[dropcap]L[/dropcap]legué a Barcelona bajo de ánimos el dos de noviembre de 1972. Había dejado en Salamanca a María José y a mi hijo Javier con algo más de dos meses. Me dirigí al Centro Municipal Fonoaudiológico, en Montjuit. Pregunté por el doctor Perelló y me dijeron que estaba realizando una audiometría a un niño. Me indicaron el lugar, y abrí con sigilo la puerta. Me encontré a una persona de unos cincuenta años, peinando canas, con una bata de color azul púrpura, en el suelo, a cuatro patas, enfrentado a un niño de unos tres años en la misma posición. Perelló hacía de perro y ladraba como tal, el niño le contestaba de igual forma. Al verme, me pidió que entrara, cerrara la puerta y esperara a que terminara la prueba.
Desde el primer momento supe que estaba ante un personaje singular y único. También desde entonces Perelló fue para mí como un padre. Me trató con tal deferencia que desde el primer día pasaba al lado de mi casa para llevarme al trabajo en su coche.
En el Fonoaudiológico coincidí con foniatras, psicólogos, logopedas, maestros, y audiólogos cuya amistad aún conservo. De todos ellos guardo un grato recuerdo, especialmente de una logopeda salmantina, Margarita Navarro, que compartió conmigo la estancia en el citado centro. Es la persona que me acompañaría desde los inicios del servicio hasta mi jubilación para llevar la audiología pediátrica. Sacrificada y competente, tuvo que renunciar a un puesto de docente que le reportaba mejor sueldo y más vacaciones en aras a su vocación.
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