[dropcap]T[/dropcap]res minutos largos de aplausos y el Liceo puesto en píe. Amenábar y todo su equipo mirando a su derecha, izquierda, arriba,… y aplaudiendo. Después de 107 minutos de cine contenido, los aplausos sirvieron para expresar la emoción que embargaba a muchos de los allí presentes. Unos porque habían enterrado a familiares muertos en la Guerra y otros porque los suyos colaboraron con esa Guerra ‘incivil’ por obra u omisión.
Esos aplausos contribuyeron a reivindicar una tercera España, de esa que nadie habla y que Francisco Igea saco en El Casino, -donde tuvo lugar la fiesta después de la proyección-. La España que no quería sangre, la España de Unamuno o Albornoz,… La España de los que no gritaron «¡Viva la muerte! ¡Muera la inteligencia!». La España que se tuvo que marchar y que tardó cuatro décadas en volver, los que volvieron.
Otros, tuvieron que vivir cuatro décadas de sueño quebradizo, porque siempre pensaron que un día iban a llamar a su puerta para emprender el viaje de no retorno, como los dos amigos de café de Unamuno. ‘Por masón y por rojo’.
Amenábar nos ha regalado a un Unamuno abuelo, a un Unamuno casero, a un Unamuno que sentía debilidad por su nieto y por sus hijas, especialmente por María, que mostraba al padre que sufría por el dolor de los suyos -de sangre y de alma-.
Amenábar logra que el espectador quiera a Unamuno y no lo vea como el filósofo o escritor que ‘caía’ en un examen. Pero, también nos habla de artimañas políticas, argucias de desconfiado parapetado en un bufón de aspecto y lenguaje chusquero que gozaba asustando a los niños y que fue el artífice, hablamos de Millán Astray, de que Franco ocupara el sitio que por galones no le correspondía. Y al que España tuvo que aguantar durante 40 años vivo y otros tantos muerto.
Al terminar la película, la madre de Amenábar se fundió en un abrazo con su hijo y como contó el director, su madre no es dada a alabanzas.
En Imágenes. La alfombra roja del estreno de Amenábar en Salamanca, aquí
El vídeo de una parte de la ovación: