[dropcap]E[/dropcap]l pasado domingo, se celebró la primera vuelta de los comicios presidenciales en la República Federal de Brasil. Los primeros tras la traumática salida de Dilma Rousseff de la máxima institución brasileña. Los resultados cristalizaron lo que todas las encuestas pronosticaban, una victoria del líder del Partido Social Liberal, Jair Messias Bolsonaro, con un 46% del voto popular.
Bolsonaro, lejos de ser un Messias –como el propio presume apellidarse– es una suerte de Marine Le Pen para Brasil. Si bien, tanto Le Pen como Bolsonaro representan el discurso de la ultraderecha que se hace hueco en la segunda vueltas de las elecciones presidenciales, Bolsonaro requiere de algunas preocupantes matizaciones. En una radiografía rápida al candidato paulista, podríamos definirlo como un homófobo (no sería capaz de amar a un hijo homosexual) , racista (entiende que “los negros” son unos mantenidos), misógino (dijo a una diputada que no merecía ser violada porque es muy fea) defensor de la pena de muerte y de la legalización del uso civil de armas. Así, estas dos últimas peculiares se entienden mejor con una de sus características fundamentales: su fetiche por el ejército.
Bolsonaro es un tipo con suerte. Todo ha parecido ir beneficiándole en la carrera al Palacio do Planalto. En primer lugar, sufrió una agresión en uno de sus mítines que acabó con el candidato haciendo campaña desde el hospital con una herida por arma blanca en el costado. El mitin se celebraba en Minas Gerais, Estado natal de la expresidenta Dilma Rousseff. Lo más anecdótico de todo fue el momento en que fue agredido; mientras el líder se paseaba a hombros de un militante. De entre el tumulto, apareció el criminal que le asestó una puñalada la cual le haría permanecer varios días en el hospital. Si bien Bolosnaro ya encabezaba las encuestas en ese momento, a raíz de este acontecimiento, subió su intención de voto.
Esto no quedo aquí. La segunda suerte, y la más decisiva, de Bolsonaro llegó en forma de sentencia judicial. El Tribunal Supremo de Brasil negaba al expresidente Lula da Silva (del Partido de los Trabajadores) el derecho a sufragio pasivo por el caso de corrupción (Petrobras) que le llevó a ingresar en la cárcel. ¿Por qué esto fue bueno para Bolsonaro? Aunque el crédito del Partido de los Trabajadores estuviera en entredicho por los diferentes escándalos de corrupción que le han salpicado, con Lula era diferente. Lula, aquel sindicalista que luchó contra la dictadura militar, aquel obrero metalúrgico que llegó a presidente, era querido por el pueblo brasileño. Tanto es así que Lula fue el único capaz de hacer sombra, y en algunos momentos, sobrepasar a Bolsonaro. Una vez se confirma la sentencia judicial que negaba la posibilidad de presentarse a Lula, el PT presentó a Haddad como candidato, un perfil más bajo que Lula, desde luego. Esto hizo, una vez más, que Bolsonaro se quedara en solitario en la cabecera electoral.
Y ahora bien, ¿por qué “¿qué hay de nuevo viejo?”? Ya lo introducía antes, Bolsonaro ama el ejército, claro que, es un exalto cargo retirado. ¿Quién es el viejo? El viejo hace referencia a todos aquellos valores que sumieron a Brasil en una dictadura castrense durante más de 20 años. Valores que por otra parte el candidato ensalza. El caso es que, Bolsonaro lejos de condenarla, elogia la seguridad pública reinante durante este régimen. Para más inri, achaca errores a este periodo, entre otros, el “torturar en vez de matar”.
¿Por qué de nuevo? Brasil acudirá a las urnas el próximo 28 de octubre con batalla entre el candidato que representa la encarnación del régimen dictatorial del 64 y el sucesor de Lula da Silva. La primera vuelta otorgó una valiosísima ventaja de 20 puntos porcentuales al primero de ellos. Brasil se enfrentará a finales de mes entre la dicotomía del establishment del PT –gobernando desde 2003 hasta el impeachment de Dilma en 2016– y el candidato por el regresión a la dictadura castrense.
Brasil, aun a miles de kilómetros de distancia, se ha contagiado del discurso populista de la ultraderecha. Bolsonaro ha sabido canalizar el discurso del descontento con la corrupción política, y con la inseguridad ciudadana a través de una militarización de la misma. El día 28 de octubre, Brasil recordará aquel 7 de mayo en Francia, donde Bolsonaro será Le Pen, y donde Haddad tendrá y deberá que parecerse a Macron. Veremos si, como en Francia, las fuerzas centrípetas niegan a la extrema derecha acceder a la presidencia. Veremos si los partidos que estaban en contra de Bolsonaro –todos menos el Partido Social Demócrata Brasileño– se alinean para evitar su acceso al Palacio de la Meseta.
Álvaro Sánchez García, estudiante de cuarto de Ciencia Política
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