[dropcap]E[/dropcap]ra de sobrado y popular conocimiento que su comprensión oral se podía definir como óptima desde hacía ya un tiempo. Comprensión oral ya sabes, eso de entender lo que escuchas, ya sabes, eso que conlleva un punto mayor de intensidad, de intención que solo oyendo. Ya sabes, lo que se te dice, no lo que se te escribe. Ya sabes. Conversaba en un buen castellano.
Por ese motivo costaba entender el cambio que sufrió su comportamiento súbitamente. Tenía un punto de angustia en la mirada, cuando charlaba con alguien hacía gestos y ademanes como si le estuvieran taladrando el oído. Muy sobre actuado para tan básicas y domésticas disputas. Le tomaron por loco. Causalmente correspondido, era exactamente lo mismo que pensaba él de todos los individuos que tenía alrededor. Se iba negando con la cabeza, hablando para sí, farfullando en su lengua materna.
Los del norte y su nortidad. Los extranjeros y su extranjería. Los anglos y sus ángulos… Se ponen bravas las aguas del Canal de la Mancha y desde la seguridad de sus islas se mofan del aislamiento de Europa… Constatación de que tienen problemas con esa materia, la incomunicación es lo que tiene, con ella es muy difícil comunicarse…
– ¡Basta de juicios! ¡No es para tanto! – Vociferaba por las calles de esa ciudad del sur continental que le acogió con los brazos abiertos hace unos meses, en la que comenzó su aventura con buen pie, flirteando con todo lo que nosotros conocemos como costumbres, aquello que nació como typical spanish y que, tras el máster de pago y el tuneado comercial de rigor se llegó a llamar Marca España, colectiva ilusión proyectiva propia de lo propio.
Al poco cambió de frecuencia. Su mirada se tornó tierna y compasiva, acompasada. Condescendiente de repente. Motivador y comprensivo. Dadivoso, ecuánime y circunspecto, eso sí, con un halo de superioridad que consiguió dejar perplejos a propios y extraños. Había pasado de un día para otro del grito quejumbroso del presunto reo al asentimiento del inocente novicio. Todos locos con el loco.
A Curio Soares, el muchacho con el que se le veía charlar en el parque, le aconsejaron que se alejara de él, ya que todo el mundo ha oído hablar de lo pernicioso de embadurnar un cerebro blando con pensamientos, digamos, distintos… El niño, asombrado, no solo rechazó la propuesta sino que con una sonora carcajada desenmaraño el ovillo.
– Me contó que le sorprendía que hubiera tantos jueces y tan pocos abogados. Un error de traducción. Intercambiamos frases, y en inglés se les dice “sentences”, que suena a lo que suena. Un día le dije que no, que no son sentencias, sino como nos cuentan en el cole, oraciones. Fue entonces cuando se puso tan misericorde. Entendió que estaba rodeado de predicadores, fieles religiosos y místicos entregados a la fe.
>> Es lo que os sucede a los mayores cuando traducís directamente a vuestro idioma ignorando la interpretación o quedándoos solo con cómo os suena. A él le pasa igual.
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