[dropcap]L[/dropcap]as mejores enseñanzas, no las aprendí en ningún colegio, me las enseñó la vida, las entendí con el tiempo como aliado y vinieron de personas muy cercanas a mí. Unas me dejaron huella, otras cicatrices y las más duras, me dejaron una lección difícil de olvidar.
La vida me enseñó a acatar sentencias, que sentaron jurisprudencia en mí, que no tendrían apelación y a adaptar mi vida a esa sentencia inapelable, tratando de encauzarla de la mejor manera posible en un mundo, en el que somos becarios, mientras caminamos en este paseo que es la vida, como auténticos supervivientes.
Ironía, que mientras escribo esta columna sobre la vida, las noticias de la tele, están comunicando, el suicidio de una persona, porque sus propios compañeros, han difundido un video suyo privado, de hace años, ante la pasividad de todos los que lo han visto, compartido y comentado entre risas, sin pensar o medir las consecuencias que conlleva, ya no penalmente, sino moralmente y que deja una vida segada por la hipocresía y la maldad humana, deseosa del morbo que suscita encontrar la cicatriz de esa compañera para poder dañar su imagen y su honor.
¿Valió la pena dejar a dos hijos sin madre? ¿Valió la pena dejar una familia rota?…
¿Os valió la pena?
Esta también es la España profunda, que hay que cambiar, en la que todo vale y en la que el delito sale muy barato.
Y todo ello, lo escribo “presuntamente“, sabiendo que por desgracia, vivimos rodeados de “personajes”, en los que la envidia y el no saber poner límites a su triste vida, les hace cometer acciones, carentes de lógica entre el jolgorio de los que los que se alegran de haber encontrado un motivo de burla que les sirva para olvidar su propia realidad.
Vive y deja vivir, frase con la que nos llenamos la boca, mientras tiramos la piedra y escondemos la mano.