[dropcap]L[/dropcap]a situación no se acercaba a ser perfecta, pero tampoco era terrible. Hay muchas notas intermedias entre la matrícula de honor y la deficiencia. En esto, empataban con casi todas las personas que conocían.
Conocían, pero no reconocían, que estaban rodeados de árboles, ríos, mares y montañas. Los árboles eran esas vigas de madera atadas desde los pies coronadas con verdes copas que brindaban entre sí. Los ríos eran esos acaudalados flujos de agua verde, azulada o transparente según el punto del recorrido sobre el que depositaran sus ojos. Los mares se presentaban espumosos cuando golpeaban contra las rocas o cuando se convertían en sábanas sobre la arena. Las montañas eran las crestas del suelo.
Lo sabían, pero no lo reconocían. Les sucedía lo mismo con aquello que cubría sus cabezas, en ocasiones de un azul infinito, a veces pincelado en algodón, circunstancialmente del color del fondo de un profundo pozo. Casi siempre con velas que iluminan todo o al menos lo suficiente como para asegurar el siguiente paso. Así es el cielo.
Lo tenían ellos y también todo el mundo. Como el termómetro. Uno por persona. Uno por vivo, Uno por vida. Si. Una situación que no se acerca a ser perfecta, pero está muy lejos de ser terrible.
Sobre la mesa un libro cerrado. Las pastas guardaban una hoja con sus nombres, un mapamundi, otras para notas y pistas y 365 que originalmente estuvieron en blanco. No ahora. Estaba usada y llena de citas, dibujos, borrones, asteriscos y círculos rojos que rodeaban los números que se presentaban en la esquina superior. Tenía también un cordón cosido a su lomo que marcaba cada hoy.
Anotaciones pasadas y planes futuros. Sí. Una agenda. Y una formidable fórmula para desplazarse sin mover los pies del lugar donde estos reposan. Un guion. Listo para su proyección en los párpados, lo único que somos capaces de ver de nosotros mismos desde dentro. Las persianas que al cerrarse lo descubren todo.
Un oscuro manto listo para llenarse de luz, de movimiento, de color, de opciones. Un lienzo sobre el que plasmar lo hecho y sobre lo que dibujar lo futuro. Una caja de caudales, una lista de deseos. A su disposición. Como los sueños. Una tarjeta de embarque con el destino por concretar, por cerrar, por escribir, por descubrir, por crear.
Hicieron caso y las maletas. Sin moverse de casa. Nada, excepto todo, cambió aquella mañana. La situación seguía sin ser perfecta, pero mucho menos terrible. Disponían de lo necesario. Tenían los párpados y la agenda. Y en ella el cordón. Se subieron a él, bien cosido al lomo. Lo movieron hacia ayeres y mañanas. Podían. Pudieron. Hicieron. Se armaron con un sencillo boli y decidieron subir notas. Aún quedaba lejos la matrícula, pero ya era mucho más que suficiente.
¿Y tú? ¿A dónde viajas tú cuando cierras los ojos? El hilo de tu agenda lo mueven tus dedos.
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