Sus pasos resonaron en esta calle hace 520 años

La Celestina deambuló por la calle Arcediano, según se lee en el libro de Fernando de Rojas, por aquí para ir a encontrarse con Melibea
La calle Arcedina es una rua literaria al aparecer en La Celestina, pero encierra más historias.

 

La estatua de La Celestina, obra de Agustín Casillas.

[dropcap]E[/dropcap]liminado el muro que cubría el viejo solar de la plaza de los Leones, se perfila la calle Arcediano en dirección directa al Huerto de Calisto y Melibea. Esta calle tienen su aquel al ser literaria, ya que por ella, según se puede leer en el libro de Fernando de Rojas, Tragicomedia de Calisto y Melibea, deambulaba la vieja alcahueta hace más de 520 años, ya que el libro sobre sus peripecias y los amoríos malogrados entre los amantes salmantinos se editó por primera vez en 1499.

La calle Arcediano comienza en el Patio Chico, a la sombra de las Catedrales hasta llegar al Huerto de Calisto y Melibea. Esta calle ya se menciona en un documento de 9 de abril de 1337, según señala Ignacio Carnero en su libro Callejero Histórico de Salamanca, y por supuesto en el libro de Fernando de Rojas, donde señala que la Celestina iba y venía por dicha calle para encontrarse con los amantes y poner en práctica sus encantamientos.

Más allá de la tragicomedia

No obstante, Carnero señala que la calle Arcediano debe su origen a que allí existía cierta casa, esquina a esta calle y a la de Los Leones, mandada construir por el arcediano don Abril y legada para cuantos sucesivos sacerdotes se sucedieran en tal cargo -primero o principal de los diáconos- cuando a él le fue encomendado el desempeño del obispado de Urgen, en Lérida.

Además, apunta que entre los que ostentaron dicha dignidad eclesiástica que habitaron la casa y transitaron por tal calle, destaca el arcediano de Ledesma, Diego García López, nació a mediados del siglo XIII y muerto en Salamanca en 1342, intrigante personaje durante la minoría de edad de Alfonso XI y quien legó al Cabildo la tercera de las aceñas del Arrabal y del Muradal.

Sepulcros del arcediano de Ledesma don Diego García López y de doña Elena de Castro. Foto. Blog Viajar con el arte.

Este particular hombre de iglesia está enterrado en la Capilla Mayor de la Catedral Vieja. Dentro de este espacio sagrado existen sepulcros de personalidades ilustres, algunos de ellos en arcosolio. A los lados del retablo se encuentran las laudas sepulcrales de la infanta doña Mafalda, hija del rey Alfonso VIII y el de Juan Fernández, nieto de Alfonso IX de León. En el muro del lado del Evangelio, dos se hallan dos arcosolios superpuestos, que corresponden a los obispos Sancho de Castilla y Gonzalo Vivero, y al arcediano Diego Arias Maldonado y Arias Díez. En el muro de la epístola se halla el sepulcro del arcediano Fernando Alonso, hijo de Alfonso IX, y hermano del rey Fernando III, el Santo.

Los restantes sepulcros, de gran monumentalidad, corresponden a los siglos XIII y XIV. Son los siguientes: Pedro, obispo, en la Capilla del Santísimo; y los del arcediano de Ledesma Diego García López, Elena de Castro, del deán de Ávila Alfonso Vidal y del chantre Aparicio Guillén, en el crucero sur.

La Calle Arcediano con las Torres de la Catedral al fondo.

Como ‘Facultad’

Esta casa sirvió también como ‘Facultad’ de Leyes a finales del siglo XIV, debido a que la Universidad crecía y la Catedral, primera sede de la Universidad, se iba quedando pequeña, se ampliaron las aulas para acoger a los alumnos de las distintas disciplinas. Así, Juan Álvarez Villar en su Universidad de Salamanca escribe: Y en otra alusión de las actas capitulares, se cita concretamente la calle del arcediano de Ledesma como lugar de emplazamiento de las escuelas de Leyes.

Otro de los moradores de la casa del Arcediano fue Diego Olarte y Maldonado, quién ha pasado a la posteridad gracias a la oda que le dedicó Fray Luis de León, después de que éste declarara en su favor cuando fue acusado por la Inquisición por traducir la Biblia a la lengua ‘castellana’ del siglo XVI, sin tener licencia para ello.

A Don Loarte

Cuando contemplo el cielo
de innumerables luces adornado,
y miro hacia el suelo
de noche rodeado,
en sueño y en olvido sepultado,

el amor y la pena
despiertan en mi pecho un ansia ardiente;
despiden larga vena
los ojos hechos fuente;
Loarte y digo al fin con voz doliente:

«Morada de grandeza,
templo de claridad y hermosura,
el alma, que a tu alteza
nació, ¿qué desventura
la tiene en esta cárcel baja, escura?

¿Qué mortal desatino
de la verdad aleja así el sentido,
que, de tu bien divino
olvidado, perdido
sigue la vana sombra, el bien fingido?

El hombre está entregado
al sueño, de su suerte no cuidando;
y, con paso callado,
el cielo, vueltas dando,
las horas del vivir le va hurtando.

¡Oh, despertad, mortales!
Mirad con atención en vuestro daño.
Las almas inmortales,
hechas a bien tamaño,
¿podrán vivir de sombra y de engaño?

¡Ay, levantad los ojos
aquesta celestial eterna esfera!
burlaréis los antojos
de aquesa lisonjera
vida, con cuanto teme y cuanto espera.

¿Es más que un breve punto
el bajo y torpe suelo, comparado
con ese gran trasunto,
do vive mejorado
lo que es, lo que será, lo que ha pasado?

Quien mira el gran concierto
de aquestos resplandores eternales,
su movimiento cierto
sus pasos desiguales
y en proporción concorde tan iguales;

la luna cómo mueve
la plateada rueda, y va en pos della
la luz do el saber llueve,
y la graciosa estrella
de amor la sigue reluciente y bella;

y cómo otro camino
prosigue el sanguinoso Marte airado,
y el Júpiter benino,
de bienes mil cercado,
serena el cielo con su rayo amado;

?rodéase en la cumbre
Saturno, padre de los siglos de oro;
tras él la muchedumbre
del reluciente coro
su luz va repartiendo y su tesoro?:

¿quién es el que esto mira
y precia la bajeza de la tierra,
y no gime y suspira
y rompe lo que encierra
el alma y destos bienes la destierra?

Aquí vive el contento,
aquí reina la paz; aquí, asentado
en rico y alto asiento,
está el Amor sagrado,
de glorias y deleites rodeado.

Inmensa hermosura
aquí se muestra toda, y resplandece
clarísima luz pura,
que jamás anochece;
eterna primavera aquí florece.

¡Oh campos verdaderos!
¡Oh prados con verdad frescos y amenos!
¡Riquísimos mineros!
¡Oh deleitosos senos!
¡Repuestos valles, de mil bienes llenos!»

Documentación:
Callejero Histórico de Salamanca, Ignacio Carnero.
salamancaenelayer.blogspot.com
poemas-del-alma.com
Universidad de Salamanca, Juan Álvarez Villar

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