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Opinión

Tres preguntas y todo un universo de cuestiones

La Creación, un detalle de la obra de Miguel Ángel en la capilla Sixtina.

[dropcap]H[/dropcap]oy presento, definitivamente, creo, en este artículo mi libro Buscando a Dios en el Universo. Resultado de una larga elaboración, nutrida de lecturas e ideas de mucho tiempo atrás, y de otras que provienen de aportaciones muy recientes. Además de toda una serie de conversaciones y debates a los que he podido asistir, sobre las muy diversas cuestiones que se tratan en las páginas que he elaborado en los últimos seis o siete años, naturalmente en tiempos discontinuos. Con la alentadora idea personal de que, en edad ya provecta, se mantiene vivo el deseo de encontrar respuestas a inquietudes largamente sentidas.

Las preguntas a las que pretendo responder en esta obra, cabe resumirlas, de forma muy expresiva en las tres siguientes: “¿De dónde venimos? ¿Qué somos? ¿Adónde vamos?”. Y como he comentado más de una vez, fue durante mi segunda vuelta al mundo, en 1994, cuando al llegar al aeropuerto de Papeete, en Tahití, mi esposa (Carmen Prieto-Castro) y yo vimos una enorme ampliación allí expuesta del cuadro de Paul Gauguin, conocido precisamente con las siete palabras interrogativas.

Ahora, veinticuatro años después, mantengo las preguntas de Gauguin como tema general del libro, que lleva por subtítulo la idea de estas páginas: Una cosmovisión sobre el sentido de la vida, por la sencilla razón de que, sea o no antrópico el cosmos que nos da cobijo, lo cierto es que somos, que se sepa, los únicos que estamos observándolo, al tiempo que lo hemos cambiado en tantos aspectos.

*      *      *

Sobre las preguntas referidas, el escéptico de turno podría decir que el autor se adentra en un área que no es la suya propia. Comentario inevitable, que me recuerda la vieja y a mi juicio zafia sentencia, que no aforismo, de “zapatero, a tus zapatos”. Según la cual, cada uno debe resignarse a verse aherrojado en su propio cubículo de oficio, sin beneficio alguno para la sociedad. Por mucho que la actual comunidad de conocimiento no tenga ni fronteras ni compartimentos.

Quienes frecuentan frases tan obsoletas como la citada olvidan –servata distantia– lo que sucedió en la Grecia del siglo de Pericles, cuando formidables filósofos, astrónomos, matemáticos, geómetras, rapsodas y artistas de los más diversos géneros se preguntaban sobre cuestiones del más alto interés; que todavía hoy siguen vigentes en el ágora de la discusión.

Algo que sucedió, asimismo, en el Renacimiento, al superarse las sapiencias limitativas y compartimentadoras del Medioevo, a lo cual ha de agregarse el recuerdo de la Ilustración, que dio vida a los primeros planteamientos ya claramente holísticos, con sistemas coherentes de ciencia, filosofía y política. Pues como dijo Kant, en ¿Qué es la Ilustración?, “aquella fue la época en que la Humanidad salió de su minoría de edad y asumió la libertad para preguntarse sobre cualquier cuestión”.

Como también debemos poner de relieve el hecho de que las tres preguntas aquí planteadas tienen características aporéticas, es decir, hacen referencia a cuestiones en que surgen dificultades de respuesta aparentemente imposible. Pero no es menos verdad que muchas aporías que se presentaron inicialmente como tales luego han sido resueltas, merced a avances cognitivos o a cambios del paradigma de cosmovisión. Y eso es lo que podrá pasar con los tres cuestionamientos, al ponerse cerco a lo aporético mediante la ciencia, para un día llegar al fondo de la cuestión: cuándo sucederá eso es otra cuestión que no cabe contestar hoy.

Y ya entrando en la recta final de este prólogo, diré que no me considero físico teórico por formación (sí me intereso por ese área, en razón a muy antiguas inquietudes), ni antropólogo experimentado (por mucha vocación que tenga de ello). Y aunque algo he estudiado y producido en cuestiones políticas, ecológicas, y más aún económicas, lo que en este libro se expresa cubre un amplio espectro interdisciplinario, lo cual hoy resulta más factible que antes, pues disponemos de redes de conocimiento, potentes y próximas, y cada día más manejables.

Y además de contar con ese formidable acervo, será importante subrayar que este libro, en su fase de pre-edición, fue sometido a la pre-crítica de una serie de colegas: astrónomos (Sebastián Sánchez), físicos (Massimo Galimberti y Francisco Guzmán), cosmólogos a su manera (Carlos Rodríguez Jiménez y Jaime González-Torres), ecólogos (Francisco Díaz Pineda), internacionalistas (Mario Aguirre y Vicente Garrido), predictores del Club de Roma (Ricardo Díez Hochleitner y Jesús Moneo), biólogos (Santiago Grisolía y Francisco J. Ayala), economistas (Christian Careaga, Félix López Palomero, Guillermo Chapman, et alia). Todos ellos, atendiendo los ruegos del autor, me dispensaron su tiempo para leer estas páginas, dándome nuevas orientaciones, ofreciendo complementos, y sugiriendo supresiones y ajustes. A todos ellos, desde aquí, les rindo mi más profunda gratitud y amistad.

En fase última de elaborar esta tal vez opera postrera mía, recibí nuevas ayudas muy considerables, especialmente del ya mentado Juan Arana Cañedo-Argüelles, Catedrático de Filosofía de la Universidad de Sevilla y compañero en la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas; quien me dio nuevas ideas, me resolvió no pocas dudas, y me ilustró con la lectura de alguna de sus obras, y de otras que me recomendó; siempre desde su gran conocimiento de la vasta bibliografía que hay en torno a las cuestiones que se suscitan en estas páginas.

Solo me resta, en el capítulo de agradecimientos, expresar la máxima gratitud a mi secretaria Begoña González Huerta, que durante años trabajó en procesar estas páginas, infografiar, suprimir, agregar y formatear las sucesivas versiones del texto, de manera incansable. En definitiva, en un hacer y deshacer que llevó mis pensamientos a ese esperanzador punto en que uno los considera ya en condiciones de ser dados a la luz. Con la evocación, siempre, de Jorge Luis Borges: “publico, para dejar de corregir”.

No olvidaré, desde luego, a mis correctores habituales de textos, en unas fases de este trabajo: mi mujer, Carmen Prieto-Castro, mi nieto Lope Gallego Tamames, siempre con una perspicacia que admiro; y Tomás Prieto-Castro Rosen, que generosamente colaboró en varios momentos de mi emprendimiento que ahora finaliza.

Y como colofón, algo que se me preguntó, y que publiqué en 2017:

  • Don Ramón, ¿cuál diría Vd. que es el lema de su vida? 
  • No tendré que pensarlo mucho. Son unos versos de William Blake que se transcriben en el libro:

Todo lo que hoy vemos,

fue un día imaginación.

Todo lo que hoy imaginamos,

podrá ser realidad mañana.

*      *      *

Y nada más, queridos lectores: mi obra ya puede estar en vuestras manos, y ante vuestros ojos, y simplemente os digo que si tenéis opiniones, objeciones, aclaraciones, o cualquier otra clase de indicaciones que queráis dirigirme, podéis hacérmelas llegar, en la seguridad de que serán acogidas con reconocimiento, en castecien@bitmailer.net. A continuación, cómo adquirir el libro en cuestión:

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