Que el talento personal no es hereditario en ninguna materia, y en política tampoco, forma parte de la naturaleza de las cosas. Y cuando se intenta desafiarla se corre el serio riesgo de salir seriamente trasquilado. Muy poco ha tardado en comprobarlo Pablo Casado tras apostar por AdolfoSuárez Illana nada menos que como número dos de la lista del PP por Madrid que él mismo encabeza.
¿Acaso pensaba Casado que, por el mero hecho de llamarse Adolfo Suárez, el vástago del gran artífice de la transición había heredado las virtudes políticas de su padre? Por mucho que haya quien le siga considerando un “pimpollo” político, el presidente nacional del PP sabía de sobra que Suárez Illana da de sí lo poco que da de sí. Ya lo comprobó su mentor, José María Aznar, cuando en 2003 no tuvo mejor ocurrencia que presentarle como candidato a la presidencia de Castilla La Mancha frente a José Bono, quien por aquel entonces ya llevaba 20 años ejerciendo como dueño y señor político de aquella comunidad.
Siendo tan aficionado a la tauromaquia y teniendo como suegro a un ganadero-terrateniente de postín, Illana fue incapaz de darse cuenta de que aquello era como debutar en las Ventas con “victorinos” cuando ni siquiera había pasado por el escalafón novilleril. El resultado es que salió del trance como Cagancho en Almagro, haciendo mutis por el foro sin llegar a tomar posesión de su escaño. O sea, una espantada tan monumental como lo es el coso madrileño.
Aparte de seguir siendo hijo de su padre, ¿había contraído algún mérito político Suárez Illana en estos últimos 16 años? Que se conozca, ninguno. Y sin embargo Casado y él han vuelto a incurrir en el mismo error. El primero intentando rentabilizar en beneficio político propio el apellido de un presidente al que además Alianza Popular le negó siempre el pan y la sal; el segundo creyendo que por el mero hecho de llamarse Adolfo Suárez está predestinado a ocupar un la historia un lugar junto a su padre.
Conociendo su escaso bagaje político y su querencia hacia la derecha más bien rancia, lo que antes de que apareciera Vox se conocía como la derechona, Génova ha mostrado por lo demás notable insolvencia al no prevenir los riesgos de su exposición mediática. A nadie se le ocurre mandarle a las primeras de cambio al programa de Carlos Alsina, cuyas entrevistas tienen más peligro que sus tocayos los “adolfos”, los primos hermanos de los “victorinos”, solo que bastantes más peligrosos y tobilleros. Mariano Rajoy puede dar buena fe de ello.
En fin que principal fichaje-estrella de Casado se ha visto empitonado en los lances de recibo. Lo mismo que le ocurrió a Ruth Beitia, la atleta a la que echó a los leones en Cantabria pretendiendo que compitiera nada menos que con Miguel Ángel Revilla. Y como aficionado vergonzante, tiene “El topillo” gran curiosidad por saber qué opina de la igualdad de géneros o del fraude fiscal y la economía sumergida un fichaje como el de Miguel Abellán, con el que Casado -que de tauromaquia sabe lo justito, más o menos lo mismo que Alfonso Fernández Mañueco– contrarrestar la adhesión a Vox de Morante de la Puebla, que es, salvando las distancias como comparar a Miguel Mateo “Miguelín” con Rafael de Paula. O a Rafi Camino con su padre, otro irrebatible ejemplo de que el talento no se hereda. (Vayan por ese gran aficionado al callejón que es Gonzalo Santonja y por su admirado José Bergamín estos retazos de erudición taurómaca).
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