[dropcap]L[/dropcap]a pasada semana iniciábamos el presente artículo, con una primera entrega en la que hacíamos primero de todo una semblanza de Bernal Díaz del Castillo, a fin de dar entrada a la gran polémica sobre quién escribió realmente La verdadera historia de la conquista de la Nueva España, tal vez la más gloriosa de todas las crónicas de Indias, si el autor siempre reconocido o el propio Hernán Cortés. Una hipótesis planteada por el hispanista francés Christian Duverger, en su muy prolijo y desconcertante libro Crónica de la eternidad. Un tema del más indudable interés, a destacar en 2019, que se cumple el medio milenio de la llegada de Cortés a México. Y terminábamos la primera entrega con una visita literaria a la Academia que Cortés tuvo en Valladolid entre 1543 y 1546, donde coincidieron el gran conquistador, el cronista López de Gómara, y el propio Bernal Díaz del Castillo.
En esta segunda entrega del artículo, veremos el difícil itinerario de la Historia Verdadera según Duverger, y las opiniones de una serie de estudiosos cortesianos sobre la polémica.
El difícil itinerario de la Historia Verdadera
Siguiendo en la hipótesis de Duverger, más o menos en 1568 –tal vez seis años después de haberse recibido en Guatemala el manuscrito de Cortés—, Bernal informó que había terminado su Historia Verdadera. Y cronista, verdadero o no, murió en 1584, con cien años de edad, si hubiera nacido en 1484, o con 70 si fue alumbrado en 1492, o con 86, de haberlo sido en 1496, que no se sabe. En cualquier caso, habría escrito su Historia Verdadera a una más que avanzada edad, y lo que es más increíble, fijando datos, fechas, y números de todo, sin más archivo que sus neuronas ya muy disminuidas.
En 1575, siete años antes de la muerte de Don Bernal (1584), su hijo Francisco Díaz del Castillo, según Duverger, envió el manuscrito de la Historia Verdadera a Madrid (vía la Audiencia de Guatemala), al Rey Felipe II, sin que se sepa qué pudo suceder en ese septenio todavía transcurrido en Guatemala hasta el fallecimiento de Bernal. Tal vez su hijo Francisco Díaz del Castillo siguió introduciendo –siempre en la hipótesis de Duverger— nuevos incisos en el texto. Posteriormente, el manuscrito sufriría numerosas manipulaciones por parte del mercedario fray Alonso Remón, a quien se encargó de preparar el manuscrito para darlo a la imprenta; hasta su definitiva impresión en Madrid en 1632, con el título que conocemos y la autoría de Bernal.
Se sabe que el mercedario trabajó durante diez años la edición de la Historia Verdadera, con un prólogo que rehízo y numerosas interpolaciones, para al final certificar la desaparición del principal manuscrito de Bernal. Fray Alonso Remón murió en 1632, unos meses antes de publicarse, ese mismo año, la edición de la Historia Verdadera. Después de la edición de 1632 hubo otras muchas, con alteraciones de todo tipo, basadas en otros manuscritos diferentes del utilizado por Remón: el llamado de Guatemala, de 1605, que lleva la firma de Ambrosio Díaz del Castillo, el segundo hijo de Bernal, y el de Alegría (un coleccionista bibliófilo).
Para escribir la Verdadera Historia, siempre según Duverger, Don Hernán tuvo que buscar un confidente, que tal vezencontró en Fray Diego Altamirano, un pariente lejano que le acompañó hasta su muerte en Castilleja de la Cuesta, y con quien pudo preparar el libro. En contraste con lo anterior, está el testimonio del cronista Alonso de Zorita, que estuvo con Bernal Díaz del Castillo en Guatemala entre 1553 y 1556, según vimos antes en este mismo capítulo, al ocuparnos de los cronistas.
Thomas, Martínez Baracs y María del Carmen Martínez: interesante polémica
Ha habido, y seguirá habiendo, críticas a Duverger sobre su tesis. Y de entre las réplicas, citaremos a Hugh Thomas, reconociendo que Duverger “es un distinguido historiador, con una biografía de Cortés que fue renovadora e interesante”. Pero destacando también que en cuestiones pedagógicas, Duverger cometió algunos errores, el primero de ellos decir que Carlos V nunca aprendió bien el castellano. Cuando no fue así: “pronunció un importante discurso en esa lengua en Bolonia en 1530, y en sus últimos años, después de hablar bien francés, peor el alemán, y platicar en italiano y entenderse en inglés, el castellano se convirtió en su idioma preferido”.
Por otro lado, Duverger hizo un retrato muy negativo del Virrey Mendoza, que sin embargo fue un gran funcionario, estableciendo incluso las reglas de la correcta conducta virreinal en la Nueva España. Por contra, Duverger describe al Virrey como alguien consumido por la envidia que sentía hacia Cortés, ignorando la excelente biografía de Arthur Aiton, Antonio de Mendoza, El primer virrey de la Nueva España, que no figura en la bibliografía de Duverger.
En realidad, las dos notas anteriores, de negligencia o insuficiencia historiográficas, no invalidan la tesis de Duverger, y el propio Hugh Thomas entiende que el hispanista francés es de lo más persuasivo cuando señala que Díaz del Castillo no figura en ningún documento relacionado con la conquista. Si bien su aparición en un legajo en la sección de Contratación, en el Archivo de Indias de Sevilla, donde se asienta que nació en 1492 y que fue al Nuevo Mundo, al Darién, con Pedrarias Dávila en 1514.
Es importante, también, que Díaz del Castillo no aparece en la carta escrita al emperador Carlos V por los 544 seguidores de Cortés en Segura de la Frontera en octubre de 1520. Pero el propio Bernal explicó (capítulo 134 de su Historia Verdadera) la ausencia de su firma en ese momento: estaba enfermo de calenturas. Claro que esa excusa –y aquí no habla Hugh Thomas, sino Duverger—, pudo inventársela el primogénito del propio Bernal al repasar el texto originario atribuido a Cortés por el hispanista francés. También es interesante, sostiene Thomas, que Bernal Díaz no fuera llamado así hasta 1552; año desde el cual aparece ya con su segundo apellido, “del Castillo”, seguramente –lo supone Duverger— para semi-ennoblecerse a sí mismo, sin que ese nombre de sólo Díaz esté documentado.
Por otro lado, Hugh Thomas reconoce que efectivamente, Cortés se estableció en 1543, en una casa en Valladolid que alquiló a “uno de sus parientes, Rodrigo Enríquez, cerca de lo que hoy es la Plaza Mayor de la ciudad, de camino al río Pisuerga”. Allí, según Duverger, “investigó y después escribió el libro que siempre creímos que era de Díaz del Castillo. Y a ese respecto, la única persona que sabía lo que estaba pasando realmente era, según la explicación de Duverger, un primo de Cortés, con frecuencia también su abogado, fray Diego Altamirano”. Hugh Thomas cree que, si Cortés hubiera escrito el libro, el secreto habría salido a la luz en algún momento, a través de su familia o la de Bernal Díaz.
María del Carmen Martínez Martínez tampoco aceptó las tesis de Duverger. Y lo hizo en un notable artículo, en el que se sostuvo que según documentos hasta entonces inéditos y apreciados por ella misma, se demuestra la capacidad de Bernal “para escribir, e incluso su actuación como escribano”. En ese sentido, se cita el pleito con el fiscal Villalobos, en el que se conservan tres peticiones del conquistador [Bernal], y la probanza ad perpetuam rei memoriam que hizo en la villa del Espíritu Santo en marzo de 1539.
El historiador mexicano Rodrigo Martínez Baracs también terció en la polémica, manifestando su interés por el libro de Christian Duverger, Crónica de la eternidad, ante el cual, la mayoría de los autores se pusieron muy en contra. Pero Martínez Baracs adoptó un punto de vista conciliador: pese a los múltiples errores factuales de Duverger, un argumento suyo resiste toda prueba, nadie podía saber tantas cosas y detalles sobre Hernán Cortés sino el mismo Hernán Cortés.
Por lo demás, la polémica no fue inútil, porque en ella participaron los historiadores mencionados (y además Antonio García de León y Esteban Mira Caballos), que aportaron nueva información sobre Bernal Díaz del Castillo, lo que dio una nueva dimensión al personaje. Con todo, la documentación más temprana que afirma la autoría de Bernal de la Historia verdadera, sigue siendo la mención del doctor Alonso de Zorita –ya se dijo antes—, que le vio en Guatemala, habló con él, y dejó constancia de ese encuentro en el Proemio historiográfico de su Relación de la Nueva España, escrita hacia 1578-1585.
La que hemos visto hasta aquí fue la gran polémica, todavía inacabada, que planteó Christian Duverger; en la que el lector puede terciar con su propia opinión, a poco que medite sobre la cuestión, en cuyos aledaños seguiremos la próxima semana.