[dropcap]H[/dropcap]abíamos conocido en la Facultad de Letras a Marcelino Legido, profesor de filosofía de la Universidad de Salamanca. Explicaba el marxismo, el materialismo dialéctico, el existencialismo y el anarquismo con tal sencillez que los estudiantes de medicina asistíamos a sus clases solo para quedarnos extasiados oyéndole. Marcelino predicaba con el ejemplo la humildad y el compromiso del cristiano. María José fue su alumna y yo, que asistí a algunas de sus clases, lo admiraba por su sabiduría. Fue motivo de alegría coincidir con él en Pizarrales. Su llegada a la parroquia supuso un antes y un después para todos nosotros.
Marcelino vivió en la calle La Vitoria, en el corazón del viejo Pizarrales, y colaboró estrechamente con la parroquia durante los años en los que vivió a pupilo en el barrio. Con él llegó José Luis Olivares, un personaje singular donde los haya, que procedía de los Avelinos. José Luis era un activista que tenía el don de la ubicuidad. Inteligente, tirando a superdotado, hábil y con don de gentes, con verbo fácil y cojo, se movía con una rapidez que para nosotros la quisiéramos. Podía estar en una manifestación en la Plaza Mayor a las 12 de la mañana y una hora después, desplazándose a pie, en una reunión en la parroquia de Pizarrales. Se casó con María Esperanza, compañera de María José. Estuvo como exiliado político en Suecia, protegido por Olof Palme. Estaba reclamado por el gobierno de Franco por haber cometido un atraco vestido de militar, en una sucursal bancaria del centro de Oviedo.
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