[dropcap]E[/dropcap]scribo de la ola de calor de este verano del año 2019. No es la primera. En otras ocasiones, nos han venido noticias de países de más del centro de Europa, empezando por Francia, donde la población más vulnerable, especialmente la anciana, sufre una cantidad de muertes desproporcionada.
Algo así deben de estar esperando cuando se preparan para dar helados en residencias de ancianos. Cualquier cosa para paliar cifras escandalosas, que por estos lares no parece que se sufren tanto, bien sea porque no se
producen estadísticas que nos digan que muere mucha más gente durante una ola de calor, o porque disfrutamos de una geografía que produce unas condiciones climáticas privilegiadas (hace mucho calor, pero no nos mata).
No sé si son circunstancias extremas como inundaciones y olas de calor las que deberían hacernos pensar que el colapso climático es, con mucho, el tema más importante que cualquiera de nosotros enfrentaremos en
nuestras vidas.
Ni los océanos se llenaron de plásticos el año pasado, ni un millón de especies comenzaron a extinguirse este mes, ni la atmósfera se contaminó de repente con el gas de efecto invernadero CO2 esta semana, ni las
condiciones climáticas extremas empezaron a matar a la gente en la última ola de calor. Estas son tendencias que se han observado durante décadas.
Frente a quienes argumentan que los cambios climáticos han sido siempre cíclicos independientemente de la existencia de la humanidad, está el argumento de que es nuestra forma de vida la causa de las tendencias
mencionadas.
Una forma, filosofía de vida, totalmente desvinculada de la naturaleza que la sostiene. No nos vemos a nosotros mismos como parte de esa naturaleza. Más bien, nos vemos como fuera de ella. A la naturaleza solo la vemos como algo para entretenernos, como un parque en el que podemos jugar o como un lugar exótico para observar a través de una pantalla, como un tranquilizador documental de la 2. O como algo que conquistar, domar, explotar, erradicar.
Y cuando ‘alguien’, como los fridays for future, se enfrentan a ese discurso dominante de explotación de la naturaleza – que, no olvidemos, es lo que sostiene la vida en este planeta – se enfrentan a la burla
general en el mejor de los casos, a la policía en el peor.
Cualquiera que haya visto las imágenes de esas protestas debería haber comprendido que la policía no sólo estaba allí para hacer cumplir la ley. No sólo estaban allí en nombre de las autoridades estatales y
regionales y de las empresas. Estaban ahí para nosotros. Estaban allí para mantener nuestra forma de vida, nuestro patrón de vida suicida, el que nos está llevando hasta el punto de nuestra extinción. Empezando con
las muertes que ocurrirán durante esta ola de calor.
No se trata de una cuestión de ciencia; esta ola (y otros fenómenos) debería bastar para comprender que la vida que nos sostiene en este planeta está muriendo, que nos hemos convertido en un virus que mata
gradualmente a su huésped.
Así que más que ciencia moderna, necesitamos más sabidurías antiguas, sabidurías moribundas, necesitamos urgentemente encontrar maneras de simplificar nuestras vidas, de dejar de identificarnos con el sistema que nos está matando, y de buscar líderes que estén delante de nosotros en esa lucha por la sabiduría, necesitamos nuevas estructuras sociales, políticas y económicas, más Rebeliones de Extinción, más Greta Thunbergs, más huelgas escolares, más Nuevos Tratos Verdes, más emergencias climáticas. Los medios corporativos pueden creer que estos grupos, estas estrategias son defectuosas, o incluso que están en connivencia con nuestros gobernantes corporativos, cooptados por el propio sistema.
Sí, por supuesto, las corporaciones tratarán de interrumpir los esfuerzos para cambiar el sistema que crearon. Lo defenderán – y sus beneficios – con todas sus fuerzas y hasta la muerte. Sí, por supuesto, intentarán subvertir, incluso desde dentro, todas las protestas de todo tipo contra ese sistema. No podemos llegar a un acuerdo con estas estructuras de poder. Debemos derrocarlos. Eso es un hecho. No hay elogios por señalar estas verdades obvias.
Pero las protestas son todo lo que tenemos. Aprendemos de las protestas. A partir de su respuesta, de sus esfuerzos por subvertir, identificamos más claramente quiénes son los verdaderos enemigos del cambio. Crecemos en sabiduría. Encontramos nuevos aliados. Cuando descubrimos que los obstáculos institucionales y estructurales son aún mayores de lo que imaginábamos, aprendemos a luchar más duro, más sabiamente, para cambiar tanto la realidad fuera de nosotros mismos como la realidad interior. Encontramos nuevos valores, nuevos modelos, nuevos paradigmas a través de la lucha misma.
La Rebelión de la Extinción y las huelgas escolares no son el final del proceso, nuestro último grito. Son los primeros brotes de una rápida evolución en nuestro pensamiento, en nuestra comprensión de dónde
estamos en relación con el planeta y el cosmos. Estas yemas pueden ser cortadas. Pero los brotes más fuertes y vigorosos seguramente los reemplazarán.
A no ser que los mate la próxima helada, la próxima sequía o la próxima ola de calor.
Por: Ana Aparicio