[dropcap]H[/dropcap]ace ya un tiempo que no te hablo del tiempo. Pensé que se trataba de una temática muy repetida en estas 193 semanas, pero resulta que no lo es tanto en realidad. 193 semanas, permíteme una mínima autocomplacencia. 193 días delante de la pantalla del ordenador para contarte, para compartir contigo más bien, un mínimo de ciento noventa y tres ideas principales. No es gran cosa, poco más de medio año de mi vida lanzándote letras.
He tenido una semana curiosa, motivo y base de esta misiva. Curiosa agarrándome a la acepción que propone esta magnífica lengua nuestra llena de matices e iridiscencias. Que llama la atención o despierta interés por su rareza u originalidad. He dispuesto desde que abrí los ojos el lunes por la mañana hasta las 7 y media de la tarde del viernes para hacer exactamente lo que me ha apetecido o dado la gana, como gustes interpretar. Obligaciones básicas o voluntades personales aparte. Desde ese mismo instante hasta exactamente 41 minutos después de que el domingo convirtiera la carroza en calabaza, me entregué a tangenciales necesidades ajenas.
Por suerte, una muy muy grande, en todo ese momento he estado rodeado de personas que me gustan, con más suerte aun, diferentes todas. En su forma, en su espíritu, en sus objetivos e intenciones, orígenes, destinos, victorias, derrotas, posos y superficies. Con muchísima más fortuna todavía, en todos los casos he tenido la oportunidad de compartir verbos, oídos, preguntas, respuestas, risas y blasfemias. ¿Es o no es una gran suerte?
Toda esta introducción para presentarte a esos dos jugadores que terminan por aferrarse al protagonismo del gran juego, estar vivo y la manera de afrontarlo. Sin dados, sin fichas, sin naipes, botones o joysticks. Jugadores que a buen seguro también están presente en tu partida seas o no consciente de ello, a saber, el tiempo y el dinero.
Sin duda, la complejidad del equilibrio es de gran magnitud. Todo el mundo sabe que el chocolate cuesta una cantidad concreta de pepitas de oro según el tamaño y la calidad del cacao. También es sencillo pactar lo atractivo del brillo dorado expuesto a la dorada luz del sol. ¿Y la plata y el bronce?
Queridos ojos que me leen… Menospreciados. El bronce es quizá el más agridulce de los metales ya que solo llega después de haber perdido la oportunidad de pelear en la final, después de la decepción de no participar en el último partido. No supone bálsamo lo suficientemente curativo. Con la segundona plata puede suceder exactamente lo mismo, también llega tras una derrota. Solo al oro le es concedida la capacidad de concentrar la victoria, el éxito, la satisfacción. Es el color del sol.
¿Una verdad? El esforzado bronce es solo el color favorito de tu piel. La mística plata es la sencilla luz de una luna llena cualquiera, la única capaz de hacerte brillar más de lo que ella brilla.
Pepitas de oro. Luz de plata. Piel de bronce.
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https://youtu.be/xdYYN-4ttDg