[dropcap]A[/dropcap]mbas fuerzas llevaban enfrentadas desde el origen de los tiempos. Dividían el mundo en partes casi idénticas, siempre mal encaradas en una constante guerra que, insistente, escondía fin o armisticio. Condenadas a continuarse después de cada batalla independientemente de qué lado cayera la victoria.
El laurel nunca otorgó seguridad para el siguiente enfrentamiento, ya que ninguna esquina conseguía avanzar las vueltas ni revueltas que poblaban sus espaldas, las auguraban. Cada punto solitario era perseguido por unas bien organizadas y beligerantes mayúsculas. Cada párrafo era contestado por un siguiente que jamás podría cerrar la puerta por dentro. Y luego otro siguiente y luego otro y después más…
Nadie quería, nadie podía, dar su brazo a torcer, ninguna parte podía darse por vencida, pero el hastío de toda una vida de firme pulso obligó. Decidieron citarse para negociar la forma de detener la sinrazón que los gobernaba, a ellos y a todo un mundo del que se iba apoderando sin solución fácil. Alejándolos de él. Decidieron hablarse, contarse, hacerse entender.
Dijeron sí a esa cita. Dijeron sí a citarse y buscaron el lugar más adecuado y ambos, encorajinados, hallaron el primer acuerdo. Sería en la plaza de la Libertad, seguro y neutral cobijo para las partes. Se discutieron y se acordaron. Se aceptaron como iguales. Se permitieron ser y supieron por fin con quién se estaban batiendo en duelo. Segundo acuerdo, se permitirían ser. Comenzarían a darse pistas en B, sin facturas ni oficialidad administrativa. Aprendieron a enseñarse.
Uno enseño a aprender que no es el huracán que se lo lleva todo por delante con el único fin de ponerlo todo patas arriba, sino la mejor forma de traer a la vista todas esas cosas que por conocidas clavan sus uñas en el fondo de la caja. Que es él quien permite encontrar un transparente recuerdo en ese fondo de esa caja perfectamente apilada dentro de un armario cerrado bajo llave.
El otro enseñó a aprender que no son oscuras cuevas ni celdas ni cadenas las que intentan mantener a buen recaudo y en perfecto estado original todo sobre lo que la mirada pone su atención. Que solo trata de acomodar lo nuevo evitando el desborde.
Encontrados tono y texto, faltaban rúbrica y horario. Encontraron muchas buenas oportunidades y dos momentos perfectos. Tercer acuerdo. Decidieron darse relevo, decidieron turnarse en la ocupación del espacio en el reloj. Alternarían su ascendencia sobre ambos mundos, sobre los elementos propios y los del hasta entonces rival. Se sucederían en la vigilia, dejaría de ser obligación atender las fronteras.
Así, se dividieron la luz. Para el orden, el sol. El caos se quedó la luna. De día la vida. De noche los sueños. Desde entonces, dos veces al día se dicen hola. Dos veces al día se miran a los ojos. Dos veces al día se escuchan a la boca y se hablan al oído.
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