[dropcap]Á[/dropcap]ngel Gómez de Ágreda, coronel del Ejército del Aire y analista geopolítico, ofrece mañana, 5 de abril de 2019, una conferencia en la Universidad de Salamanca bajo el título ‘Viviendo hoy en el mundo de Orwell-1984. Implicaciones de la tecnología en nuestra forma de ser y vivir’ (Aula Miguel de Unamuno del Edificio Histórico, a las 12:00 horas).
José Pichel Andrés/DICYT. Anterior jefe de cooperación y relaciones del Mando Conjunto de Ciberdefensa, acaba de publicar el libro ‘Mundo Orwell. Manual de supervivencia para un mundo hiperconectado’, de la editorial Ariel, y en una entrevista telefónica concedida a DiCYT reflexiona sobre uno de los grandes desafíos de nuestro tiempo.
Se cumplen 70 años de la publicación de la novela ‘1984’ de George Orwell. ¿Ya estamos en esa distopía?
Hemos entrado de lleno de una distopía, pero en realidad la nuestra se parece mucho más a ‘Un mundo feliz’, de Aldous Huxley, que se basa en un condicionamiento positivo con ideas, relatos y una visión del mundo que nos inculcan desde pequeños. En cambio, ‘1984’ está fundamentada en aplicar castigos para evitar conductas contrarias al poder.
¿Vivir en esos mundos no implica estar sometidos a un estado totalitario?
Todas las distopías coinciden en la existencia de una empresa que controla la comunicación y los medios de producción, mientras que los estados sólo son sus correveidiles. Estos momentos estamos en una transición hacia ese modelo, con grandes corporaciones que tienen nuestros datos y, aunque los estados tienen un poder regulador, la información ya es de las empresas”.
Al margen de que la tecnología esté avanzando muy deprisa, ¿qué ha cambiado en los últimos años para que lleguemos a esta situación?
Lo que ha cambiado es la actitud de las personas hacia la tecnología. Nos hemos acostumbrado a tener un acceso inmediato y gratuito, valoramos la comodidad por encima de la libertad y la seguridad. Nuestro juicio crítico ha caído, queremos conocer una noticia inmediata aunque nos quedemos sólo en el titular y aunque esa información caduque enseguida. Esa superficialidad nos hace manipulables.
Entonces, ¿la responsabilidad es de las personas más que de los estados?
La solución pasa por las personas, pero en el sentido de que debemos presionar para que los estados regulen y nos devuelvan el protagonismo. Los valores culturales occidentales siempre han tendido a favorecer al individuo, pero ahora no somos conscientes del valor de nuestros datos, que es tanto monetario como psicológico.
¿Peligran la democracia y la libertad?
Sí, porque la libertad se basa en la capacidad de elegir entre varias realidades que se conocen, pero cuando sólo tenemos informaciones parciales y distorsionadas, cuando no tenemos un conocimiento real de nuestras opciones, no hay libertad. Es como tener que escoger entre dos regalos y ver sólo la caja, no tenemos criterio para elegir.
Nos faltan herramientas intelectuales.
Nos falta formarnos como ciudadanos, con más capacidad para analizar las realidades que nos rodean. Pero además, hace falta más regulación y que los medios de comunicación retomen su papel como cuarto poder, como garantes de las libertades.
¿El desarrollo de la inteligencia artificial podría empeorar las cosas?
Lo primero es no perder nuestra capacidad de entender lo que pueden hacer los algoritmos. En realidad, que los ordenadores sean capaces de programarse a sí mismos es más eficiente, pero siempre deberíamos mantener el control. Cuando hablamos de estas cosas pensamos en el peligro de un Terminator, de drones y máquinas armadas y nos preocupa menos que las máquinas puedan manipular nuestras opiniones con datos que les damos nosotros mismos.
¿La ciberseguridad ya es más importante que las armas físicas?
Hasta una bomba atómica tiene un alcance limitado y sólo disponen de ella media docena de estados, pero los ataques en redes se producen en todo el mundo y en todo momento por parte de cualquiera, son menos llamativos pero más peligrosos. Antiguamente, los ejércitos salían de los castillos para combatir en el campo; después, el terrorismo trasladó la guerra y la metió entre la gente; y ahora la batalla está dentro de la gente, no sólo en los cerebros, sino en los corazones, porque ataca a sus pasiones para que tomen decisiones sin criterio.
Imagino que está hablando de ejemplos concretos que hemos visto en algunas votaciones.
Tenemos el Brexit, las elecciones presidenciales de Estados Unidos de 2016 y otros. Por una parte hay injerencias extranjeras y, por otra, un uso interno de las nuevas tecnologías entre los mismos contendientes, lo que implica un conocimiento profundo de la gente, que no actúa de forma libre, sino condicionada. Y es difícil que nos libremos. Se han propuesto algunos mecanismos de vigilancia, por ejemplo, en Francia durante la campaña electoral para controlar las noticias falsas, pero eso no sirve de mucho porque los relatos se construyen a largo plazo.