[dropcap]E[/dropcap]n el mundo de las organizaciones, todo lo que no mejora está condenado a degradarse. Así de simple, así de real.
En nuestro entorno sanitario público llevamos mucho tiempo recreándonos en que es uno de los mejores del mundo; llevamos demasiado tiempo festejando que es eficaz y eficiente, llevamos excesivo tiempo rechazando todo tipo de propuestas de modificación. Argumentado que se trata de propuestas con fines privatizadores. Y posiblemente algunas de estas propuestas pueden tener tal finalidad o quizás facilitarla, pero todas no. Al menos es mi modesta opinión.
Este rechazo a abordar abiertamente reformas profundas del sistema nacional de salud (SNS) está provocando que languidezca, que se vaya gestionando tristemente y sin rumbo fijo, que no se aborde una nueva propuesta de ordenación sanitaria que plantee objetivos ambiciosos y supere radicalmente los muchos problemas y vicios que ha ido cogiendo el sistema. O sus olvidos históricos.
La Ley General de Sanidad y el consecuente desarrollo de nuestro SNS surgía como solución drástica a una nefasta organización sanitaria, especialmente en todo lo extrahospitalario. Había unos ejes fundamentales, ideas que hemos defendido con pasión, con implicación personal y firmemente convencidos de que representaban un avance social. Dos de estas grandes ideas eran la equidad del sistema, y la eliminación de los desequilibrios territoriales.
El tiempo ha ido pasando, se han ido desarrollando y creciendo los Servicios Regionales de Salud, y puede constatarse que estas dos aspiraciones no se ven satisfechas. No solo eso, de cualquiera de los estudios sobre el estado de los distintos SRS, y me puedo referir a uno de los más relevantes, como el publicado anualmente por nuestra FADSP, se desprenden fuertes desigualdades, tanto en el acceso a los servicios de salud como a la disposición de recursos.
Este incremento de las desigualdades y desequilibrios es el mejor caldo de cultivo para aquellos que quieren desacreditar el sistema mismo. Pero también es la argumentación que puede sostener una parte importante de la población como una muestra de injusticia, de insatisfacción, de poca calidad.
Una de las claves para que el SNS sea uno de los puntales de nuestro país, es la legitimación del mismo ante la sociedad. Su descrédito o su puesta en cuestión lo puede abocar al fracaso, al rechazo y a posibles soluciones fáciles e interesadas.
Cuando hace pocas fechas algunas personas de relieve calificaron que gestionar el Ministerio de Sanidad era una oferta ornamental, se puso de manifiesto no sé si tanto la incompetencia, como la falta de visión política.
Es precisamente esta función reordenadora de desequilibrios lo que falta en el SNS.
La fórmula no la puedo apuntar a título personal, entiendo que debe ser fruto de un consenso amplio y siempre que haya voluntad firme de eliminar estos desequilibrios. Pero si apunto algo que debe reintroducirse de forma contundente: la incompatibilidad publico-privado en el sector sanitario. Difícilmente puede gestionarse con éxito un sistema trufado de intereses ajenos al mismo.
Salud.
Miguel González Hierro
ASOCIACIÓN PARA LA DEFENSA DE LA SANIDAD PÚBLICA. Salamanca