[dropcap]D[/dropcap]espués de la toma de posesión los concejales del grupo de gobierno fuimos a comer a Villamayor. Por la tarde realicé mi primera visita oficial a la cárcel, la llamada nueva, la que hoy es Museo de Arte Contemporáneo. Me parecía que debía hacer un homenaje a los que estuvieron presos en aquel lugar al comenzar la Guerra Civil. Quedé impresionado de lo que vi, llegué a casa deprimido. En la cárcel me entrevisté con un alumno de mi mujer, que había cometido un crimen, y que me reconoció. Salí triste, siempre he pensado que las cárceles están llenas de enfermos mentales y que, desgraciadamente, no sirven para el fin que deben cumplir en democracia, la reinserción. En mis años como subdelegado del Gobierno en Salamanca conocí la cárcel de Topas, y puedo afirmar que las condiciones en las que están los reclusos en nada se parecen a aquella cárcel que visité el 19 de abril de 1979, a las pocas horas de mi toma de posesión como alcalde de Salamanca.
En el salón de recepciones se encontraba un enorme cuadro de Franco abrigado con un gabán, cubierto con una pelliza. Era obvio que había que retirarlo definitivamente desde el día de la toma de posesión de la nueva Corporación democrática. Lo hicimos, y en la pared desnuda apareció un borde de suciedad que indicaba a todas luces que allí estuvo colgado un cuadro durante mucho tiempo. Seguramente iban a preguntar qué cuadro y por qué se había retirado. El borde de suciedad afeaba el espacio y buscamos una solución. Nos enseñaron las escasas existencias de piezas decorativas de las que disponía el archivo municipal. Encontramos un cuadro de la Reina Victoria Eugenia vestida de charra. La mujer de Alfonso XIII posó con un traje de una de las hijas del arquitecto Vargas, el autor de la Casa de Lis. La reina era muy alta y el traje le quedaba corto. La reina estuvo presidiendo el salón de recepciones durante muchos años. Después ocupó su lugar un precioso cuadro de Santa Teresa de Jesús, de Ramiro Tapia, que también gozó de ese lugar preferente durante bastante tiempo, hasta que fue sustituido por el actual del rey Juan Carlos.
En el año escaso que pasó Franco en Salamanca el Ayuntamiento fue el lugar elegido para los actos solemnes del bando rebelde. Quizás el más conocido fue la recepción de los embajadores de Alemania e Italia. En el acto protocolario se hacían entrega de las cartas credenciales. Franco eligió para recibir a los plenipotenciarios el despacho del alcalde, relegando al primer edil a otra sala en el interior, cuyos balcones dan a la calle Zamora. Desde aquel día no se volvió a ocupar el despacho del alcalde que daba a la Plaza Mayor. Cuando llegué se utilizaba como saleta para reuniones y recepción de visitas ilustres.
Durante un tiempo utilicé el despacho de la calle Zamora. Después concluí que en una democracia el alcalde debe vivir junto a sus ciudadanos, y trasladé mi despacho al lugar de donde nunca debió salir, a la saleta de la Plaza Mayor. Doce años dan para mucho. He mirado muchas veces por el balcón el deambular de la gente, el paso en diagonal de los estudiantes desde la calle Toro al Corrillo, el cambio de la tipología de las personas que frecuentan la Plaza según las horas del día, el paseo de los ociosos, el vagar de los jubilados y el desperezar matutino de la ciudad a través de los negocios que ocupan los bajos de la Plaza Mayor.
Había una tradición que creo todavía se conserva. Los concejales de la izquierda tomábamos café a media mañana en el Novelty y los de la derecha en Las Torres. Aunque en la actualidad estos lugares ya no tienen esas connotaciones ideológicas, y los políticos eligen distintas cafeterías, durante muchos años el reparto del Consistorio a la hora del ocio era también irreconciliable.
— oOo —