[dropcap]S[/dropcap]i, exactamente. El triángulo. Tres lados y tres ángulos. Mira que parece una pieza sencilla y la de tipologías que existen para ordenarlos bajo llave. Que si según los ángulos, que si según los lados, bah. Información inservible para el menester de juglaría. El peso a los puntos, al fin y al cabo van todos al cajón de lo infinito. Hay dos tipos de triángulos que se definen según ellos.
Unos, los que estudia la Facultad para el Estudio de las Cosas Inexplicables del Atlántico Oeste que se encuentra en Hamilton, capital de la Gran Bermuda. Allí saben mucho porque tienen uno que se traga de todo, barcos, aviones y todo lo que ose husmear por allí. Los otros, los llamados “fagocitángulos”, cuyo rasgo característico diferenciador radica en la incierta asistencia del punto que forma el vértice superior. No es un punto cualquiera, no es final ni seguido y no se acompaña de coma u otros puntos, no es suspensivo, es suspendido.
La explicación técnica resulta un tanto farragosa pero con palabras comunes lo entenderás fácilmente. Es muy reconocible con el ejemplo que toma por puntos A y B, los de la base, a dos personas y el tercero, el que haría cima, el C, lo formaría ese ente de indefendibles formas y colores. Llamémosle “ello”. ¿Lo tienes? Bien.
Pongamos que la A y la B somos tú y yo, y que así nadie sienta ofensa. Al fin y al cabo, este preciso instante es nuestro, nadie más existe. Puedes escoger la A o la B, piénsalo bien y decide para siempre, ya que no tiene ninguna relevancia. La gran cuestión ¿Ves acaso alguna C? Tú, yo… Nada más. Si te preguntas entonces cómo demonios podemos dibujar un triángulo con solo dos puntos, mi más sincera enhorabuena. Bravo. Con dos puntos solo hay una línea. Ya. Palomitas y a ver música.
Si por lo que sea, condicionamiento, curiosidad, el cuerpo te pide encontrar alguna C, vamos con el punto suspendido. Ése que situamos muy por encima de los puntos A y B, los de base, recuerdo. Ése que no se ubica pero se nota. Es el ello.
Es una suerte de ojo censor que tiene por costumbre cantar a oídos sordos las mismas melodías que arrastraban a los marinos contra los acantilados. No sé muy bien si por su dulce voz o por el engañoso cobijo que oferta. Suele terminar ganando.
Juega a colarse en festivales para los que no tiene entrada. Logra quedarse y subir al escenario. Se aprovecha de nosotros porque sabe que nos cuesta un mundo mirarnos a los ojos y hablarnos del todo y desde dentro con todas esas luces por encima de nuestro horizonte. Ya que está ahí arriba hablamos de él, de lo que significa, de su punto de ebullición… Lo miramos tan arriba que lo confundimos con el sol. Y nos ciega a ti y a mí.
Mentira. Baja los ojos. A y B no pueden hacer triángulo. Tú. Yo. No hay C.
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