[dropcap]L[/dropcap]a legislatura constituyente fue corta y las Cortes se disolvieron cuando el texto de la Carta Magna fue aprobado por una amplia mayoría de las cámaras. Había que dejar paso a la opinión de los españoles, que refrendamos el texto en diciembre de 1978.
Unos hombres entregados, preparados para realizar el oficio más difícil, redactar las reglas de juego para un país como España que había conocido muchas otras cartas magnas que habían fracasado, hicieron el milagro. Castilla y León aportó a Gregorio Peces Barba, diputado por Valladolid, a la Comisión Constitucional. Me unía a Gregorio una misma procedencia ideológica y geográfica. Fue diputado por Valladolid y coincidimos en muchos actos públicos.
Hasta hace poco se ha conservado en uno de los pilares del paso superior sobre el ferrocarril de La Alamedilla un cartel de un mitin. Se anunciaban como oradores Gregorio Peces Barba, Demetrio Madrid, José Luis González y el autor de estas memorias.
En presencia de Peces Barba, en un acto electoral celebrado en el pabellón de La Alamedilla, Baldomero Lozano, candidato a las Cortes Generales por León, dijo aquello de que:
– “El pueblo español no puede depender de una buena noche del rey”.
La Constitución se aprobó con un gran consenso, pero algunos grupos políticos importantes, residuos de la dictadura, que seguían manteniendo grandes resortes del poder, conspiraron contra ella desde el principio. Los jóvenes socialistas no hacíamos caso de los consejos de los viejos militantes que habían vivido la persecución, la cárcel, la muerte, la Guerra Civil y la larga dictadura sin libertad, pasando hambre y penalidades. Creíamos inocentemente que con la sola aprobación de la Constitución estaba todo resuelto.
Para apoyar nuestro optimismo sobre el futuro recurríamos a Europa. El entonces Mercado Común no nos abandonaría ni permitiría un paso atrás. Pero algunos militares y falangistas, junto a grupos económicos, conformaron un frente antidemocrático que terminó por cuajar en el golpe de Estado del 23 de febrero de 1981.
Para entonces España había concluido el proceso electoral de sus corporaciones locales. Se habían elegido los representantes democráticos en los ayuntamientos y en las diputaciones. Por todas las ciudades se veían nuevas formas de concebir el urbanismo, la participación ciudadana y, sobre todo, nacía un nuevo concepto de ciudad.
— oOo —