[dropcap]E[/dropcap]n las dos primeras entregas de este artículo, nos ocupamos de la polémica abierta por Christian Duverger sobre si la Historia Verdadera de la Conquista de la Nueva España, la gran obra de Bernal Díaz del Castillo, fue suya o si realmente la escribió el propio Cortés. Llegando a la conclusión de que, ciertamente, Bernal existió y fue el gran cronista, por mucho que supiera demasiado de Don Hernán.
Hoy, resuelta esa gran controversia –por lo menos para la inmensa mayoría—, entramos en el estudio que del gran conquistador hicieron sus biógrafos más conspicuos. Empezando por William H. Prescott, con su Historia de la conquista de México, en lo que fue obra máxima del mentor de Don Hernán en todos los países angloparlantes del mundo.
Prescott, cortesiano anglosajón por excelencia
Prescott concibió su biografía de Cortés yendo más allá de la reconquista de Tenochtitlán, llegando su narración hasta el final de su vida, con toda la penosa historia del gran personaje, obstruido por la burocracia de Carlos V y su desdén personal. De modo, dice Alberto Rodríguez, que “William Prescott incluye dentro de la literatura norteamericana lo complejo de lo hispánico, otorgándole un lucimiento excepcional” . Con el resultado de la hegemonía histórica de Prescott que duró casi un siglo hasta los siguientes grandes biógrafos de Cortés, del español Madariaga primero, de Hugh Thomas después, y de los mexicanos José Luis Martínez y Juan Miralles.
Por lo demás, manifiesta Richard L. Kagan, en la reputación de Prescott como historiador fue muy importante –y lo mismo opinó Hugh Thomas— la calidad poética que impregna su prosa, así como su reconocida capacidad para pintar vívidos retratos, concebidos a fin de transportar a sus lectores a la época y al país sobre el cual estaba escribiendo. En ese sentido, está claro que Prescott cultivó cuidadosamente lo que él mismo llamaba un estilo natural de escritura, poniendo gran empeño en captar la atención del lector. Lo que logró, en parte, al transmitir una cierta sensación de intriga narrativa, así como un ritmo que mejora el relato, yuxtaponiendo momentos de acción dramática, como batallas, con otros de más calmoso acontecer.
Prescott atribuyó la caída de Tenochtitlán a la ambición de los conquistadores, pero también, en primer lugar, al valor y a la pericia militar de Cortés. A quien alabó por la constancia de su propósito y por ser el cuerpo y alma de la empresa.
Pero según el ya citado Richard L. Kagan, hubo otros factores que ayudaron a Prescott a explicar la gran victoria de Cortés: no sólo su personificación de España, sino también de la cristiandad y de la civilización europea, fuerzas a las que no podía oponer resistencia la semicivilización bárbara de los mexicas (sic). En definitiva, Prescott reconoció muchas ventajas al conquistador.
La raza también explicó, según Prescott, la derrota de los mexicas –con palabras que hoy no serían políticamente correctas—: “los aztecas eran asiáticos y, por ello, inferiores naturalmente a los españoles que, a pesar de sus propios defectos, el fanatismo religioso en particular. Seguían siendo europeos y destinados, por tanto, por la Providencia a rescatar a otros pueblos de la salvaje superstición.
Madariaga, orgullo hispano
La obra Hernán Cortés de Salvador de Madariaga, fue muestra importante de erudición. Y, sobre todo, quiso desentrañar el corazón, con frecuencia quijotesco, del conquistador, que ciertamente tuvo otros sentimientos no tan preclaros en su personalidad.
Como sucedió con otras obras suyas, Salvador de Madariaga, escribió su Cortés durante el más largo exilio de España (1939-1977), transcurrido sobre todo en Oxford,dándole a su historia el carácter de epopeya española, y ejemplo del heroísmo e inteligencia de lo que fue el Imperio en su hora iniciática. Hay, pues, en su obra –como en su Cristóbal Colón, o de otra manera en su Bolívar—, una indudable nostalgia, que patentiza un orgullo indiscutible que el autor sentía por todo lo hispano, casi viendo la Nueva España como un paraíso:
Con su incansable actividad, había dado el primer impulso a aquella nueva nación, trazando las primeras líneas de su prosperidad económica, del respeto a los naturales, de la enseñanza de naturales y blancos, y del ennoblecimiento de la tierra mediante la reina de las artes cívicas, la arquitectura. Antes de su muerte había ya entre los naturales bastantes teólogos y latinistas para asustar a ciertos clérigos timoratos que no auguraban nada bueno de tantas letras; y la primera prensa del continente americano trabajaba ya en Méjico a plena marcha. Nobles edificios hacían ya de Méjico la capital más bella del orbe nuevo. Apenas muerto Cortés, Cervantes de Salazar registra la prosperidad de Tlaxcala y elogia la belleza de los edificios urbanos, la fertilidad de las tierras, la riqueza, contento y bienestar de los naturales y el buen gobierno que allí ejercía uno de los capitanes de Cortés, a quien se debía en gran parte tanta prosperidad, gracias a su cuidado en establecer excelentes comunicaciones para las que había construido ya treinta y tres puentes de piedra.
No obstante, en la obra de Madariaga también se reconoce plenamente el alto nivel de la civilización mexica, que procuró estudiar a fondo.
Pereyra y Vasconcelos: el fundador de México
Carlos Hilario Pereyra y José Vasconcelos fueron dos intelectuales mexicanos profundamente inquietos por la figura de Cortés. Pereyra (Saltillo, Coahuila, México, 1871 – Madrid, 1942), abogado, diplomático, escritor e historiador, se estableció en España en 1916, y sin haber solicitado la nacionalidad, consideró a su nuevo país de residencia como su segunda patria, y desde ella luchó contra la corriente antiespañola, basada en los trabajos de historiadores como el escocés William Robertson, el economista inglés William Cunningham y el historiador francés Charles Seignobos. Cuyas prédicas anticortesianas habían tenido un impacto muy negativo en la opinión pública sobre las acciones de los conquistadores españoles.
En ese sentido, Pereyra se fijó el objetivo de reivindicar todo lo hispanoamericano e ibérico, asumiendo la tarea de revisar la historia de la obra de España en América, convirtiéndose en un reconocido hispanista. Hasta el punto de que de él se dijo: es hispanista más hispanista que los propios españoles. Por lo demás, en su biografía de Cortés, defendió la Historia Verdadera de Bernal Díaz del Castillo de las acervas críticas recibidas del citado Robertson, en una obra de envergadura titulada Hernán Cortés y la epopeya de Anáhuac.
Pereyra tuvo su mejor discípulo en José Vasconcelos Calderón, un estudioso de la historia de México y singularmente de la descomposición del porfiriato y del triunfo ulterior de la revolución mexicana. No debiendo ocultarse que por un tiempo se sintió atraído por los primeros tiempos de gobierno de Hitler, sobre todo admirando la rápida recuperación de la economía alemana tras la Gran Depresión; actitud, por lo demás, bastante extendida entonces en Iberoamérica, y a la que no fue ajeno, por un tiempo, el propio John Maynard Keynes ante la inicial política de empleo del III Reich (1933/1938).
Vasconcelos hizo una síntesis de la biografía de Cortés de Pereyra, que ya hemos comentado en la Nota Preliminar del Autor, en la línea de ver a Don Hernán como el creador verdadero de la nacionalidad mexicana y origen de una nueva raza cósmica, en contra de la idea cerrada de algunos indigenistas. Según dice Miguel Saralegui, muchos intelectuales imaginaron esa posible raza cósmica como un crisol común de las naciones iberoamericanas, originado por el mestizaje: el hecho fundamental de la historia de América y de la humanidad (sic), pues “a diferencia de los ingleses, los españoles se mezclaron con los indígenas, creando una tercera raza, caracterizada por la mezcla y no por la pureza”.
Y dejamos aquí la primera serie de los grandes biógrafos de Hernán Cortés, hasta la próxima semana. Cuando daremos buena cuenta de otras biografías, aún más completas, del gran conquistador. De quien este año se cumplen los 500 años de sus grandes proezas, empezando un 8 de noviembre, con la llegada a Tenochtitlán, la gran ciudad lacustre de los aztecas, donde se encontró con el emperador (tlatoani) Moctezuma II, en una historia casi increíble de amor y guerra.
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