[dropcap]R[/dropcap]econocerás este artefacto de jugar por haber vivido alguna vida en algún momento de tu vida. Ludofilia tradicional capaz de generar regocijo, diversión, depresión, estrés e instintos caníbales a partes iguales. Un circuito muy fácil de descifrar en cuatro colores que coinciden con los de los de los cuatro dados, los cuatro cubiletes y los correspondientes grupos de cuatro fichas. Todo muy par, al chis no le encuentro sentido.
El tablero se presenta en forma de cruz y plantea un recorrido de 68 adoquines numerados que conducen a la meta en tan solo una vuelta. A lo largo de la carrera existen seguros bancos en los que descansar sin temor al depredador.
La batalla se libra en clave de velocidad y azar. La primera como los veinteañeros pero al revés, gana quien antes llegue a casa. El segundo vital, ya que parece más complicado dominar los giros y piruetas que pincelará el dado (ahora te cuento) tras su expulsión del cubilete o la fuerza refractaria del peralte del tablero que hacer una trigonométrica carambola de billar. Curioso que resulte más inaccesible algo que “solo” requiere de práctica…
El dado, la pieza más importante. Guarda para sí la agilidad y la suerte. Una taba cúbica capaz de desordenar el orden hasta despejar el desorden con despreocupada aleatoriedad. Las fichas, sobre todo la última que, paradójicamente, reclama como suyo el laurel, no son más que peones ciegos que se desplazan arrastrados, a saltitos o empujones según el dictado del estratega.
Ese eres tú. El jugador. Un humano al que por lo general le pueden las prisas. Un ejemplar ejemplar (o viceversa) demostrando cierto gusto por la precipitación, por buscar el atajo, por despreciar la inversión de tiempo, etc. Por suerte tenemos el parchís, canto en esperanto. ¿Te parece una afirmación excesiva? Como te lo digo, el azar no admite embustes.
¿Sabes lo que consigue quien se concede libertad para dar el máximo valor al cubo del destino? ¿Sabes cuánto gana quién solo quiere ganar? ¿Sabes lo que sucede cuando solo se apuesta por la celeridad? ¿Sabes para qué sirven seis seises?
Cada una de las fichas estaría condenada a avanzar como un rayo doce casillas antes de volver a casa sin llegar a doblar la esquina víctima del seguro maldito tercer seis. Vale, eso no sucederá jamás porque, para volver a la cuna, antes se tiene que haber salido, imposible para un seis. Ahí le has dado, avanzarías más con el cinco, pero tampoco te vengas arriba, podrás mover ficha, pero no te permitirá cruzar la meta ni de rebote. Haz cuentas. De cinco en cinco no salen los números. El veloz 6 y el fértil 5 son incapaces de ganar sin el concurso de sus insignificantes hermanos menores.
Es lo que tienen los juegos. Diversión, entretenimiento, esparcimiento, recreo, placer, distracción… Livianos, sencillos o pueriles si quieres, pero con leyes tan inquebrantables como la de la gravedad. Y ciertas mentiras. No basta con recorrer 68 casillas. Son 72.
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https://youtu.be/FIULR5NbBss