[dropcap]C[/dropcap]asi una semana después de su investidura, Alfonso Fernández Mañueco daba a conocer la composición del gobierno resultante del «pacto entre perdedores» alcanzado por PP y Ciudadanos. Y salvo el caso del nuevo consejero de Cultura, Javier Ortega, no puede decirse que haya habido sorpresas. Ciudadanos ya se había ocupado de dar a conocer antes y con tiempo los nombres elegidos para ocupar las consejerías de Sanidad, Verónica Casado, y Empleo e Industria, Germán Barrios, quienes junto al mencionado Ortega, integran, con el vicepresidente Francisco Igea a la cabeza, la cuota naranja en el nuevo Consejo de Gobierno de Castilla y León.
A Fernández Mañueco se le ha tenido siempre por un político cauto y previsible y, a tenor del perfil de los seis consejeros del PP que le acompañan, así ha vuelto a confirmarse. A diferencia de Ciudadanos, que sigue sin saber si mata o espanta, Mañueco ha armado un bloque compacto y reconocible por su partido, sin la menor concesión a la galería y sin ningún complejo de ser etiquetado como continuista.
El nuevo presidente de la Junta no solo ha contado con dos de los consejeros del último gobierno de Juan Vicente Herrera, Carlos Fernández Carriedo, y JuanCarlos Suárez Quiñones, sino que le ha importado una higa que el primero hubiera sido consejero hasta en tres ocasiones anteriores, la primera de ellas nombrado en el siglo pasado (en 1999 se hizo cargo de a consejería de Sanidad en el gobierno de Juan José Lucas).
A Mañueco no le ha importado eso ni tampoco que Fernández Carriedo, siguiendo la consigna de Herrera, apoyara de tapadillo a Antonio Silván en las primarias autonómicas libradas por el PP en marzo de 2017. Por encima de ello está la inveterada condición de chico-bien-mandado-que-igual-vale-para-un-roto-que-para-un-descosido («El topillo» dixit), esa “versatilidad” que le ha permitió saltar de Lucas a Herrera, quien le ha utilizado reiteradamente como comodín, y de Herrera a su sucesor. En una consejería que sigue siendo un campo minado, como es la de Economía, Mañueco necesitaba a alguien fiable y leal; y nadie mejor que Carriedo, que conoce bien ese terreno, precisamente en el que inició su despegue político como director general de Presupuestos en el equipo dirigido entre 1995 y 1999 por la malograda Isabel Carrasco.
Juan Carlos “Pañuelitos” Suárez Quiñones, cuota leonesa en el anterior gobierno Herrera, aspiraba a continuar en la Junta, a ser posible en la misma consejería, y Mañueco no tenía ningún inconveniente en que así fuera. Su trayectoria, jalonada por continuos “mojones” judiciales, no es que pueda calificarse de brillante, pero al nuevo presidente de la Junta (y no se olvide, del partido) tampoco le convenía remover las ya agitadas aguas del PP leonés. Y si encima pesaba sobre él un veto-fantasma de Igea, razón de más para mantenerlo y no regalar esa baza al verborreico vicepresidente.
Mañueco estaba en deuda con Jesús Julio Carnero desde el día en que delante de Pablo Casado -mitin en la vallisoletana plaza de San Pablo- le animó a intentar seguir presidiendo la Diputación vallisoletana. Y tras no pocas dudas, Carnero, a la sazón presidente provincial del PP, le hizo caso, desatando con ello la caja de los truenos en Génova, donde ya le habían buscado sustituto y llegaron a amenazar con destituirle al frente del partido.
Convenciendo a Carnero de que renunciara a presidir la Diputación, Mañueco evitó que la sangre llegara al río, a cambio, eso sí, de proporcionarle una salida política. Y esta ha sido la consejería de Agricultura y Desarrollo Rural, una componenda que seguramente no habrá gustado en Génova. Ni que decir tiene que el trato incluye que el flamante consejero no optará a su reelección como presidente provincial del partido.
El resto del sexteto no tiene mayor intringulis. Tenía que haber un consejero de Burgos y, desplazado el ex alcalde Javier Lacalle, no podía ser otro que el efímero presidente de las Cortes, Ángel Ibáñez, que hereda una consejería de Presidencia bastante capitidisminuida a causa de las competencias desviadas hacia la nueva consejería diseñada a mayor gloria del vicepresidente Igea.
Estaba cantado que el compadre Fernando Martínez Maillo dejaría su impronta en el primer gobierno presidido por Fernández Mañueco. Y la elegida ha sido Isabel Blanco, quien ha renunciado al escaño del Congreso en el que sustituyó al propio Maillo, ahora senador, para hacerse cargo de la consejería de Familia. Nada sorprendente: Blanco es vicesecretaria de la Ejecutiva autonómica del PP y en la pasada legislatura se incorporó a la dirección del grupo parlamentario tan pronto como Mañueco asumió la presidencia de mismo.
Por su parte, Rocío Lucas, la nueva consejera de Educación, es igualmente de reconocida afinidad al presidente autonómico del partido, que en su momento le confió la siempre delicada Comisión de Derechos y Libertades. Salta al Consejo de Gobierno desde la gerencia del ECYL y da visibilidad a la Junta en una provincia, Soria, en la que el PP se encuentra en fase de reconstrucción.
De todo ello se deduce que, una vez delimitado el reparto de consejerías y funciones, Mañueco ha aprovechado al máximo las posibilidades que el nuevo escenario le ofrecía al PP, nombrando un equipo sin fisuras que va a constituir la columna vertebral del nuevo gobierno autonómico.
De “consejería-trampantojo” a “consejería a la carta”.- En contraste con esa cohesión de los consejeros del PP, aparece la desestructurada representación con la que Ciudadanos ha ocupado las cuatro plazas que se reservó en el nuevo gobierno de la comunidad.
Al final, la pretendida consejería de “Transparencia y Regeneración Democrática”, que se había autoadjudicado el vicepresidente Igea, ha mutado de lo que aquí denominamos “consejería-trampantojo” hacia una “consejería a la carta” diseñada a gusto de su titular. Lo de “regeneración democrática” se ha caído del título y ahora se llama “Transparencia, Ordenación del Territorio y Acción Exterior”, abarcando un conglomerado de competencias en su mayor parte procedentes de la antigua consejería de la Presidencia (que por cierto ha perdido también el artículo la).
Además de eso, es evidente que si Ciudadanos se ha empeñado en quedarse con la consejería de Sanidad es porque Igea piensa tutelar la gestión sanitaria de la Junta. De modo que será inevitable que la sombra del vicepresidente y compañero de profesión planee sobre la actuación de la consejera Casado. En todo caso, Ciudadanos hereda desde hoy el conflictivo legado dejado por los ochos años de gestión de Antonio Sáez, el consejero mantenido contra viento y marea por Herrera. Ello sin duda para alivio del PP, que se sacude de encima semejante y tamaño marrón.
El séptimo consejero del PP.- Otra decisión forzosamente celebrada por el PP es la confirmación del nombramiento de Germán Barrios como consejero de Empleo e Industria. No es para menos, dada la trayectoria política de Barrios, estrechamente ligada al desaparecido vicepresidente y consejero de Economía, Tomás Villanueva, de cuyo equipo formó parte hasta ser designado presidente del Consejo Económico y Social, cago al que obviamente llegó promocionado por el mismomentor.
Es normal que Barrios -cuyo nombramiento por otra parte ha sido acogido con gran alborozo por CC.OO. Y UGT, que ya le tienen tomada la medida- sea considerado por muchos como el séptimo consejero del PP. De paso, deja vacante la presidencia del CES, que a algún descolocado bien le vendrá. Por contra, no existe la menor referencia política sobre el nuevo consejero de Cultura y Turismo, un profesional independiente que hasta ahora ejercía como director gerente de la Fundación “Miguel Delibes”.
Visto lo cual, pese a soportar alguna que otra contracción seguramente más molesta que dolorosa, Fernández Mañueco y el PP tienen sobradas razones para sentirse muy satisfechos del gobierno alumbrado. Aunque sea más por deméritos ajenos que por méritos propios, no cabe duda de en la “foto de familia” la fortaleza del PP se impone, y no solo numéricamente, frente a la inconsistencia de Ciudadanos.