como Cerredo y Llambrión como testigos. Es un ‘chill out’ a 2.000 metros. Con el murmullo de las conversaciones de los visitantes, los últimos pájaros y el soplo de aire fresco del anochecer. «Cada día es muy diferente a otro; cambian las luces, el tiempo, la meteorología… una particularidad que le da ese toque nuevo. Un día hay mar de nubes, otro día las nubes cambian de color y otro hay mucha nieve. Aunque te acostumbres, no te deja de sorprender«, explica Pablo Sedano, el guarda del refugio ‘Diego Mella’.

Para muchos, como Rodríguez Zapatero, Collado Jermoso es el mejor lugar «sin duda alguna». «Un amanecer allí no es comparable con nada. Es una belleza natural. Y si en ese momento aparece algún rebeco es la culminación de un estado de plenitud», expresa con la mirada perdida.

Isidoro Rodríguez Cubillas, montañero, alpinista y escritor, en Peña Santa. Ical / ICAL

Sentado casi sobre un mar de nubes, allí arriba y con sus gafas de sol, el montañero Isidoro Rodríguez Cubillas llega a emocionarse con el paisaje, el entorno y con la sensación de «la prueba superada con el esfuerzo». «Este paisaje me encandila y llena mi vida», sostiene. No es extraño. Es un lugar casi espiritual que traslada la inmensidad de la naturaleza, el acompañamiento de la roca rosada, rojiza en función de la refracción de la luz, y las praderas de las altas vegas, como Liordes, donde pastan caballos y alguna de la mejor carne de León. Y donde los simbólicos rebecos están al rececho del humano que transita junto a ellos, reposando en los aún abundantes neveros de verano.

Un adelantado a su época

La declaración de Picos de Europa como Parque Natural tiene algo de epopeya. Pedro Pidal, un adelantado a su época, conoció los parques norteamericanos de Yellowstone y Yosemite y se propuso replicar el modelo en la Cordillera Cantábrica. Lo hizo 50 años antes de que en el Viejo Continente se empezase a hablar de esta figura.

«El problema en Picos de Europa es diferente a Yellowstone, donde habían pasado cuatro indios y se mantenía como se encontró. En Picos hay un parque cultural, donde la presión humana motiva el paisaje de praderías preciosas al lado de vegas y majadas. Sin esa presión, el parque se llenará de árgomas y ‘cotoya’», comenta el biógrafo del marqués, Luis Aurelio González.

El Cainejo. Ical / ICAL

Sin embargo, el impulso definitivo se produjo después de que el conde francés de Saint-Saud alcanzase en 1982 la cumbre de Torre Cerredo, la mayor altura de Picos, con 2.650 metros. Era algo que el orgullo de un cántabro no podía dejar pasar y Pidal se aprestó a coronar el mágico Naranjo de Bulnes. «¿Cómo voy a dejar que unos extranjeros suban al pico más mítico de mis queridos Picos de Europa?», se preguntó, y en su respuesta tuvo la excelente ayuda de ‘El Cainejo’ un pastor que conocía la zona como la palma de su mano y que fue su guía, el primer sherpa español, y quien le llevó a la cumbre. Leandra Pérez lo recuerda así: «Subían poco a poco. Mi abuelo, cuando llegaba a lugar seguro, le decía a Pedro Pidal que avanzara hasta allí. Y así coronaron».

Hasta la cima llevaron dos botellas de vino. Bebieron una, en la que Pidal metió su tarjeta, y dejaron otra para el siguiente en conseguir cumbre. Lo hizo el mexicano de origen alemán Gustav Schulze el 1 de octubre de 1906 y al año siguiente, el marqués cántabro, el conde francés y el aventurero mexicano compartieron cena, experiencias y agradecimientos. Schulze le devolvió entonces la tarjeta.

Aprender a ser guarda

Con la declaración del Parque Nacional se creó la figura del guarda, para la que Pidal también se rodeó de gente de la zona, habitualmente cazadores que conocían cada palmo. Uno de ellos eran el abuelo de Julio Martínez, actual guarda en Picos y tercera generación ya de este oficio. «Ser guarda es mi vida. Desde que estaba en la cuna y nací ya tenía una responsabilidad. Con cinco o seis años iba al bar y sentía cualquier conversación de furtivos para contárselo a mi padre. Para mí es todo. Es como si me faltara algo si dejara de ser guarda», explica.

Guardas del Parque Nacional de Picos de Europa a principios del siglo XX. Foto. Ical / ICAL

Este depósito de sabiduría ancestral se enriquece cada día pero la esencia es la misma: «La mejor manera de conservar la naturaleza es respetarla. Es de todos. Pero si cada uno que venga se lleva una flor, una piedra bonita, la tiramos al río y matamos una trucha, nos cargamos un rebeco, lo espantamos, le alteramos el hábitat… Cualquiera que venga a Picos de Europa que intente, con la máxima cautela, disfrutar de todo, pero que no interfiera». Lo decía su padre y es todo un programa de vida.

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