[dropcap]E[/dropcap]normes cosas pequeñas que no sirven para nada o todo lo contrario. ¿El tamaño importa? Lo que importa es la pregunta, la respuesta solo define la relación de quien contesta con la duda que se plantea.
Había una pequeña dosis de dulce ron con hielo y piel de fruta. Se mostró como genial catalizador del verbo. Impulso sutil para la lengua. Para llegar a donde llegan casi todas las conversaciones buenas. Al tú, al yo, al ellos. A ningún lado. No llevan, abrochan el culo al sillón. Nada como un oscuro domingo de lluvia y horario de invierno para iluminar el intimismo. La luz y el calor son otra cosa, empujan más a salir que a entrar, al gigantismo en lugar del minimalismo. ¿Es cierto que todos somos idiotas en vacaciones? Lo relevante es hacerse la pregunta, ya te lo he dicho.
Cosas pequeñas que se hacen enormes, que no sirven para nada o justo lo contrario. ¿Sabes lo que es el amor? Di sí o no, da igual. Lo relevante es la pregunta. La duda, la cuestión, hará innecesario el despertador para abrir unos ojos, pondrá un par de platos soperos bajo los párpados.
No es nada, por eso es todo. Es un bandido filtro que te escupirá síes. A cualquier duda. ¿Dudas? Sí chef. ¿Lo tienes claro? Sí chef. ¿En qué quedamos? Sí.
La locura más cuerda. Lo cura con cuerda. Adiós amigo, adiós amiga, tus entendederas se han envenenado, ya no eres quien eras, hasta que se te pase serás una máquina expendedora de ideas geniales que únicamente sabrán a sí. De mente demente.
Llovía, ya te lo he dicho. Caían gotas de agua. Una gota es tan pequeña que apenas sirve para nada, o todo lo contrario. La primera moja, la siguiente hace charco, la última salpica y agita a las demás.
Había una bombilla encendida haciendo espejos en el suelo. Toda luz y siempre cabizbaja. Nunca podrá mirar hacia el cielo, nunca podrá ver llorar a las nubes, nunca podrá sentir como se le acercan las gotas, solo podrá despedirlas mientras se despeñan. Ni siquiera podrá mojarse con ellas, solo asistir a su chapoteo sobre el asfalto. El rígido cuello y la capucha de la farola no la permiten levantar la vista. Triste existencia de la bombilla, vale por lo que alumbra pero nadie la mira.
Había un mosquito. Obstinado y condenado. No se lo podrá contar a nadie, quizá sea el último, es noviembre, perderá la lucha contra el reloj y el termómetro. Es ley, siempre termina por imponerse el calendario. Hace meses eran nube, ahora solo gota.
Noche, frío, gotas en el aire, charcos en el suelo, una bombilla incapaz de levantar cabeza y un mosquito. Decidió sí. Lo observé durante minutos. Yo me mojaba. El no. El volaba sorteando cada gota. Agitaba las alas hasta hacerlas desaparecer aceptando el riesgo de ser ahogado por la pertinaz lluvia.
Enamorado de la bombilla.
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