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Opinión

Despoblación de España (I)

pueblo navagallega
Navagallega.

[dropcap]E[/dropcap]l hombre es la medida de todas las cosas», dijo el filósofo presocrático Protágoras. De modo que en las actividades cotidianas todo se refiere a la población, de la que dependen la producción, la renta, el consumo, etc. Algo que no puede hacernos olvidar, sin embargo, que en un modelo de desarrollo con criterios ecológicos, una variable importante debe ser la Naturaleza… por bien de la propia población.

España siempre fue, comparativamente con el resto de Europa, un país vacío, muy poco poblado, como ya se decía en los libros de viaje: como el de Antonio Ponz (1772) y el de Próspero Mérimée (1840), siempre con largos caminos sin pueblos y ciudades muy distantes entre sí.

Sobre la descompensación demográfica de España, hay una referencia interesante en el libro De Estructura Económica, del Prof. Román Perpiñá Grau, quien analizó la circunstancia de que, en su tiempo (1936), sólo había una aglomeración poblacional importante en el centro del país, Madrid. Como aerocora, o zona de alta densidad, con otras seis, al final de los antiguos caminos reales (después carreteras nacionales, y ahora autovías o autopistas de peaje), en la periferia: Barcelona, Valencia, Sevilla-Cádiz, Badajoz-Lisboa, La Coruña, Bilbao-San Sebastián. El resto del país eran dasícoras o áreas muy despobladas.

El resultado era un transporte muy caro, con trenes que iban llenos de la periferia al centro, y semivacíos del centro a la periferia, con altos costes de retorno por la escasa mercancía generada en Madrid. Un tema que ha cambiado fundamentalmente por el fuerte crecimiento de lo que hoy llamamos la Comunidad de Madrid, que se ha convertido ya, por encima de Cataluña y Andalucía, en la región con mayor PIB de toda España.

Actualmente, el despoblamiento en algunas provincias españolas es extremo. Así, todos los habitantes de la provincia de Soria [unos 90.000 ciudadanos repartidos en 183 municipios y 10.306 kilómetros cuadrados] caben en el Nou Camp del Barcelona. Y esa despoblación, se da en el 53% del territorio nacional, que presenta riesgo demográfico, en el sentido de que las zonas que se sitúan por debajo de la densidad de 12,5 habitantes por kilómetro cuadrado, entran en una categoría que dispara las alarmas de la Unión Europea (UE). Por lo demás, la despoblación no se circunscribe sólo al entorno rural, sino que también afecta a localidades de toda una red urbana con capitales de provincia incluidas.

La cuestión demográfica se complejiza, además, por nuestra gran esperanza de vida al nacer (84 años), la mayor de la UE y casi la mayor mundial, sólo detrás de Japón, con 85,3 en el caso de la Comunidad de Madrid. Por lo que vamos a un fuerte envejecimiento poblacional, con todas sus consecuencias: 15.000 centenarios especiales en 3.000 municipios, y una elevada proporción de mayores de 65 años, que ya ha superado el 30 por 100.

Todo va con una cierta aceleración, ya que si la alta esperanza de vida al nacer prolonga la vida del stock poblacional, la tasa media de fecundidad (hijos por mujer) ha caído desde 2,1 en 1977 a solamente 1,3, debido al uso de anticonceptivos (despenalizados por los Pactos de la Moncloa en 1977), y también como resultado de los abortos; antes clandestinos y ahora legalizados, que pueden estar en torno a los 100.000 anuales.

Está clara la necesidad de incorporar la componente demográfica a todas las medidas de política económica, como se hizo ya con la cuestión medioambiental o la de género. Toda nueva ley debería incorporar su impacto en cuanto al reto demográfico. En ese sentido, es muy de lamentar la escasa frecuencia con que se hacen estudios demográficos, indispensables de todo punto. Una extraña aversión, ya que como manifiesta el demógrafo estadounidense Thomas Henry Hollingsworth, la demografía tendría que ser una ciencia mucho más atractiva y frecuentada, ya que “reúne elementos de suspensealtamente provocativos: sexo y muerte”.

Claro que no todo está perdido, y en la cuestión de la natalidad, cabe recordar que Francia lleva apostando por las políticas de la familia desde la época del gobierno del general Charles De Gaulle en la Quinta República (1958-1969). En lo que tuvo una gran importancia el demógrafo Alfred Sauvy, quien vio en la evolución regresiva que siguió la población francesa entre 1919 y 1945 la razón principal del penoso armisticio de junio de 1940, en el que una Francia envejecida capituló ante una Alemania de demografía pujante.

«La mayor parte de los sucesos históricos —afirmaba Sauvy— encuentran su explicación profunda en las cuestiones de población. La expansión del genio francés del siglo XVIII, la fuerza militar de la Revolución Francesa (1791 y después) y del Imperio (1802-1815), fueron, en gran parte, debidas a la vitalidad de la población francesa de estas épocas y al vasto campo que ofrecía la selección de talentos intelectuales y militares..

Sergio del Molino, autor de La España vacía1, manifiesta que los habitantes de la España vacía (en torno a diez millones repartidos por casi el 60% del territorio peninsular, fuera de las ciudades, véase mapa) se sienten ciudadanos de segunda y reprochan al Estado su incomparecencia. Quienes viven en las zonas despobladas por voluntad y convicción, dependen cada vez más –eso piensan ellos— de sí mismos.

No son, por supuesto, problemas sencillos de afrontar y mucho menos de solucionar: “Nadie propone colocar un policía, un médico y un profesor en cada aldea de cinco habitantes. Lo que reclaman es que no se mire hacia otro lado, como se ha hecho hasta ahora. Creo que la cumbre que celebraron en septiembre de 2018 en Zaragoza seis comunidades de la España vacía (Aragón, Galicia, Asturias, La Rioja y las dos Castillas) para reclamar un cambio en el modelo de financiación autonómica debe entenderse como una llamada de atención. ¿Puede un Estado democrático y social permitir que millones de sus ciudadanos se sientan abandonados y despreciados por él? ¿No tiene ese Estado una obligación insoslayable con esa parte del país? Es un debate que interpela al cuerpo político de toda la nación y que afecta a todos los españoles con una mínima sensibilidad democrática. Si esperamos más, la España vacía no lo será solo como metáfora”.

La España vacía

Fuente: Sergio del Olmo, La España vacía

Dicho de otra forma, más de 42 millones de personas viven en el litoral español y Madrid. El resto, 4,6 millones, habita en el 70 por 100 del restante territorio interior y desertizado de la Península2. Esa dispersión poblacional en cierto modo se prima desde la financiación autonómica de la LOFCA de 2009, debido al creciente coste de servicios públicos como la sanidad y la educación.

La España vacía de Molino “es un ensayo histórico y un relato de viajes donde él declara su amor a lo real de su vida –dijo Antonio Muñoz Molina del libro citado3—: es un ensayo histórico, pero también es un relato de viajes y de escritores de viajes en coche por las carreteras del país y viajes por los libros y por las películas. Y a la vez es una confesión personal”.

Hoy, España es el país grande menos poblado de toda Europa, incluyendo el Norte glacial como Laponia. También, en él se pasa más bruscamente de la superpoblación en un área a la nada en la siguiente geográficamente hablando: de las zonas periurbanas y residenciales al puro desierto demográfico.

Modernamente, las diferencias de población española se agudizó al final de la guerra civil 1936-39, tras la cual hubo una auténtica reruralización poblacional, llegándose al 54 por 100 de la población activa en labores del campo. Una consecuencia más de los cambios productivos ocasionados por las destrucciones de la guerra, y también como consecuencia del racionamiento de alimentos. Cuya disponibilidad era más fácil en las áreas rurales próximas a la producción agrícola. Precisamente los movimientos migratorios en esa época fue uno de mis primeros trabajos como economista, a partir de los censos demográficos de población de 1950 y 19604.

El tema de la España vacía, o la despoblación de nuestro país, no es por tanto un problema nuevo, pero sí exacerbado en los tiempos actuales, con una población absoluta muy superior a la de los tiempos de Antonio Ponz (no más de diez millones de habitantes) o de Próspero Mérimée (no más de quince). Hoy, con 46,5 millones de población total, los desequilibrios demográficos tienen otro cariz, y además el desarrollo del estado de bienestar, con sistemas educativos de sanidad, de dependencia, etc. mucho más amplios, hace que en ciertas prestaciones, se deje sentir el efecto de la despoblación.

Dedicaremos una segunda entrega al tema, continuando, pues, el próximo jueves 21. Y como siempre, el autor queda pendiente de las posibles comunicaciones de los lectores en castecien@bitmailer.net

1 Sergio del Molino, La España vacía, Turner, Madrid, 2018.

2 José Marcos, “El 30% del territorio español concentra el 90% de la población”, El País, 6.10.18.

3 Antonio Muñoz Molina, “En la España sin nadie”, El País, Babelia, 23.4.16.

4 Publicado en la Revista de Economía Política del Instituto de Estudios Políticos, y después incluida en el libro Cuatro problemas de la economía española, Ediciones Península, Barcelona, 1961.

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