[dropcap]S[/dropcap]alamanca no era ajena a esa revolución de los municipios. Comenzó un nuevo tiempo: se asfaltaban las más de seiscientas calles que estaban en barro, se construían centros escolares para dar acogida a los niños que, a veces, tenían que dar clases en hangares de una fábrica, y los barrios altos de la ciudad comenzaron a recibir el agua con presión suficiente para que sus moradores no tuvieran que levantarse a las seis de la mañana para ducharse.
En febrero de 1981 ya teníamos un recorrido de gestión municipal y podíamos mostrarla. Eran años en los que se debatía la composición autonómica de España y comenzábamos a ser un Estado descentralizado, casi federal.
En estas estábamos cuando un grupo de militares intentaron un golpe de Estado que pudo tener éxito. Un teniente coronel de la Guardia Civil entró en el Congreso de los Diputados cuando se estaba votando la investidura de Calvo Sotelo. Aquel día estuvo en vilo la Constitución. Durante unas horas los representantes del pueblo fueron secuestrados en el hemiciclo por un puñado de guardias civiles.
En Salamanca las cosas se valoraron en su justa medida, de acuerdo con la gravedad de los sucesos. En aquellas fechas yo ostentaba la secretaría general del Partido Socialista en Salamanca. En el desempeño del cargo pasaba todas las tardes por la sede, las mañanas las dedicaba a la alcaldía. Entretenido en mis asuntos oí que los reunidos en la Casa del Pueblo hacían comentarios en voz alta sobre la entrada de la Guardia Civil en el hemiciclo. Dejé lo que estaba haciendo y me dirigí al televisor. Enseguida comprendimos que estábamos asistiendo en directo, televisado para toda España, a un golpe de Estado en toda regla.
Tomamos decisiones inmediatas. Escondimos como pudimos los archivos con los nombres de los militantes que podían estar en peligro si triunfaba el golpe. Después, cuando pasaron las horas y la cosa no se solucionaba, me trasladé a buscar a mi mujer a casa de mis padres. Esperábamos para finales de febrero o primeros de marzo el nacimiento de nuestro cuarto hijo. Nos fuimos a casa donde mis hijos mayores estaban dando clases de inglés con otros chavales. Los padres de los niños que asistían a la misma vinieron a buscarlos con caras de preocupación, no esperaron a que acabara la clase.
Me puse a hacer llamadas a los cargos públicos, especialmente a los del PSOE, y al gobernador Civil de Salamanca, Luis Escobar de la Serna, el que fuera director general de Cinematografía y Teatro y al que se debió la censura de la película “El crimen de Cuenca”, de Pilar Miró.
Luis estaba muy nervioso, pero en todo momento atendió a cuantas llamadas le hice. Cuando le preguntaba si había llamado al gobernador militar, el general Manuel Engo, me contestaba que no se atrevía, que debía haber sido el militar quien se debía haber puesto a disposición del poder civil, pero que no lo había hecho y esa actitud le inspiraba temor y desconfianza. Con el tiempo supimos que Engo y Campano simpatizaron con el golpe de Estado y estuvieron toda la noche y la madrugada del 24 de febrero en situación comprometida.
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