Algunas ideas básicas en el sector agrario.
Ya en plena campaña electoral para el 28 de abril, y segundo turno el 26 de mayo, los partidos políticos están exponiendo sus programas electorales, en los que ofrecen los cambios que se supone va a haber en la política económica y social de España para los próximos tiempos. Pero casi siempre, con muy pocas menciones del sector agrario. Y lo digo porque, en los últimos días tuve posibilidad de escuchar el programa económico del PSOE, en la voz de Cristina Narbona, buena exposición en general, con poca referencia a lo agrario. Y lo mismo casi cabe decir de lo que escuché a Pablo Casado, Presidente del PP.
Eso sucede por aquello de que “el sector agrario ya es muy reducido dentro de la economía global: sólo unos 800.000 agricultores y obreros agrícolas, el 4,2 por 100 del total de ocupados (18,8 millones), y apenas el 3,5 del PIB, con una producción final agraria (PFA) de apenas 45.000 millones de euros”.
Se piensa que con tan mínimas proporciones de empleo y renta, la agricultura ya no tiene importancia, cuando la realidad es bien distinta, debido a tres razones:
Porque el sector agrario provee todo lo que se necesita en alimentación para 46,5 millones de españoles (más 82,5 millones de turistas de 8 días de media de estancia en España) y aún tenemos un superávit en la balanza agraria (en torno al 10 por 100) para muy considerable exportaciones vegetales, cárnicas, etc.
Porque la PFA suministra a la agroindustria sus principales inputs, que con más de 12.000 millones de exportación, es la primera partida hacia el exterior, en discusión siempre con el sector de bienes de equipo y la automoción.
Porque las 800.000 personas que trabajan en el campo son las que se ocupan del 90 por 100 del territorio nacional, constituyéndose en verdaderos guardianes de la naturaleza. Aunque muchos de ellos no lo sepan o no se comporten como tales.
En órdenes de magnitud, y para un valor indiciario de referencia de la PFA de Francia de 150 como índice, el país agrícolamente más potente de la UE, Alemania, Italia y España, se sitúan en PFAs en torno a una cota de 100. Con la particularidad de que España tiene un 41 por 100 más de territorio que Alemania, y un 67 por 100 más que Italia. Lo cual indica que en producciones por hectárea y precios agrícolas estamos muy por debajo. A pesar del progreso indudable de España en los últimos tiempos.
Esa situación se debe en parte a factores de fertilidad y de nivel de precipitaciones en el secano, pero con todo, España tendría que estar en un nivel de por lo menos 120, más próxima a Francia, y por encima de los otros dos países citados. Lo cual, lógicamente, se corresponde con el propósito de llegar a una PFA próxima a 60.000 millones de euros; sin olvidar que también hay agricultura sumergida, que no se refleja en la PFA oficial.
Esa idea de recrecer el PFA se relaciona con un mejor aprovechamiento de los factores, empezando por la base misma de las explotaciones, que es la tierra. En ese sentido, una tarea fundamental es la protección de suelos, en la línea que preconiza la UE: contra la compactación, la salinización, la contaminación, la erosión, etc.
En el caso del agua, los márgenes operacionales son formidables, pues aunque en general los agricultores tratan de conseguir un máximo de aprovechamiento, fuera del sector persiste la idea, de que hay un serio derroche de recursos hídricos. Sobre todo, en tiempos de sequía, cuando el abastecimiento a las ciudades peligra más o menos y se hace referencia siempre a que la agricultura absorbe algo más que el 70 por 100 del agua embalsable que en España está en el volumen aproximado de 63.000 millones de Hm3.
Todo lo anterior se completa con la necesidad de fertilizantes, sobre todo naturales, y lucha contra la sequía. Con la nota de que los 3,7 millones de hectáreas regadas (el 15 por 100 de lo cultivado, de 22 millones de hectáreas) genera algo más del 70 por 100 de la PFA.
Nuevos patrones de explotaciones, más sostenibilidad
Parece llegado el momento de abandonar definitivamente el discurso de la explotación familiar que, salvo en casos muy concretos, ya no se corresponden con las necesidades de una agricultura moderna. Igualmente, ha de relativizarse la referencia a agricultura a título principal y no penalizar la agricultura a tiempo parcial.
Por otra parte, el desarrollo agrario necesita de la plena incorporación del concepto de sostenibilidad, desde el triple enfoque de lo económico, la acción humana y el medio ambiente. En el sentido de que en la asociación de la tierra y el entorno haya buenas prácticas ambientales en todos los trabajos del campo.
Para asegurar, además, a los urbanitas un paisaje y ambiente a tono con sus deseos, que les dé idea precisa del valor estratégico del sector. Todo lo cual se relaciona con el papel ya destacado de los agricultores como guardianes de la naturaleza, para mayor prestigio a la agricultura y sus importantes externalidades (beneficios) para toda la comunidad, que no se valoran en el PIB pero que tanto influyen en el bienestar general (fábrica de oxígeno, sumidero de CO2, paisaje, esparcimiento, etc.).
Las tres leyes básicas de la agricultura
A veces se olvida que la agricultura tiene un comportamiento que en gran parte depende de la meteorología, precipitaciones, temperaturas, etc., por lo cual no cabe esperar una serie de producción regular como en la industria, sino con altibajos anuales. En lo cual también incide en los precios y en los niveles de consumo.
Se trata de la célebre Ley de Turgot de los rendimientos decrecientes, porque se llega a un tope en que por medida de superficie ya resulta cada vez más difícil elevar producciones. Seguida de la Ley de King, que viene a decir que si hay un aumento de la producción, con excedentes de más de un 10 por 100 difícil de colocar, las caídas de precio en el mercado pueden ser superiores al 50 por 100. Y por último está la Ley de Engel, que viene a significar que las necesidades de los consumidores tienen un tope difícil de superar.
Mayor captura de valor añadido e impulso de empresas societarias
Es lógico aspirar a una relación más estrecha entre la agricultura de base y la industria alimentaria, vía contratos a medio o largo plazo por las grandes explotaciones agrarias o los sistemas cooperativos del tipo de Covap (Andalucía), Guissona (Cataluña), Coren (Galicia), Central Lechera Asturiana, etc. Sólo de esa manera podrán elevarse las rentas agrarias de manera sensible sobre la situación actual que la comercialización se hace por terceros en su mayor parte, que es precisamente la parte mayor. Como también es preciso un mayor número de grupos alimentarios importantes como Ebro-Puleva, García Carrión, Campofrío, El Pozo, en relación con la gran distribución comercial, que conecte con las cooperativas, centrales de producción, etc.
En cuanto a explotaciones, está claro que la tendencia debe ser una mayor dimensión, alcanzar unidades medias de talla muy superior. Así, frente a los poco más de 30 Ha. de media, reconociendo la falta de acuracidad estadística, y sobre todo el hecho de que la gran agricultura comercial presenta dimensiones mucho mayores. Sería preciso plantearse una dimensión media en torno a las 250 Ha., y una cifra de horizonte de no más de 100.000 explotaciones (en vez de unas 500.000) en todo el país; a base de impulsar decididamente la agrupación de las unidades de explotación, con incentivos fiscales y de otro tipo.
Esa es la senda para ulteriores avances, a fin de contar con marcas de prestigio en todo el sector agrario; una cuestión fundamental para aumentar exportaciones, como está sucediendo ya por el acceso creciente a las grandes redes de distribución internacionales (tipo Wal Mart, Carrefour, Lidl, etc.) con marcas significativas para vinos, aceites, etc.
Nuevos métodos de producción, calidad de aseguramiento
También es preciso dar un impulso decidido a las nuevas técnicas de agricultura de conservación (trabajo de la tierra con menos laboreo), con precisión en la dosificación de inputs (ensemillado, riego, fertilización), así como los diferentes métodos de agricultura integrada. Como tampoco debe olvidarse el seguimiento de la llamada agricultura ecológica, entre otras cosas para evitar fraudes y alarmismos innecesarios para el resto de las manifestaciones agrarias.
En el caso de las nuevas tecnologías, se trata de potenciar las posibilidades de la biotecnología (transgénicos), cuyo cultivo mundial ya supera los 200 millones de Ha en todo el mundo. Y en el cual, España presenta un cierto avance comparativo respecto al resto de la UE.
También debe tratarse de conseguir mejores calidades con precios competitivos, para productos tradicionales como primores, vinos, aceites, quesos, etc. Lo cual implica una mayor difusión de los productos típicos de cada zona, con campañas de difusión adecuadas.
En cuanto al aseguramiento agrario, a partir de instituciones ya existentes como ENSA y Agroseguro, e implicando más al sector del seguro privado, es necesario extender mucho más la amortiguación o incluso eliminación de los riesgos climáticos, de plagas, sequías, etc. Para finalmente llegar al ya prometido y también escasamente instrumentado seguro global de renta agraria, que podrá tener mucha importancia para transferir rentas adicionales a los agricultores.
Dejaremos por el momento la cuestión agraria en la política económica española, quedando, como siempre, a disposición de los lectores.