[dropcap]E[/dropcap]n democracia la titularidad del poder corresponde a la ciudadanía que delega la toma de decisiones a sus representantes para el ejercicio de la política. Por tanto, un político debería ser una persona que gestiona y administra de forma ética los recursos públicos en beneficio del interés general de los ciudadanos, con un compromiso de servicio.
El mecanismo de elección de los representantes son las elecciones, donde se establece un compromiso contractual entre ciudadanos y políticos en base al programa electoral de cada partido.
Viene esta reflexión a cuento de la campaña electoral en la que estamos inmersos y que, al poco de empezar, ya nos tiene hartos a la mayoría de los ciudadanos por la actitud que han adoptado una parte muy importante de los políticos durante la misma.
No se exponen los programas electorales, en los que deberíamos basarnos los electores para elegir nuestros representantes, no se identifican los principales problemas que tenemos los ciudadanos y, por tanto, no se proponen soluciones para esos problemas: ni para los muy grandes que condicionan nuestro futuro, ni tampoco para los más pequeños y cotidianos que condicionan nuestro presente. Como mucho, se exponen grandes ideas programáticas sin concreción alguna, y que hacen difícil diferenciar las propuestas de unos partidos respectos otros (la renuncia a la ideología y su sustitución por la mercadotecnia ha traído estos lodos).
La falta de propuestas diferenciales propias se ha sustituido por el ataque inmisericorde a los rivales políticos convirtiéndolos en adversarios, negándoles el pan y la sal y utilizando la mentira si es preciso para descalificarlos. No solo se ha subido el tono en la campaña, sino que el insulto, incluso insultos muy graves, que si sucedieran entre ciudadanos normales se sustanciarían en los tribunales, son los recursos más utilizados en la campaña.
Esta forma de proceder de muchos políticos se ha convertido ya en una pauta de actuación, en un hábito, casi en una adicción, o incluso en una enfermedad, lo que hace temer que una vez sustanciadas las elecciones la próxima legislatura será bronca y los insultos sustituirán a la dialéctica parlamentaria.
Los ciudadanos estamos hartos de la categoría de muchos de estos políticos y adoptan (adoptamos) actitudes muy diversas: optan por taparse los oídos (para lo que hay que oír…), en abstenerse (todos son iguales…) o en votar con una pinza en la nariz, es decir que cada uno gestiona sus decepciones como considera oportuno. Sin embargo, los problemas siguen existiendo y necesitamos soluciones, necesitamos propuestas que votar. Independientemente de las elecciones este país necesita una regeneración de la actividad política, incluso a pesar de los políticos. Tras el 15M pareció que se abría una reflexión al respecto, que posteriormente se evaporó. Hoy más que nunca se puede traer a colación una frase histórica: “que buen vasallo si tuviera buen señor”.
Miguel Barrueco