[dropcap]L[/dropcap]a Escuela de Psicología de la Universidad Pontificia de Salamanca se convirtió en Facultad. Se buscaron para su desarrollo y puesta en marcha diversos modelos, especialmente el de la Universidad de Lovaina. En la citada facultad belga se estudiaba Psicopatología del Lenguaje. Javier Viejo, que había estudiado en Lovaina, así se lo hizo saber al decano y fundador de la Escuela de Psicología de la Pontificia, Enrique Freijo Balsebre.
Blanco y migado. Se buscaba para la asignatura un médico otorrinolaringólogo, con el grado de doctor, foniatra y psicólogo que viviera en Salamanca; con todas esas condiciones solamente había uno. Así fue como comencé a impartir las clases de Psicopatología del Lenguaje y se inició la andadura universitaria de nuestra especialidad.
He tenido la suerte de dar clases a miles de alumnos, entre ellos a mi hijo David en la Facultad de Comunicación. A todos ellos les he transmitido mis conocimientos lo mejor que he podido. De mi relación con los estudiantes de psicología fueron surgiendo numerosas vocaciones para la patología del lenguaje que ahora, pasados los años, me llenan de orgullo y de alegría.
Desde el primer momento colaboraron conmigo muchas personas que sería prolijo citar, pero hay cuatro de las primeras hornadas de las que sí quiero hacer mención especial: Salvador del Arco, Carmela Velasco, María Garrido y Alfonso Gorjón. Se entusiasmaron con su trabajo y lo transmitieron a sus alumnos. Vivían por y para la Foniatría, la Logopedia y la Psicología del Lenguaje. Se tomaron las clases prácticas con gran interés y responsabilidad.
A veces, después de terminada la jornada de trabajo en el hospital, sin comer, quedaban con los pacientes y sus familias para, acto seguido, presentar los casos clínicos a primera hora de la tarde. Mañana, tarde y noche, estos pioneros de la patología del lenguaje dedicaron los mejores años de sus vidas a este apasionante proyecto.
1979 fue un año especial para mi familia: accedí a la cátedra, obtuve la alcaldía de Salamanca, llegamos a Morille y nació nuestro tercer hijo, Jesús. Ese mismo año, un grupo de profesores pusimos en marcha las Escuelas Superiores de Logopedia y Psicología del Lenguaje.
España, a partir de entonces, se llenó de profesionales formados en la Universidad Pontificia. Todas las instituciones dedicadas al tratamiento de los discapacitados intelectuales, paralíticos cerebrales, sordos, autistas y otras muchas patologías solicitaban logopedas y psicólogos del lenguaje formados en nuestras escuelas de Salamanca. En las oposiciones convocadas por el INSERSO nuestros alumnos copaban, año tras año, los primeros puestos.
Posteriormente nació la escuela de especialización en Foniatría. Se creó un Título Propio de la Universidad de Salamanca adscrito al Servicio de Foniatría, Logopedia y Audiología Infantil del Hospital Universitario. María Garrido y Joseba Gorospe fueron los artífices del gran logro. Para darnos cuenta de lo que esto supuso quiero aportar un dato, el 40% de los foniatras españoles se han formado en Salamanca. Con esta nueva titulación cerrábamos el círculo formativo en nuestra ciudad. Sus dos universidades ofrecieron durante algunos años a médicos, psicólogos, pedagogos y maestros una posible especialidad en patología del lenguaje.
En la expansión de la Foniatría, Logopedia y Audiología Infantil yo he sido un pequeño eslabón en un rosario de intervenciones positivas en la misma dirección. Muchos profesionales han participado activamente de forma directa o indirecta. Con nostalgia y reconocimiento quiero recordar a Casimiro del Cañizo, Enrique Freijo, María Teresa Aubach, Gerardo Pastor, Luis Jiménez Díaz, Tita Martín Tabernero, Jorge Perelló, Mikel Serra, Jordi Peña, y muchos más. Un centenar largo de profesores han explicado en nuestras aulas, de ellas han salido profesores titulares y catedráticos en otras muchas universidades españolas.
Lo conseguido se ha hecho con el esfuerzo de mucha gente de Salamanca y del resto de España.
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