Los ríos de Castilla y León se salinizan

Un estudio cifra en casi un 25% las cuencas o tramos fluviales con presencia de sal
El río Alagón en la provincia de Salamanca hace frontera con Extremadura en el meandro Melero. Foto. David Arranz / ICAL

 

[dropcap]E[/dropcap]n ocasiones las condiciones propias del terreno, pero en otras usos del suelo como la minería, la agricultura o la construcción, se erigen como las principales causantes de la salinización      

S.Gallo/ ICAL. Las amenazas a las que se están sometidos los ríos son cada vez mayores, y Castilla y León no se libra de estos riesgos. Aunque la sequía o la contaminación suelen ser las más frecuentes, hay otras que, no por menos habituales o desconocidas, pierden presencia en las aguas de nuestras cuencas con consecuencias también negativas. Es el caso de los niveles de salinización cada vez mayores en las aguas de ríos de nuestro entorno, una presencia que en el caso de Castilla y León podría elevarse hasta casi el 25% de los caudales o tramos.

Así lo concluye un estudio liderado por la Universidad de Cantabria, y en el que también ha participado un investigador de la Universidad de Barcelona, que ha analizado los factores ambientales que explican la variación espacial y temporal de la salinidad, así como las causas, la extensión y el grado de sal de los ríos españoles, ya que se estima que esta circunstancia podría afectar a más de una cuarta parte de las masas hídricas en España, en especial en las regiones áridas y en los cursos de los grandes ríos peninsulares.

Dirigido por la doctora en Ingeniería de costas, hidrobiología y gestión de sistemas acuáticos de la Universidad de Cantabria, Edurne Estévez, el estudio detectó «una fuerte variación» en la salinidad del agua entre ríos, algo que es posible explicar en gran medida por una combinación de factores naturales, como es el caso del clima y la geología, pero también por otros relacionados con el uso del suelo. En este sentido, la investigación atribuye a la urbanización y a la agricultura los mayores incrementos de salinización en los ríos españoles.

Estévez puntualizó a la Agencia Ical que la determinación del grado de salinización de una masa fluvial no se ha comprobado «para todos y cada uno de los tramos fluviales», sino que viene marcado por un modelo, de manera que los niveles detectados son probabilidades fijadas según los criterios marcados por esa referencia y a partir de los datos obtenidos de las bases de datos del Sistema de Información sobre el estado y calidad de las aguas continentales (Nabia) y el sistema automático de Información de Calidad de las Aguas (Saica).

David Arranz / ICAL El río Alagón en la provincia de Salamanca a su paso por la zona de baño de la localidad de Sotoserrano.

Para determinar los tramos con una alta probabilidad de salinización, el estudio comparó la conductividad predicha para cada tramo, obtenida de un modelo, con la conductividad máxima medida en ríos en buen estado ecológico, según la Directiva Marco del Agua. Los ríos por encima de ese valor se consideraron potencialmente salinizados, y cuanto mayor es el ratio entre ambos valores de conductividad, mayor su salinización.

Con esta premisa, la investigación concluyó que casi un 25 % de los ríos o tramos de ríos de Castilla y León tienen presencia de sal en sus caudales, mientras el 67,1% no tienen contenido salino, y de algo más del ocho por ciento no se disponen datos. Entre aquellos en los que se ha detectado salinidad en sus aguas, solo un 0,28 contendría niveles elevados, una variable que podría detectarse en el caso del río Bañuelos (Burgos) y también en el arroyo de la Reguera (León).

Carlos S. Campillo / ICAL Inmediaciones del Arroyo de la Reguera, en el municipio leonés de Castilfalé.

Según estas mismas fuentes, es probable detectar ríos altamente salinizados, como es el caso del arroyo del Couso (León), el río Muelas (Ávila) y algunos tramos del río Arbillas (Ávila), el río Alagón (Salamanca), el arroyo de Torcas (Valladolid) o el río Zapardiel, también en Valladolid.

Por su parte, casi un 9 % de los ríos de la Comunidad podrían calificarse como moderadamente salinizados, caso de algunos tramos del río Arbillas (Ávila), el río Alagón (Salamanca) y el río Zapardiel (Valladolid), o casi enteros los ríos Valderaduey, Salado o el arroyo de la Vega, en la provincia de Zamora; los ríos Navajos, Sequillo o Trabancos, en Valladolid; los ríos Anguijón, Valdeginate o los arroyos del Establillo y de la Nava, en la provincia de Palencia; el río Guareña, en la provincia de Zamora; o la garganta de Santa María y el arroyo de la Avellaneda, en la provincia de Ávila.

Causas

Aunque en algunos casos la presencia de sal se debe a las condiciones propias del terreno, Estévez recordó que estos niveles también se relacionan con numerosas actividades humanas, tales como la minería del carbón y sal, la extracción de gas natural, la agricultura, la urbanización o el uso de sal como anticongelante en carreteras, debido a que son actividades que pueden alterar «en gran medida» la concentración de iones en los ecosistemas de agua dulce.

J. L. Leal / ICAL río Valderaduey a su paso por Zamora.

Estévez relató que el estudio permitió atribuir a la agricultura, la urbanización y la ausencia de bosques el principal impulso de la salinización en los ecosistemas de agua dulce. Los ríos más salinizados se localizaron en las regiones del centro y del sur de España, donde las escasas precipitaciones y las elevadas temperaturas, que dejan como consecuencia un bajo caudal de los ríos, limitan la capacidad de dilución de las sales; pero también en ríos de gran tamaño, algo que podría estar relacionado con el vertido de aguas residuales de ciudades e industrias, del agua procedente del regadío y de la reducción del caudal provocada por las presas.

Efectos adversos

La salinidad tiene importantes efectos sobre la biodiversidad y el funcionamiento de los ecosistemas acuáticos porque, según explicó Estévez, la fisiología de los organismos acuáticos «se altera en ríos salinizados» ya que estos tienen que cambiar su metabolismo para poder adaptarse a las nuevas condiciones de salinidad. Este proceso de adaptación tiene un elevado coste energético y no solo puede afectar a sus funciones vitales, sino incluso llegar a provocar su muerte. También puede afectar a infraestructuras sumergidas que incluyen corrosión o descamación.


J. L. Leal / ICAL río Valderaduey a su paso por Zamora.

De la misma forma, Estévez apuntó que la salinización podría evitar que muchos ecosistemas acuáticos alcancen el buen estado ecológico exigido por la Directiva Marco del Agua en Europa y, como consecuencia, incrementar «de forma importante» los costes económicos del trtamiento de aguas así como la restauración de ecosistemas.

Soluciones

Las soluciones a este problema en crecimiento no son sencillas, aunque Estévez reconoce que la mejora del diseño e implementación de acciones de gestión «efectivas» son «muy necesarias» para conseguir una gestión sostenible del agua, si bien no olvida que «son costosas y requieren mucho tiempo», además de que, en la mayoría de los casos «son controvertidas socialmente».

Ello requeriría de una «priorización» que debería basarse en la cuantificación de la extensión espacial de la salinización, estimando la contribución relativa de cada actividad humana e identificando los ríos que son «más sensibles» debido a sus condiciones ambientales naturales.

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