Opinión

Un breviario para las próximas elecciones europeas (I)

[dropcap]E[/dropcap]l próximo 26 de mayo, es decir, no el próximo domingo, sino el siguiente, se celebra la triple elección de municipios, CC.AA., las europeas. Siendo estas últimas las que menos atención reciben por parte de los medios, en la hipótesis, un tanto limitativa de que España es muy europeísta, y se da por supuesto que no hay mayores críticas al funcionamiento de la UE. Y sobre todo, hay una gran ignorancia sobre cómo se gestó la integración europea que hoy disfrutamos.

Por la indicada razón, de una España ignara en general, de lo que supone la UE, dedicaremos el artículo de hoy, y el del próximo jueves 23 –a sólo tres días de las elecciones— a cómo nació la integración europea, y cómo se desarrolló básicamente hasta el día de hoy. En ese sentido, el comienzo fue el plan Marshall (1948/1952), con la puesta en marcha de la Organización Europea de Cooperación Económica, OECE, que marcó el comienzo de toda una importante fase de cooperación en Europa Occidental: los códigos de liberalización de mercancías y de invisibles, Unión Europea de Pagos, y la creación de una Nomenclatura Arancelaria de Bruselas (NAB) única para todos los países europeos de la OECE. Fueron pasos importantes que habían de facilitar la etapa ulterior de la integración.

Declaración Schuman y Comunidad Europea del Carbón y del Acero (CECA)

A todo ello cual se agregó, en 1950, la Declaración Schuman, el texto por el cual el Ministro de Relaciones Exteriores de Francia, Schuman, convocó a la República Federal de Alemania Francia para poner fin a más de un siglo de hostilidad e ir a la concordia con el resto de Europa. Un texto que elaboró Jean Monnet, quien luego sería el primer Presidente de la CECA.

Incluso antes, en el Convenio de París de 1948, de creación de la OECE, se previó la posibilidad de formar una Unión Aduanera por parte de los países firmantes europeos. Pero a pesar de diversos intentos, la oposición británica a esa idea acabó por hacer impracticable tal propósito de manera inmediata y global: el Reino Unido daba, de momento, preferencia absoluta a la Commonwealth, sucesora del Imperio Británico, tras las sucesivas independencias de los antiguos dominios y colonias.

Aunque a ello también contribuyeron otras dos notables circunstancias: la escasa homogeneidad económica entre muchos de los 17 países europeos de la OECE, y el funcionamiento del GATT (Acuerdo General de Aranceles Aduaneros y Comercio), que desde 1947 ya ofrecía una senda más modesta, pero muy pragmática, para reducir derechos arancelarios a fin de facilitar el comercio intraeuropeo.

La unión aduanera es lo que se intentó, al margen del Reino Unido, en varias ocasiones con mayor o menor éxito. Pues al lado de los dos proyectos que resultaron viables —el Benelux, y sólo con carácter sectorial la Comunidad Europea del Carbón y del Acero (CECA)— también hubo algunos proyectos frustrados en la década de 1950; como la prevista Unión Aduanera Franco-Italiana (Francital); o el FINEBEL, concebido fundamentalmente como un área monetaria formada por Francia, Italia, Holanda, Bélgica y Luxemburgo. En cualquier caso, la experiencia más importante anterior a la CEE fue la Comunidad del Carbón y del Acero (CECA), que nació la citada Declaración, de 1950 que cristalizó en el Tratado de París de 1952.

De la CECA a la Comunidad Económica Europea (CEE)

Schuman, Monnet y otros estadistas europeos, al crear la CECA, intentaron, sobre todo, trazar un camino pragmático por el cual ir hacia una meta importante, a lo largo de una época nada fácil, y cuando la mentalidad europea aún no estaba preparada para aceptar propósitos más ambiciosos. Este carácter de transición de la CECA se reflejó en su configuración meramente sectorial y en su duración limitada a 50 años.

Las integraciones sectoriales (del carbón y del acero, como en el caso de la CECA), tenían un obstáculo fundamental, consistente en que si los poderes de la comunidad se limitaban al sector integrar con los Estados miembros reteniendo no sólo sus facultades sobre los restantes sectores económicos, sino también en áreas tan importantes como la monetaria y la fiscal. De modo que con el manejo de los impuestos o la manipulación de la oferta monetaria, o del tipo de cambio, era perfectamente posible influir sobre los precios y por ello dificultar el funcionamiento de la Unión.

Por ello, parece claro que si los países europeos hubieran seguido trabajando por su integración económica a través de procedimientos sectoriales del tipo de la CECA –o del proyectado Pool Verde para la Africana, o de la Euro-Chemie, o del propio Euratom, que sí llegó a funcionar autónomo durante más de una década—, los avances habrían sido mucho más lentos e inconsistentes que los logrados con el enfoque global al final adoptado con la CEE.

En esa dirección, fueron los países ya en curso de integración, los tres del Benelux, los que en 1955 plantearon en una reunión de la CECA la idea de crear un Mercado Común para todos los sectores. El memorándum que a tales efectos presentaron, conservaba aún importantes vestigios de la tendencia a la integración sectorial, pues contenía una descripción muy minuciosa de las metas a alcanzar en el campo de los transportes y energías convencional y atómica. No obstante, en él ya había claras manifestaciones de cuáles habían de ser las bases para caminar hacia un sistema global.

Además, independientemente de los problemas existentes en la senda de la integración sectorial, los acontecimientos políticos, presionaban en favor de soluciones integratorias: la guerra de Corea —iniciada en 1950 y terminada en 1953—, el fracaso del proyecto de Comunidad Europea de Defensa (CED), y las crisis de Suez (1956) y de Hungría (también en 1956), constituyeron serios toques de alarma, que repercutieron como aldabonazos en la puerta de la unidad de los países del Occidente de Europa. La formación de una unión económica aparecía ya como la única forma de mantener —o por lo menos aspirar a ello— un papel de importancia en el escenario mundial.

Con la propuesta del Benelux, los ministros de Asuntos Exteriores de «los Seis» se reunieron en Mesina en el mes de junio de 1955, en una conferencia ad hoc, en la que inicialmente participó el Reino Unido, para luego retirarse e ir por otros derroteros, y el caso es que al final de Mesina, los Seis (Benelux más Francia, Alemania e Italia) mostraron su acuerdo sobre la propuesta del Benelux de una integración global.

Con esa perspectiva, se decidió que una comisión de expertos —que presidió Paul Henri Spaak, ministro belga de Asuntos Exteriores— estudiase los problemas concretos a resolver, con el encargo de elaborar un informe en el plazo más breve posible.

Spaak imprimió una gran celeridad a los trabajos y, finalmente, los Tratados constitutivos de la CEE y del Euratom, se firmaron en Roma el 25 de marzo de 1957. La ratificación por los seis países se llevó a cabo en los meses sucesivos, y los convenios entraron en vigor el 1 de enero de 1958. De este modo quedaron oficialmente constituidas la Comunidad Económica Europea (CEE) y la Comunidad Europea de la Energía Atómica (Euratom).

El objetivo básico del Tratado de Roma era la creación de un ente supranacional con personalidad propia, la CEE, con la misión fundamental de formar un mercado común, primera manifestación visible de lo que después sería una verdadera unión económica. Para cubrir ese objetivo, los países de la Comunidad habían de proceder a una larga serie de actuaciones concretas: supresión de toda clase de barreras intracomunitarias y establecimiento de un Arancel Exterior para la formación de un mercado común a lo largo de un período transitorio de doce años (1958-1970).

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